Despertar y mantener el interés por una narrativa, facilitando el proceso de aprendizaje es un arte: el arte de contar historias.
Jesús fue Maestro en ese arte. Las parábolas evangélicas (historias de fondo moral, envolviendo situaciones cotidianas) tocaban el corazón del pueblo, divulgando el mensaje de amor del Cristo.
Las historias relacionadas abajo fueron retiradas, en su mayoría, del periódico Seara Espírita, de responsabilidad del Grupo Espírita Seara do Mestre, publicación mensual, actualmente con 50.000 ejemplares, y otras fueron creadas por evangelizadores para sus clases de evangelización.
* "La infancia bien educada dará ensueño a una juventud bien estructurada.
Naturalmente tal juventud producirá una sociedad de adultos donde las tónicas serán el trabajo, la honestidad, la fraternidad, la honradez y la fe robusta. No perdamos la preciosidad de la edad infantil. Si el niño es el futuro ya presente, invirtamos en él".
Trecho extraído del texto El niño, retirado del sitio: www.momento.com.br
Haz clic aquí para conocer el periódico Seara Espírita.
Conozca y sepa como adquirir el libro Universo Infantil (en Portugués) de autoría de Claudia Schimidt, lanzado por la Librería y Editora Francisco Spinelli de la FERGS - Federación Espírita del Rio Grande del Sur, muchas de ellas publicadas en este link en Español. |
Entre las historias publicadas abajo se encuentran las de la autora Célia Xavier Camargo. Historias encantadoras y de gran sensibilidad que nos llevan a maravillosos momentos de reflexión y aprendizaje. Para facilitar la búsqueda, las historias están separadas por asunto y poseen un asterisco en rojo.
Las historias de autoría de Célia Xavier Camargo se encuentran, también, publicadas en portugués, inglés y español en la Revista Semanal de Divulgación Espírita El Consolador.
Zazá vivía en un pueblo con su familia. Tenía un primo que se llamaba Léo que vivía en una gran ciudad y le encantaba pasar las vacaciones en casa de Zazá. Le gustaba subir en los árboles, bañarse en el río, correr por el césped. Pero él no conocía muchas cosas de la vida en el campo y cuando alguien intentaba enseñarle algo, incluso sobre algunos animales más peligrosos, él decía que no hacía falta, puesto que vivía en una ciudad y venía al pueblo raramente. Zazá pensaba que él no sabía cosas muy simples, como que la leche viene de la vaca.
Cleusa Lupatini, evangelizadora del Grupo Espírita Seara del Mestre.
Cerca de la casa de Zazá vivía el señor José, un vecino muy querido que tenía un colmenar.
Un día Léo salió solo y vió unas cajas con unos insectos volando en vuelta y quedó muy intrigado. El niño no resistió la tentación y lanzó una piedrita. Los insectos volaron en su dirección, pero por suerte él encontró un estanque lleno de agua y se lanzó dentro y estuvo lanzando agua a los bichitos hasta que ellos volaron. Asimismo terminó con una picadura de unos de los bichitos.
Léo estaba muy enfadado y prometió a si mismo que iba vengarse.
Al día siguiente se despertó muy pronto y fue hasta el cobertizo para buscar alguna cosa para exterminar a los insectos. Encontró un envase con un líquido dentro que decía en la etiqueta “PELIGRO”.
- ¡No sé muy bien lo que es esto, pero los bichitos se van a arrepentir! – pensó en voz alta el niño, mientras se dirigía a las cajas donde estaban los bichitos que lo habían perseguido y picado la noche anterior. Lanzó el veneno y regresó corriendo para desayunar con Zazá.
- Tengo un hambre…..ese pan con miel debe estar muy bueno.
Pasadas algunas horas el señor José llegó a casa de Zazá lamentando haber encontrado muchas de sus abejas muertas.
Léo, que estaba cerca y oyó la conversación, quedó rojo de vergüenza y salió despacito. Se sentó debajo de un árbol y estuvo allí pensando en la tontería que había hecho y pasado la mano por su picada, Cuando su prima llegó, preguntó si algo había sucedido, puesto que había encontrado Léo muy raro. El niño decidió contarlo todo.
- ¿Estás loco niño? Los bichitos que has matado son las abejas que producen la miel que tanto te gusta. Ellas trabajan mucho para producir la miel y merecen nuestro respeto. Además de cosas muy buenas como la miel, también se preparan muchas medicinas. Y hay algo muy serio, niños no deben tocar en cosas que no conocen, puesto que aquel líquido que has tocado es veneno y podrías haber muerto! Piense bien en todo esto y vete a pedir disculpas y explicar lo sucedido al señor José.
El niño nunca había sentido tanta vergüenza, pero hizo lo que su prima dijo. Sr. José le perdonó y le explicó muchas cosas sobre las abejas, haciéndole saber incluso que existe una tal abeja reina.
Zazá entonces comprendió que él había hecho lo que hizo por no tener conocimientos y decidió enseñar algunas cosas básicas a su primo sobre la naturaleza y la vida en el campo. Léo se sorprendió al saber que la miel viene de las abejas, los huevos de la gallina, la lana de las ovejas y mucho más…
Después de algunas clases él ya estaba bastante bien preparado y comenzó a interesarse en aprender más, principalmente sobre los animales, y hasta empezó a decir que sería veterinario de mayor.
[Início]
Alguien, no se sabe quién, lanzó una semillita por la ventana o, va a saber, ella saltó para huir de alguna cosa. Ella cayó y fue saltando, saltando hasta parar en los pies de un chico, Pedrito, que volvía de la escuela.
Pedrito fue pateando aquella semilla hasta estar harto de ella:
- Chau para ti, semillita rara, tengo mejores cosas que hacer que patear semillas – dijo el chico dando la última patada.
Pobre semillita, muy triste terminó en el rincón de una acera bajo un sol de justicia. Llegó la noche y ella pudo refrescarse un poco, pero en la mañana siguiente fue barrida por los barrenderos que cuidan la limpieza de las calles.
