Mimoso era un gatito de pelo bien blanquito. Le gustaba jugar en el jardín de la casa donde vivía y corre detrás de lindas mariposas de colores.
Pese a ser muy juguetón, Mimoso era un gatito muy bueno. Tenía, sin embargo, un gran defecto: ¡era muy goloso! ¡Le gustaba mucho comer y comía demasiado!
Cuando su ama le servía la leche en un platito, Mimoso bebía, bebía hasta no poder más. Llegaba a estar tan cansado que era obligado a tumbarse un poco para reposar. Buscaba entonces una sombra en un árbol y allí pasaba durmiendo y alisando los bigotes, horas y horas sin poder moverse.
Y, ¡cómo Mamá Gata se quedaba triste! Llegaba cerca de hijito comilón, movía la cabeza y decía, maullando tristemente:
- Ah! Mi hijo... Un día, quedarás enfermo ¡enfermo de tanto comer!... Mimoso, sin embargo, bostezaba feliz. Estiraba una patita para hacerla servir de cojín, tumbada en ella y contestaba cerrando los ojos, listo para hacer una buena siesta.:
- Bueno, mamá, comer demasiado es bueno ¿No ves como estoy gordo y guapetón? Así, tendré siempre bastante salud.
Mamá Gata maullaba triste y lo decía una vez más:
- Como te equivocas, hijito... Es bueno comer bastante, pero nadie gana en salud comendo demasiado... Y, además, es muy feo ser un comilón.
Sin embargo, el gatito no corregía su gran defecto.
Un día, de volta de sus juegos por el jardín, Mimoso encontró en la puerta de la cocina un plato llenito de comidita. Y, ¡como olía!... ¡Carne picadita con trocitos de queso! Los ojos de Mimoso se abrieron de placer y en un instante se lo trago todo de un solo golpe. Después se lamió los bigotes y se puso a maullar. Quería aún más comida. Entonces, el niñito de casa le trajo más estofado, esta vez, con trocitos de salame y mortadela.
Mimoso abrió desmesuradamente los ojos una vez más ¡Salame!... ¡Mortadela!... ¡Qué cosa más buena!... Y, nuevamente, en un ratito, el plato quedó vacío. Ahora sí, estaba satisfecho, pero tenía sed. Tomó agua, bastante agua...
Ya iba de camino a su lugar preferido debajo del árbol, cuando apareció la dueña de la casa con un bol en la mano.
El gatito goloso paró, miró bien y, viendo que era nueva comidita, regresó. Pero la señora de la casa dijo, echándole bronca:
- Vete a tumbarte, - dio ella – ya comió demasiado. Esto es para luego, pues salgo y solo regreso mañana...
Mimoso era muy listo y sabía que si se portaba mal, su ama estaría muy molesta con él, de verdad. Entonces, fue saliendo poco a poco ¿Qué habría en aquel plato?... Carne, seguramente, no era. . . ¿Mortadela y queso?... ¡No!... Ya le habían dado bastante y sabía por experiencia que tan pronto no comería aquel bocado delicioso. Salame, tampoco. Ah, si pudiera saberlo...
El gatito comilón espero un poco antes de tumbarse. Sabía que, si lo hiciera, no podría levantarse luego. Estaba con la panza muy llena.
Cuando todos salieron y la casa estaba silenciosa, Mimoso se acercó del plato. No iba comer, de eso nada, puesto que no tenía hambre y su estómago estaba muy lleno. Solo queria echar un ojo...
Llegó más cerca y, entonces ¡ Qué maravilla! Sentió um olor muy rico que él conocía muy bien.
- ¡Leche! - gritó él en un maullido. – ¡Leche calentita y con migas de pan! La cosa que más me gusta ¡Qué pena haber comido tanto estofado!... Pero, voy a dar una lamidita, solo una lamidita.
¿Una lamidita?... ¡Qué va!... Sintiendo el gusto de la leche calentita, no se contuvo!...Dio muchas lamiditas y solo paró cuando el plato estaba vacío ¡vacío!....
Entonces, Mimoso levanto el hocico. Estaba cansado, no podía ni respirar bien. Tenía los ojos muy asustados. Se sentía mal, le dolía la cabeza y la panza. Quiso caminar, se dirigió hacía su árbol con el objetivo de tumbarse, pero sus piernecitas estaban pesadas y parecía que todo giraba, giraba delante suyo. No pudo más. Se tiró al suelo y allí estuvo, gimiendo, gimiendo.
Mamá Gata, cuando encontró al gatito gimiendo de dolor y miró al plato vacío, comprendió todo. Soltó triste maullidos y lamiéndole la cabeza para aligerarle el sufrimiento, decía pesarosa:
- ¿Viste hijito lo que te pasó?....Mamá tenía razón ¿no es así?
Mimoso cerró los ojitos muy débil. Tenía mucho dolor, pero también sentía mucha vergüenza…..
Tres días estuvo enfermo y, cuando mejoró, parecía otro. Andaba triste, desanimado y tan débil que se quedó que durante mucho tiempo no pudo corretear por el jardín detrás de las mariposas con alas de colores.
Pero Mimoso aprendió una gran lección y se corrigió, a final, de su gran defecto. Y desde entonces, también Mamá Gata nunca más, nunca más necesitó soltar maullidos tristes, tristes…
Bibliografía: LOPES, Heloina; ALCALDE, Sonia - Conte Mais - Vol 1 - FEB.
Traducción: Carolina Teles - Barcelona/Espanha