El progreso es la ley de la Naturaleza. A esta ley todos los seres de la Creación, animados e inanimados, fueron sometidos por la bondad de Dios, que quiere que todo se engrandezca y prospere. La propia destrucción, que a los hombres parece el término final de todas las cosas, es solo un medio para llegar, por la transformación, a un estado más perfecto, ya que todo muere para renacer y nada sufre aniquilamiento. Texto extraído de El Evangelio Según el Espiritismo, Capítulo III, Ítem 19 Edición para Internet de FEB.
Al mismo tiempo que todos los seres vivos progresan moralmente, progresan materialmente los mundos en que ellos habitan. Quien pudiera acompañar un mundo en sus diferentes fases, desde el instante en que se aglomeran los primeros átomos destinados a constituirlos, lo vería recorrer una escala incesantemente progresiva, pero de escalones imperceptibles para cada generación, a ofrecer a sus habitantes una vivienda cada vez más agradable a medida que ellos mismos avanzan en la senda del progreso. Marchan, así, paralelamente, el progreso del hombre, de los animales, sus ayudantes, de los vegetales y de la habitación, ya que nada en la Naturaleza permanece estacionario ¡Cuan grandiosa es esta idea y digna de la majestad del Creador! ¡Cuán, al contrario, es mezquina e indigna de su poder a que concentra a su solicitud y a su providencia en lo imperceptible grano de arena, que es la Tierra, y restringe la Humanidad a los pocos hombres que la habitan!
De acuerdo aquella ley, este mundo estuvo material y moralmente en un estado inferior al en que hoy se encuentra y se levantará bajo este doble aspecto a un grado más elevado. Él ha llegado a uno de sus periodos de transformación, en que, de orbe expiatorio, pasara a un planeta de regeneración, donde los hombres serán dichosos, porque en el imperará la ley de Dios – Santo Agostini (Paris, 1862)