Y la semillita pensaba: “¿será que nadie se importa conmigo? ¿Nadie me va a plantar?” En este momento, Pedrito, que estaba yendo a la escuela, sintió una cosa en sus zapatos ¿Sabéis que era? La semillita.
- Tú, otra vez, semillita, ya jugué contigo ayer, hoy no tengo tempo. Y una vez más, ella fue lanzada a un rincón de la calle.
Las personas pasaban, la pisoteaban sin ni al menos verla.
La semillita lloró, pero no desistió “alguien me va a notar, aquel chico es mi esperanza, igual a la vuelta...”.
¿Sabéis que pasó? Al volver de la escuela, Pedrito encontró la semillita, cuando la pateó, sin querer:
- Estoy harto de encontrarte en mi camino, tengo que solucionarlo – dijo el chico, mientras juntaba la semilla.
¿Sabéis lo que él hizo? Cuando llegó a casa fue hasta el jardín y enterró la semilla ¿Por qué él enterró la semilla? ¿Para ya no más encontrarla o bien para que ella creciera? Tú elijes.
En aquella misma noche, llovió. Amaneció con un bello sol. Cuando Pedrito despertó, ¿qué habrá pensado? Igual pensó “estoy libre de aquella semillita que vivía persiguiéndome.
Los días se pasaron. En un domingo Pedrito despertó y fue a jugar en el jardín. ¿Sabéis lo que él vio? Esto mismo, la semillita estaba convirtiéndose en un arbolito. El chico estuvo muy contento y pasó a cuidar de la plantita. Y ella fue creciendo y fue dando semillas que se convirtieron en más y más arbolitos.
Y así fue como Pedrito aprendió a gustar y respectar las plantas. Hoy él es un chaval y ya posé una enorme plantación de árboles de todos los tipos y reparte esquejes de varias especies por muchos sitios, donándolos a los que no pueden comprar. Él sabe de la importancia de las plantas de la naturaleza y busca enseñar a las personas que respetar la naturaleza y cuidar las plantas es ayudar a construir un futuro mejor.
Cleusa Lupatini
[Pinche aqui] para ver los dibujos hechos por Cleusa Lupatini, evangelizadora del Grupo Espírita Seara do Mestre
[Início]
Hace mucho mucho tiempo, cuando el Papá del Cielo ha creado nuestro Planeta, Él le puso cerquita de una estrella brillante. ¡Esta estrella se llama Sol! Utilizar un sol de tejido y pelota o globo azul para ser el planeta Tierra.
Historia creada por la evangelizadora Carina Fiorim Comerlato
Tiempos después, en un día de invierno, hacía un frío muy fuerte, todos los animales de la foresta buscaban protegerse del malo tempo en sus casitas o tocas, el viento era tan fuerte y helado que nadie tendría coraje de salir al aire libre. Nadie, menos un animalito, bien pequeño, muy fofo que resolvió dar un paseo a la noche. ¿Saben quién era? Un buhito. Los búhos son bichitos que a ellos les gusta mucho salir a la noche para cazar sus alimentos, sólo que había un problema: estaba mucho frío, no había insectos en aquella región para comer, entonces el búho preciso caminar mucho, muy lejos en busca de comida, luego se alejó de su casa. Maqueta de unicel y EVA para ser la foresta y un búho de EVA o tejido.
Buscó, buscó algún alimento y cuando él percibió la distancia que estaba de su casa resolvió volver, sólo que en este rato empezó a nevar en la foresta.
La nieve fue cayendo, cayendo... cada vez más fuerte y el búho, que ya estaba temblando de frío, acabó por quedarse presa en el hielo. ¿Y ahora qué ella iba a hacer? - Ai, ai, ai mis piecitos, decía ella, y ahora, ¡¡¡alguien precisa salvarme!!! Pero, con todo aquel frío, nadie apareció. Confeccionar la nieve con EVA blanco picado bien fino.
La noche pasó y el búho preso en el hielo quedó..., rezando para que apareciera alguien que le salvara hasta que... ¿Saben lo qué ocurrió?
El día empezó a amanecer y, con él... El sol con sus rayos de luz calientes empezaron a calentar todo aquel hielo que prendía el búho, hasta que él consiguió soltar un piecito, después el otro... y zupt! ¡Salió corriendo todo contento de vuelta para su casita!
Pensó él: “¡Gracias solecito querido por su calor que me salvo, gracias papá del cielo por haber creado esa estrella tan importante para nuestra vida!”
Traducción: Pâmela Martins.
[Inicio]
El Grillo Antenor era un cara legal. Él era conocido por muchos animales, pues solía hacer largos paseos nocturnos por la Foresta a fin de conocer otros animales y hacer nuevas amistades.
Claudia Schmidt
La Foresta era un sitio lindo, lleno de bellas flores, árboles, y todo tipo de alimento: plantas, frutos y un lago lindo, donde era posible beber agua limpia. Antenor, el grillo, vivía a la orilla de este lago, en una bella casita construida por él. Él tenía muchos vecinos, que también vivían cerca del lago y que eran sus amigos.
Cerca del lago, sin embargo, en el lado opuesto, vivía el sapo Valdemar, un cara muy trabajador y que le gustaba quedarse en casa, leyendo y escuchando música.
Una noche, Antenor decidió pasear para un lado donde nunca había ido. Él había oído hablar que para el lado leste de la Foresta vivía un pájaro llamado Janjão, que sabía prever cuando iba a llover con exactitud. ¡Y a él le adoraba saber la previsión del tempo!
Todo iba bien en el paseo de Antenor y él seguía cantando. De repente, empero la luna desapareció y todo se quedó oscuro. Antenor, que no tenía miedo del oscuro, continuó su paseo. Fue entonces que él sintió una cosa extraña en sus pies... La Tierra estaba diferente...
- ¡Socorro! - gritó Antenor. ¡Socorro!
Él había caído en un pantano. Pantano es un lugar donde la tierra es húmeda, y los animales pueden ahondar hasta morir sufocados! El pantano era cercado por alambre farpado, pero como estaba muy oscuro Antenor no vio el peligro.
En aquel momento de dificultad, Antenor aún conseguía fuerzas para hacer una oración para su ángel de la guardia. Y empezó a gritar:
- ¡Socorro! ¡Estoy naufragando!
