La mujer equivocada


         Su nombre nos es mencionado en los evangelios. En la época se comemoraba la Fiesta de las Tiendas en que cada familia debía construir una cabaña de hojas y vivir en ella por una semana, para recordar el pasó por el desierto del pueblo de Israel, que también vivió en cabañas hechas por hojas.

          Jesús había venido a participar de la fiesta y estaba con los discípulos cuando un gripo de hombre le trajo una mujer que ellos decían haber sido pillada en adulterio. Preguntar que es el adulterio.

          Adulterar es traicionar, y la pena para tal crimen, en aquella época, era la muerte, por apedreamiento.

          Trajeron la mujer para que Jesús la juzgase, la tiraron cerca de él, sin levantar la mirada, pues sabía que se había equivocado.

          Por algunos momentos Jesús no dijo nada, pero empezó a escribir en el suelo: adultero, ladrón, asesino, mentiroso, calumniador, es decir, escribió aquellos errores de aquellos hombres que querían apedrear a la mujer.

          Entonces el Maestre irguió los ojos y dijo:

          - Aquellos entre vosotros que estéis sin pecado, que lance la primera piedra.

          Se hizo un silencio enorme, y los hombres empezaron a irse de allí, una vez que se han dado cuenta de que solían equivocarse muchas veces.

          En poco tiempo, todos los hombres se fueron, solo quedaron allí Jesús y la mujer.

          Jesús le miró a ella y le preguntó:

          - ¿Mujer, donde están aquellos que te acusaban? ¿Nadie te condenó?

          - Nadir, señor – contestó bajito la mujer.

          - Tampoco yo te condeno, vete y no vuelvas a equivocarte.

          Y ella se alejó, sola, caminando despacio. En aquella misma noche, sin embargo, volvió a buscar el Maestro.

          Le habló de la soledad que sentía, y que aunque estuviera casada, su esposo no le daba atención. Ella no tenía amigos y estaba arrepentida de haberse dejado llevar con otro hombre que le dio atención y cariño.

          Reconocía el error y no sabía qué hacer, puesto que no podía regresar a casa del marido, tampoco a casa de sus padres puesto que no la aceptarían de vuelta.

          El Maestro entonces habló con ella, hizo que ella se diera cuenta que debería volver a empezar en otro sitio, lejos de Jerusalén, donde no la conocieran, ni supieran de su vida.

          Y completó, diciendo:

          - Siempre hay un lugar para quien se arrepiente y quiere volver a empezar, avanzando en el camino del bien y del amor. Vete, y donde estés, yo estaré contigo, en pensamiento, iluminando tu camino.