Él tenía once años y, a cada oportunidad que surgía, iba a pescar en el muelle próximo al chalét de la familia, en una isla que quedaba en medio del un lago.
Una Pescaría Inolvidable, de James P. Lenfestey,
La temporada de pesca sólo empezaría al día siguiente, pero padre e hijo salieron al finalizar la tarde para coger sólo peces cuya captura estaba liberada.
El niño amarró un cebo y comenzó a practicar lanzamientos, provocando ondulaciones coloridas en el agua.
Rápido, ellas se volvieron plateadas por el efecto de luna naciendo sobre el lago.
Cuando el caña de pescar se paralizó, él supo que había algo enorme del otro lado de la línea.
El padre miraba con admiración, mientras el chico hábilmente, y con mucho cuidado, erguía al pescado exhausto del agua.
Era el mayor que ya había visto, sin embargo su pesca sólo era permitida en la temporada.
El niño y el padre miraron al pescado, tan bonito, las branquias moviendo atrás y adelante.
El padre, entonces, encendió un fósforo y miró el reloj. Poco más de diez de la noche...
Todavía faltaban casi dos horas para la apertura de la temporada.
Luego, miró al pescado y después al niño, diciendo:
- tienes que devolverlo, hijo!
- Pero, papá, reclamó el niño.
- Va a aparecer otro, insistió el padre.
- No tan gran cuanto este, lloriqueó el niño.
El chico miró al rededor del lago. No había otros pescadores o embarcaciones a la vista.
Volvió nuevamente la mirada para el padre.
Mismo así, sin nadie cerca, sabía, por la firmeza en su voz, que la decisión era innegociable.
Despacio, sacó el anzuelo de la boca del enorme pez y lo devolvió al agua oscura.
El pescado movió rápidamente el cuerpo y desapareció.
En aquel momento, el niño estuvo seguro de que jamás pescaría un pez tan grande como aquel.
Eso aconteció hace treinta y cuatro años.
Hoy, el chico es un arquitecto exitoso.
El chalét continúa allá, en la isla en medio del lago, y él lleva a sus hijos para pescar en el mismo muelle.
Su intuición estaba correcta. Nunca más consiguió pescar un pescado tan maravilloso como el de aquella noche.
Sin embargo, siempre ve el mismo pez todas las veces que depara con una cuestión ética.
Porque, como el padre le enseñó, la ética es sencillamente una cuestión de hacer lo CORRECTO y lo EQUIVOCADO.
Actuar correctamente, cuando se está siendo observado, es una cosa.
La ética, sin embargo, está en actuar correctamente cuando nadie está nos observando.
Esa conducta recta sólo es posible cuando, desde niño, se aprendió la devolver el PESCADO AL AGUA.
La buena educación es como una moneda de oro:
TIENE VALOR EN TODAS PARTES.
del libro Historias para Calentar el Corazón de los Padres,
Editorial Sextante