¡Qué final trágico para Antenor! Él estaba asustado. Fue cuando oyó:
- ¿Dónde está usted?
- Aquí – grito de vuelta el Grillo. ¿Quién sería? - pensó Antenor.
Era Valdemar, el sapo, que pasaba por allí. Él estaba yendo buscar un libro prestado en la casa de Diógenes, un sapo amigo suyo que vivía en el lado leste de la Foresta.
Valdemar vio entonces el grillo y sin llegar muy cerca, para no caerse en el pantano también, pego una varita y extendió hasta el grillo.
Antenor seguro firme y Valdemar pujó el grillo para fuera del pantano.
El grillo agradeció mucho por la ayuda. ¡Valdemar tenía salvado a su vida!
Luego los dos se presentaron y quedaron amigos.
En aquella noche fueron juntos hasta la casa del pájaro Janjão, y quedaron sabiendo de muchas cosas sobre la previsión del tiempo. En el camino de vuelta, cogieron el libro prestado con Diógenes, el amigo de Valdemar.
Charlando, descubrieron que a ambos les gustaban mucho la música. Antenor empresto sus cds de música sertaneja para Valdemar, que se quedó muy contento. Ellos están hasta pensando en formar una pareja sertaneja para cantar en la Fiesta de la primavera en la Foresta.
Y pensar que todo empezó con una actitud de colaboración de Valdemar. Pero él sabe que ayudar el prójimo hace bien a quien es a quien es ayudado y a quien ayuda.
Traducción: Pâmela Martins.
[Dibujos]
[Inicio]
Los ojos de Rodrigo brillaron cuando él vio el regalo enviado por su tía: un skate.
Claudia Schmidt
Cogió su skate, puso un pie y… se cayó. Percibió, entonces, que al lado del skate había un capacete, rodilleras, coderas y un sobre. Puso el equipamiento de protección. Puso el equipamiento de protección y descubrió que en el sobre había una carta de su tía. En ella la tía le daba felicitaciones al sobrino por su cumple y acordaba que andar de skate puede ser peligroso y que era n una cualidad que Rodrigo aún no tenía: paciencia. Pero decía también que para aprovechar bien el regalo, él debería usar la fórmula: E = E + E + T + P, que venía explicada en tres papelitos azules, enumerados y que él debería abrir un papelito por día, a fin de entender el recado.
Al chico le pareció extraño, pero adoraba a su tía, que siempre tenía ideas divertidas, y resolvió entrar en el juguete.
Así, abrió el papelito número uno. En él estaba escrito sólo: EVOLUCIÒN = ESTUDIO + E + T + P. Y, abajo, en letras menores: Observa los buenos ejemplos.
¿De qué se trataba? ¿Una fórmula de matemáticas? Él no entendió.
- Creo que su tía le está queriendo enseñar a andar de skate le dijo su madre, con una cara de quien ya conocía el esquema.
¿Cómo así? Doña Ana dijo entonces que aprender es una forma de evolucionar y que la tía debía estar refiriéndose a aprender a andar de skate. Y que no diría más nada. El chico se quedó más intrigado. Entendió la parte de la EVOLUCIÒN, pero y el ESTUDIO. ¿Cómo así, estudio? Él no conocía sitios o libros sobre cómo andar de skate... Pensó un poco y resolvió ir hasta la pista de skate cerca de su casa, para observar los buenos ejemplos, según decía el papelito.
Llegando allí, intentó nuevamente andar y… nueva queda. Entonces se sentó encima del skate y quedó observando... Miró como los chicos se equilibraban con los brazos y las piernas. Y así pasó la tarde: observaba, estudiando los movimientos de los otros skatistas e intentaba hacer también. Llegó en casa, por la tarde, cansadísimo, pero satisfecho con sus avanzos.
En el día siguiente, abrió el segundo papelito. En él estaba escrito: EVOLUCIÒN= ESTUDIO + ESFUERZO+ T + P. Pensó que era lo que él había hecho en el día anterior: estudiaba los movimientos de los chicos y se esforzaba en hacer igual. Así, al final del segundo día, Rodrigo ya andaba de skate, pero sin la sutileza que tanto admiraba en los demás skatistas.
Tras abrir el tercer papelito, el chico leyó: EVOLUCIÒN = ESTUDIO + ESFUERZO + TRABAJO + PERSEVERANCIA. Cuando volvió a casa en aquella tarde, percibió que era verdad lo que decían los papelitos, pues para realizar su sueño de participar de los campeonatos de skate sería necesario mucho trabajo, durante mucho tiempo, a final, las manobras radicales no eran tan fáciles como él imaginara.
En aquella noche, había un correo electrónico para Rodrigo. Era de su tía preguntando si a él le había gustado el regalo y si había abierto los papelitos en el orden correcto. Ella también explicaba que, así como para andar de skate, que es un tipo de aprendizado, para aprender a tener paciencia Rodrigo podría usar la misma fórmula: EVOLUCIÒN = ESTUDIO + ESFUERZO + TRABAJO + PERSEVERANCIA. O sea, estudiar sus actitudes, entendiendo cuándo y por qué se queda impaciente, esforzarse en cambiar, trabajar la paciencia, practicándola todos los días y no desistir de ser calmo y tener paciencia cuando la situación lo exija. Terminaba el correo prometiendo que venía, luego, ver los progresos de su sobrino skatista.
Aquel fue un cumpleaños especial, pues Rodrigo aprendió a usar la fórmula E = E + E + T + P para volverse en un óptimo skatista y, principalmente, para adquirir otras virtudes importantes a lo largo de su vida.
Historia inspirada en artigo de Orson P. Carrara (F=PN+CT+FF) publicado em el Seara Espírita de mayo/2005.
Traducción: Pâmela Martins.
[Inicio]
Mientras iba para la Evangelización Infantil en el Grupo Espírita, Jo se acordó que, en su Colegio, la próxima semana sería la Semana de la Familia. A ella no le gustaba esta fecha porque sus padres no vivían juntos y, en el año anterior, su padre trajo la novia para la Fiesta del Colegio.
Claudia Schmidt
Cuando la clase de Evangelización empezó, Jo descubrió que el asunto era Familia. Ella se escondió detrás de un libro, pues no quería hablar sobre eso.
Pero luego se interesó por las fotos y figuras de varias familias: algunas con la figura del padre, de la madre, de los hijos y abuelos, otras, el padre había desencarnado y en la foto estaban solamente la madre y los hijos; había una en que los padres se apartaron y viven en casas diferentes, y otra en la cual el hijo vive con la madre y hace mucho tiempo no ve a su padre pues que vive en otro Estado.
Luego los niños empezaron a contar sobre sus familias: Fabio vive con sus padres y los abuelos; la madre de Edu ha desencarnado y él vive con su padre; José vive con su mamá y su papá, y su hermano mayor vive en otra casa con la mujer y los hijos; Gil vive con la madre, su padre vive en otra casa, y sus abuelos viven en otra ciudad. Jo contó que sus padres se habían apartado, y que ella vivía con la madre y los hermanos.
La evangelizadora explicó, entonces que familia no son solamente las personas que viven en la misma casa, pero las que están unidas por los lazos de afecto. Y que los padres que han desencarnado no dejan de hacer parte de la familia, sólo que viven ahora en el Mundo Espiritual, y de allá aman y cuidan de sus hijos.
- Entonces, ¿cuál es la mejor familia? – preguntó Adriana, la evangelizadora.
Nadie contestó. Jo pensó en una familia con padre, madre e hijos, todos viviendo en la misma casa.
La evangelizadora miró a cada alumno y apuntó diciendo: - ¡La suya! Apuntó para otro y dijo la misma cosa. Y así hizo con todos los niños.
Y concluso:
- No existe una familia ideal. Cada uno tiene la familia cierta. Lo que hay son diferentes tipos de familia, cada una con sus características, ¡pero cada familia es especial!
A menudo, los niños comprendieron que cada uno elige reencarnar en la familia que es más indicada para lo que necesiten aprender en la vida. Y que familia es un grupo de personas que se reúnen para que se ayuden y evolucionen juntas.
En el final de la case, Jo dibujó su familia: la madre, el padre, los hermanos, y los abuelos que ya habían desencarnado, a final, aquella no era una familia diferentes, pero una familia especial, la suya.
Seara Espírita nº 84 - noviembre de 2005
Traducción: Pâmela Martins.
[Divirta-se] [Inicio]
(...) Es verdad que en la mayoría de los animales domina el instinto. ¿Pero no ves que muchos obran denotando acentuada voluntad? Es que tienen inteligencia, sino que limitada. No se podría negar que, además de tener el instinto, algunos animales practican actos combinados, que denuncian voluntad de operar en determinado sentido y de acuerdo con las circunstancias (...) El Libro de los Espíritus, cuestión 593.
Claudia Schmidt
José es frentista hace muchos años. Él trabaja por la noche, en una gasolinera de una pequeña ciudad del interior del Rio Grande do Sul.
En una noche fría, apareció en la gasolinera una perrita hambrienta, que se acercó de José, abanando el rabito.
El frentista dio comida y atención a Negra, como fue llamada la perra vira lata. A lo largo del tempo, ella fue adoptada por todos los funcionarios de la gasolinera, y cada uno cuidaba de ella a su manera: charlando, alimentando, jugando, dando agua limpia, haciendo de negra una mascota del sitio.
Ella solía dormir buena parte del día y seguía a José por todas partes, durante la noche. Fue él que percibió que la perita engordaba a cada día y, en poco tempo, tendría cachorritos
El día del parto llegó, o mejor, la noche. José ayudó en el nacimiento de los once cachorritos y todos los funcionarios de la gasolinera ayudaron, en el tiempo cierto, a buscar un hogar bondadoso para cada uno de los cachorritos.
Negra no se sentía sola, tenía la compañía y la amistad de todos que trabajaban en la gasolinera y hasta algunos clientes. Pero su amigo preferido era José, que sabe que los animales son parte de la creación de Dios, nuestros hermanos. Él da a Negra un cariño especial y hasta hizo para ella una ropa para las noches frías del invierno.
La mascota acompañaba José en la madrugada en la cual llegaron a la gasolinera tres jóvenes alcoholizados.
- ¡Es un asalto! - anunciaron.
Y, nerviosos y en desequilibrio, batieron en José, que se cayó en el suelo.
Negra, entonces, empezó a ladrar muy alto, como nunca hubiera hecho, y a morder los asaltantes. Mientras ella amenazaba los tres jóvenes, José consiguió huir y llamar ayuda.
Debido al ruido, a las mordidas y a la determinación de Negra, los jóvenes desistieron del asalto, marchándose sin llevar nada.
Cuando José contó el ocurrido para sus compañeros, Negra fue considerada una heroína. Ella, además, parece saber que fue solamente una manera de retribuir el cariño recibido.
Tener un bichito de estimación, dándole cariño, atención y los cuidados necesarios, como alimentación, hogar, agua limpia, es abrir puertas para que la bondad de Dios se manifieste de diversas formas, como ocurrió con José y Negra. Convivir con los animales es una oportunidad de desarrollar virtudes como la responsabilidad, el respeto, el cariño y amor mutuos.
Historia basada en hechos reales.
Traducción: Pâmela Martins.
[Inicio]
Zezé, el elefante, estaba triste. Él se creía gordo y desajustado. En verdad, quería ser como Filó, la jirafa. Sin embargo, tras contar a la amiga jirafa su sueño en ser alto y elegante como ella, descubrió que Filó se creía alta e demasiado, y no le gustaba su cuello. Ella contó, entonces que deseaba ser como Lico, el vedado, ágil, rápido y con la altura cierta.
Claudia Schmidt
Charlando con Lico, descubrieron que él se consideraba muy frágil y, en sus sueños se veía fuerte como Ian, el león.
Superando el miedo que sentían de Ian, fueron buscarle, para preguntar cómo era ser fuerte, ser el rey de la foresta. Pero encontraron Ian triste y aislado. El león tenía muy pocos amigos, pues tenía fama de ser iracundo, y todos tenían miedo de volver su cena.
Como no consiguieron decidir quién era el mejor bicho, resolvieron hacer un concurso para elegir el más bello de la foresta, el animal ideal. Y fueron buscar Zilá, el búho, para juntos resolver las reglas del campeonato.
Zilá era un estudioso del comportamiento animal, que sorprendió a todos cuando dijo:
- ¿Que importa ser el más bello, el animal ideal? Dios creó cada animal de una manera especial con características propias. Y, ahí está la belleza de la creación. ¿Ya pensaron si solamente existiesen leones o mariposas?
Zilá también explico que cada animal tiene sus propias virtudes, y que es importante cada uno aceptarse como lo es, valorando lo que tiene de bueno y esforzándose para ser cada vez mejor, desarrollando cualidades como el amor, el perdón, el respecto, la amistad.
Zezé, Filó, Lico e Ian pensaron mucho en lo que dijo Zilá. Y no realizaron el concurso.
A partir de esa charla, Zezé paró de reclamar de su peso y empezó un programa de ejercicios; Filó se aceptó como era, alta, delgada y dejó de ser chismera; Lico se tornó más alegre y satisfecho con la vida e Ian tiene se esforzado en ser más simpático y calmo y a hacer nuevos amigos. Así, todos colaboran para que la foresta se vuelva en un sitio mejor para vivirse.
Traducción: Pâmela Martins.
[Inicio]
Durante una clase de Evangelización, entre todas las cosas que la profesora habló, Bentinho grabó mentalmente de modo especial que todos tenemos tareas que cumplir y que debemos siempre hacer el bien a los otros.
Tía Celia.
Bentinho, chico experto e inteligente, oyó y guardó dentro del corazón las palabras de la profesora.
Al día siguiente, en el horario del recreo, vio a una compañera intentando resolver un problema de matemática. Bentinho se acordó de lo que la profesora había dicho y no tuvo dudas, paró y, como tenía facilidad para las matemáticas, en pocos minutos resolvió la cuestión.
La chica agradeció, encantada, y Bentinho se alejó satisfecho, pensando: Hice mi primera buena acción del día.
En la salida de la escuela, pasó por una casa donde un pequeño intentaba subir una cometa sin mucho éxito. En un impulso, se aproximó y, tomando el juguete de las manos del niño, rápidamente colocó la cometa en el cielo.
El chico lo agradeció, sorprendido, cogiendo el carrete de línea que mantenía la cometa en el aire, y Bentinho prosiguió su camino sintiéndose cada vez mejor. Había Hecho su segunda buena acción del día y un gran placer lo inundaba por dentro.
Más adelante, poco antes de llegar a su casa, vio a un niño abajo junto a una bicicleta. Se aproximó y notó que él andaba con problemas. La correa se había salido del lugar. Inmediatamente, Bentinho se arrodilló y, con presteza, arregló la correa. El niño lo agradeció y se fue.
Bentinho entró en casa todo orgulloso.
Contó a la madre lo que había hecho en aquella mañana y ella le dio las felicitaciones por la ayuda a los tres niños. Después, preguntó:
— ¿Y ahora? ¿Qué pretendes hacer, hijo mío?
— Voy a almorzar y después me quedaré allí fuera viendo si puedo ayudar a alguien más.
La madre escuchó y no dijo nada.
Después del almuerzo Bentinho quedó en el portal, esperando lo que iba a ocurrir.
Más tarde él volvió para la casa, satisfecho y contó a la madre:
— Mamá, ayudé a una señora a atravesar la calle. Después, ayudé al cartero a entregar toda la correspondencia.
Bentinho paró de hablar, sonrió y concluyó lleno de orgullo:
— Estoy exhausto, pero muy feliz mamá. Ahora voy a tomar un baño, cenar y dormir.
La madre lo miró con seriedad y replicó:
— Bentinho, muy loable tu deseo de ayudar a las personas, hijo mío. Sin embargo, y tus tareas, ¿quienes las hará?
Bentinho abrió los ojos, como si sólo en aquel momento se hubiera acordado de sus deberes.
— Pero, mamá... — tartamudeó, decepcionado — ¡creí que estaba haciendo las cosas correctas!
— Sí, hijo mío. Sólo que ayudar a los otros es algo más que podemos hacer, sin olvidar nuestras propias obligaciones. ¿La profesora no dijo que todos tienen sus tareas que cumplir?
— Es verdad. ¿Y ahora?
— Ahora, tú tienes los deberes de la escuela por hacer, el cuarto por arreglar, los juguetes para guardar. ¡Ah! Y aun quedó por reparar la bicicleta de tu hermano, ¿te acuerdas?
— ¡Pero ya es tarde! — protestó el chico.
— No es tan tarde. Tú tienes aun algún tiempo antes de cenar.
Viendo que la madre estaba inflexible, Bentinho bajó la cabeza y fue a cumplir sus obligaciones. Enseguida, tomó el baño y cenó. Tras la comida, extremadamente cansado, fue inmediatamente a dormir.
La madre entró en el cuarto para hacer la oración con él.
Se sentó en la vera de la cama y, acariciando los cabellos del hijo, dijo:
— Hijo mío, yo estoy muy orgullosa de ti hoy. Hiciste las cosas correctas ayudando a las personas. Sólo que, en el impulso de ser útil no podemos superar el límite de la ayuda realizando la tarea por el otro.
— ¿Cómo es eso, mamá?
— Por ejemplo. Haciendo la tarea de matemática para tu compañera, tú la impediste de aprender. Lo más correcto sería haberla enseñado a resolver el problema. ¿Entendiste?
— Entendí, mamá. ¿Quieres decir que yo podría haber ayudado al pequeño a subir la cometa, pero no a hacerlo por él, no es? Así también con el chico de la bicicleta. Si yo lo hubiera enseñado a colocar la correa, en otra ocasión él sabría hacer eso solo. ¿Y el cartero?
— La cuestión del cartero es más compleja, hijo mío. La responsabilidad por entregar la correspondencia le pertenece a él. El cartero gana para eso. ¿Y si tú hubieras hecho algo equivocado? ¿Cómo entregar una correspondencia importante en una dirección diferente? ¿O si perdieras una carta? La responsabilidad sería de él y él sufriría las consecuencias
— Tienes razón, mamá. Pero creo que actué bien cuando ayudé a la señora a atravesar la calle.
— Exactamente, hijo mío, aunque todo lo que tú hiciste hoy haya sido bueno. Sólo no debemos quitar la oportunidad de las personas de aprender haciendo sus obligaciones.
— ¡Ni de nosotros olvidarnos de hacer las nuestras!
Bentinho estaba contento. Había sido un día diferente y muy productivo.
Abrazó a la madrecita con amor, y, juntos, hicieron una plegaria a Jesús, agradecidos por las lecciones de aquel día.
Traducción: Isabel Goncales e revisao Yolanda Duran
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Laurinho tenía tan solo ocho años, pero era muy despierto e inteligente.
Tía Celia.
Cierto día, en el colegio, él escuchó a la profesora hablar sobre la existencia del “alma” explicando que ella es inmortal y, por ello, ya existía antes de esa vida y continuaría existiendo después de la muerte del cuerpo. Para finalizar, la profesora, que era espírita, completó:
— El sueno es un estado muy parecido al de la muerte, porque el espíritu se desprende del cuerpo e va para donde quiera irse. La diferencia es que, del sueño, recordamos todas las mañanas; y, cuando ocurre la muerte del cuerpo material, el espíritu no vuelve más a habitar aquel cuerpo de carne.
Laurinho escuchó con mucha atención y se preocupó con las palabras de la profesora.
En verdad, no entendía muy bien como eso podría pasar. Además, no sabía se creía en “espíritus”.
— Será que tenemos de verdad un alma o espíritu? — preguntó.
— Nosotros no tenemos un alma o espíritu, Laurinho. “Nosotros somos” el espíritu — respondió la profesora.
Laurinho estaba supreso. Ele nunca oyera a nadie hablar sobre ese asunto!
Así, volvió pensativo u con muchas cheioxx de dudas para casa, exx el resto del día no consiguió pensar en otra cosa.
Por la noche, hizo una pequeña oración para Jesús, que su madre le enseñara, y se acostó. No tardó mucho y ya estaba dormido.
Algún tiempo después, Laurinho se despertó. Sintió sed y fue a por agua.
Se notaba más ligero, bien dispuesto. Al mirar su cama, se llevó un susto. Se vio a si mismo durmiendo.
¿Cómo podría estar en dos lugares al mismo tiempo?!...
Se acordó de lo que había dicho su profesora.
— Que Guay! Entonces, ese es mi cuerpo espiritual y estoy fuera del cuerpo de carne!
Le pareció graciosa la situación, salió de su habitación y caminó por la casa. Sus padres aún estaban despiertos y Laurinho vio a su mamá con labores de ganchillo y a su papá leyendo un libro en su silla de balancear preferida.
Fue hasta la cocina a beber agua, pero no consiguió coger el vaso, pues su mano pasaba por él sin conseguir atraparlo.
Vio a su gatito Xuxu que estaba ronroneando en un rincón de la cocina y fue a jugar con él.
— Xuxu! Xuxu! — le llamó.
El gatito se despertó, soñoliento. Laurinho se acercó y le acarició, que erizando sus pelos, maulló y corrió a esconderse en la habitación de la colada, en medio a toda la ropa, como se tuviera miedo.
Laurinho resolvió dejarle a Xuxu tranquilo y volver a su habitación.
Al pasar por el salón, vio al abuelo Carlos al lado de su mamá. El abuelo, sonriente, le dijo:
— Cuide de tu mamá para mi, Laurinho. Dile que estoy muy bien.
El niño, ya con sueño, volvió para su habitación y se acostó.
Al día siguiente, Laurinho se despertó temprano para ir al cole. Se cambió la ropa y se fue a desayunar a la cocina donde su mamá le preparaba el desayuno.
Se sentaron. La señora le comentó, mientras ponía la leche a su tasa:
— Que raro! No sé dónde está tu gatito. Siempre que nos sentamos a la mesa para comidas, Xuxu se acerca para que le demos algo. Estoy despierta desde hace horas y todavía no ha aparecido.
En aquel momento, Laurinho recordó al sueño que tuvo y le afirmó:
— Sé Se levantó, fue hasta la habitación de la colada, abrió la puerta y Xuxu salió se estirando perezoso.
— ¿Cómo sabias que él estaba ahí? — Preguntó su papá, curioso.
Laurinho les contó su sueño, dejando a sus padres sorpresos. Después continuó:
— Y hay más... El abuelo Carlos, que estaba en el salón a tu lado mamá, me pidió que te cuidara y que te dijera que él está muy bien.
Emocionada, la señora, cuyo padre había muerto hacía unos meses, exclamó:
— Pero tu abuelo ya murió, hijo mío!
— Pues yo le he visto muy vivo, mamá. Y ni siquiera me acordé que ya estaba muerto.
Los padres de Laurinho no pudieron contener su satisfacción y se abrazaron, dándose cuenta que algo grandioso había pasado en aquella noche.
Ellos, que no creían en nada, sentían ahora una nueva esperanza en sus corazones, gracias al sueño de su hijo Laurinho.
Y el niño, de ojos muy vivos, dijo:
— Mi profesora tenía la razón, la muerto no existe…!!
Traducción: Isabel Goncales e revisao Yolanda Duran
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Cierta vez un Ángel de rutilante belleza descendió a la Tierra.
Tía Celia.
Estaba buscando a un niño que pudiera servir de conexión entre la Tierra y el Cielo, y que hubiera desarrollado sentimientos nobles, buena voluntad y el amor al prójimo.
Como recompensa, ese niño tendría la ventura de hacer una visita a planos superiores, con la finalidad de aprender y recrearse, durante las horas consagradas al reposo nocturno.
Pasando por cierta ciudad, el Ángel vio a un chico que parecía simpático. Se aproximó y lo invitó a ayudar a una familia muy necesitada de los alrededores. El niño respondió:
— ¡Ahora no puedo! Necesito destruir un nido de pájaros que andan estropeando las frutas de nuestro huerto. Tal vez más tarde...
Y, diciendo así, cogió la lanza y se apartó.
El Ángel bajó la cabeza muy triste al ver la MALDAD del niño, y se fue.
Más adelante encontró a una niña y se aproximó, esperanzado, invitándola para ayudar a los necesitados. Ella pensó un poco y respondió, pesarosa:
— Ahora no puedo. Es mi hora de juguetear y mis amigos están esperando. Más tarde, tal vez...
El Ángel sonrió levemente al notar el EGOÍSMO de la niña y se apartó, triste.
Más tarde, el Ángel encontró un chico y lo abordó, optimista. El niño, que parecía no tener problema ninguno, vivía en una bella casa y estaba desocupado, respondió inmediatamente:
— ¡Ah! No sé, no. ¿Tiene seguridad de que están necesitados? Vea aquel negro callejero que está en mi portón. Es un vagabundo y busca sólo una manera de aproximarse a mí casa para robar. Esa “gentuza” no me engaña. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Vago! ¡Vete a trabajar!
Al oír las palabras crueles y llenas de ORGULLO del niño, el Ángel se apartó sin decir nada.
Y así, prosiguió en su búsqueda sin encontrar al niño que presentara los requisitos necesarios, es decir, buena voluntad y amor al prójimo.
Estaba casi desistiendo, cuando vio un chico mal vestido. Se aproximó y le hizo la misma invitación, aunque sin mucha esperanza, pues el niño aparentaba ser muy pobre.
Los ojos del niño brillaban al oír la invitación del Ángel y respondió, — ¡Ah, voy sí! ¿El señor puede aguardarme sólo un poquito? Estoy volviendo del mercado donde fui a hacer unas compras para el almuerzo. Vivo aquí cerca. ¿Vamos hasta casa?
El Ángel lo acompañó más animado, notándole la buena voluntad. Llegando allí, verificó la extrema pobreza en que su familia vivía.
Ya en la entrada, el niño habló amigablemente con los pajaritos y gallinas que vinieron al encuentro.
— ¡Ah, mis amigos! ¿Pensáis que me olvidé de vosotros? Aquí está lo que os traje — y, diciendo así, cogió del bolsillo del pantalón un pedazo de pan duro que había conseguido y lo distribuyó a las aves hambrientas.
Enseguida entró en casa.
— ¡Mamá! — dijo el niño. — Voy a salir para visitar a unas personas necesitadas. ¿Puedo llevarles alguna cosa? Deben estar pasando hambre. Sé que tenemos poco, pero yo no necesito nada, por eso llevaré la parte que me toca. No te preocupes con el trabajo; arreglaré la cocina cuando vuelva. ¿Está bien?
Al oír las palabras del niño, el Ángel comprendió que había encontrado lo que tanto había buscado.
Fue con los ojos húmedos de emoción que acompañó al chico hasta el hogar que necesitaba de ayuda.
Con cariño, el niño atendió a todos: Trató con un enfermo, dio un baño al pequeño de la casa y ayudó a la señora en el servicio doméstico. Cuando terminó estaba cansado, pero feliz.
Dijo a la dueña de la casa:
— No se preocupe. Voy a intentar arreglar un trabajo para su marido. Ayudo de tarde en tarde en una casa muy rica y tengo seguridad que el dueño, que es un hombre muy bueno, podrá arreglar alguna ocupación para él.
Hizo una pausa y concluyó:
- ¡Tenga mucha confianza en Dios! Él no nos desampara nunca.
La pobre mujer, más animada, agradeció sensibilizada la ayuda que había recibido, y el chico se despidió, prometiendo volver cuando pudiera.
El Ángel, profundamente emocionado, al dejar la casa dijo al niño:
— ¡Felicidades! Tú mereces un premio por tú BUENA VOLUNTAD y AMOR Al PRÓJIMO. Recibirás, de hoy en delante, toda la ayuda que te sea necesaria para el proseguimiento de tu tarea de ayuda al semejante, porque Dios necesita del concurso de todas las personas de bien para la implantación de su Reino de Amor en la faz de la Tierra.
En aquella noche el chico tuvo bonitos sueños, siendo llevado para regiones más felices del Plano Espiritual donde recibiría instrucciones para trabajar, despertando al día siguiente con ánimo renovado para enfrentar la vida.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Andando por las calles de comercios de la ciudad, Julito, de ocho años, pensaba:
Tía Celia.
- ¿Qué voy a comprar como regalo para papá?
Se aproximaba el Día de los Padres y él quería dar un regalo a su padre, pero que representase su propio esfuerzo.
Consiguió ahorrar diez reais de la paga del mes y le dijo a la madre:
- ¡Mamá! ¿Puedo escoger un regalo para papá? ¡Pero quiero hacer eso solo!
Antes de responder, la madre pensó un poco, y creyó que sería bueno para el hijo: él iba a ejercitar la responsabilidad, aprender a utilizar el libre albedrío, es decir, entre varias opciones de elección, tomar la decisión adecuada a la cuantía que tenía en sus manos; además de eso, saliendo sin acompañamiento, también ejercitaría la independencia.
Después de pensar, la madre decidió:
- Está bien, Julito, puedes ir. Pero espera un momento. Voy a coger el dinero para que lleves.
- No es necesario, mamá. ¡Yo tengo dinero! Ahorré en la paga del mes – afirmó el niño con satisfacción, cogiendo el billete de diez reais del bolsillo del pantalón y mostrándoselo a la madre.
Agradablemente sorprendida, la señora sonrió y dijo:
- Entonces está bien, hijo mío. Cuidado al atravesar las calles y guarda bien tú dinero. ¡Ve con Dios!
El niño se arreglo, se peino el pelo, colocó el billete en el bolsillo del pantalón y se despidió de la madre.
Anduvo por varias tiendas. Las opciones eran muchas. Miró zapatos y camisas, pero eran caros. ¡Un par de zapatos? ¡Ni pensar! No tenía dinero para comprarlos.
Cayendo en la realidad, comenzó a ver cosas más a su alcance. ¿Tal vez un pañuelo o un par de calcetines? ¿Tal vez una caja de chocolate? A su padre le gustaba la música; ¿tal vez un CD de música decidiría la cuestión?
Las dudas eran muchas, y los precios también.
En verdad, mirando las vitrinas de las tiendas, Julito pensaba... pensaba… Él quería dar algo a su padre, a quien amaba tanto, pero que él pudiese acordarse de él siempre. ¡Que el regalo lo acompañase toda la vida!
De ese modo, las cosas de comer estaban descartadas. Una corbata, una caja de pañuelos o un par de calcetines, él lo usaría por algún tiempo, después le daría de lado por haber quedado viejo. El CD, a él podría no gustarle.
Con la cabecita llena de dudas, Julito pasó por una librería y sus ojos se abrieron:
- ¡Un libro! ¿Por qué no pensé en eso antes?
Decidido, entró en la librería y, en medio de los libros que estaban en exposición, ¡halló uno perfecto y con descuento! ¡Era exactamente lo que él quería, y al precio de diez reais! ¡A su padre le iba a encantar!
Mandó envolverlo para regalo, pagó y salió de la tienda todo feliz.
El domingo, Día de los Padres, Julito se levantó pronto y, pasando la mano por el paquete, corrió a abrazar a su padre. Con el regalo escondido en la espalda, él llegó al cuarto del padre todo sonriente.
- ¡Papá, felicidades por tú día! Tengo una cosa para ti. ¡Mira!
E hinchiendo el pecho con orgullo, entregó al padre el bonito paquete amarrado con una bella cinta roja.
- Gracias, hijo. ¿Pero, qué será? – dijo el padre, mostrando curiosidad.
Al abrir el paquete se encontró con un libro.
- ¡Hijo mío! Es un regalo muy valioso. Me encanta la idea.
- Fui yo quien lo escogió, papá. Quería darte un regalo que fuese útil en todas las ocasiones y que, cada vez que lo abrieses, te acordaras de mí.
Conmovido, él exclamó:
- ¡Acertaste de lleno, hijo mío! No podrías haber escogido mejor. ¡Gracias!
Dio un gran y cariñoso abrazo al pequeño Julio. Después, enseñó el libro a la madre.
- Mira, querida. ¡Es un ejemplar de “El Evangelio según el Espiritismo”!
La madre, también conmovida, se abrazó a los dos y quedaron los tres entrelazados.
Sabía que te iba a gustar, papá. Cierto día, te oí a ti decir a mamá que este libro trae mucho conocimiento para quien lo lee y sirve en todos los momentos: en la alegría y en la tristeza, en la salud y en el sufrimiento. Que él consuela, alegra, da paz y esperanza a quien lo necesita.
- Eso mismo, hijo mío. Tú te acordaste muy bien. En esta obra están contenidas las lecciones que Jesús nos dejó para servirnos de guía en la existencia.
Emocionado, en aquel momento el padre pidió que orasen juntos para agradecer a Dios el hijo tan especial que le dio, y también el día que estaba sólo comenzando, pero que prometía ser feliz y lleno de bendiciones.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Era una vez un niño que se llamaba Juquinha.
Tía Celia.
Juquinha estaba muy malcriado. Le gustaba pelear con los otros niños y se divertía en maltratar a los animales.
Los niños se defendían, pero los pobres animales, muy dóciles y humildes, no reaccionaban.
Él vivía tirando piedras a los pajaritos y destruyendo sus nidos; tiraba del rabo de los gatos, golpeaba a los perros y arrancaba plumas a las gallinas.
¡Un horror! A nadie le gustaba él.
Su madre, que era una mujer muy bondadosa, compadecida de la suerte de los animales que tenían la infelicidad de caer en las manos del niño, intentando corregirlo lo aconsejaban con cariño:
- ¡Juquinha, hijo mío! Ten cuidado. ¡Un día tú te vas a arrepentir! ¿Qué mal te hicieron esos pobres animales? Ellos son hijos de Dios, como nosotros, y merecen todo nuestro respeto y cariño.
¡Pero, no es nada! Juquinha sacudía los hombros, hacía un gesto y se iba a jugar, sin importarle los consejos de su madre.
Un día Juquinha decidió salir para pasear a su perro Totó.
El perro iba delante, todo satisfecho, moviendo el rabo. ¡Era tan difícil que Juquinha lo invitara a salir!
Caminando por la calle, el niño vio una pequeña rama que había caído de un árbol. Lo cogió, hizo con ella una varita, y comenzó a agitarla en el aire. Después, teniendo otra idea, con malas intenciones, amenazó a Totó con la varita, como si fuera a golpearle a él.
El perrito, que de vez en cuando miraba para atrás, vio el gesto y notó la intención del niño.
Totó, que ya estaba cansado de los malos tratos recibidos de su dueño, decidió darle una lección.
Se volvió y le dio un mordisco en la pierna a Juquinha. Un pequeño mordisco, sólo para asustarlo, darle una lección. Pero el niño, sorprendido y aterrorizado, comenzó a llorar de dolor.
Con el dolor que sintió al ser mordido por el perro, que siempre fue su amigo, Juquinha notó lo que los animales sentían cuando él los golpeaba.
Aprendió la lección. Nunca más Juquinha maltrató a los animales, que acabaron volviéndose sus amigos.
Desde ese día en adelante se volvió un niño bueno y protector de los animales.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
El pequeño Gabriel, de sólo siete años, andaba muy triste.
Tía Celia.
El ambiente de su casa, que siempre estuvo lleno de paz, amor y alegría, ya no era el mismo.
Desde algún tiempo notaba que sus padres peleaban mucho. Apenas se hablaban y, cuando eso ocurría, era para discutir.
Gabriel y sus hermanos, Clarita y Vinícius, poco más mayores que él, se quedaban quietecitos en el cuarto, con el corazón apretado de preocupación, sin saber lo que hacer para ayudar.
Un día, los padres peleaban tanto que el padre salió de casa golpeando la puerta con estruendo, y la madre se quedo llorando mucho en su habitación.
Gabriel no conseguía pensar en nada más. No estudiaba, no jugueteaba, no conseguía hacer sus deberes y estaba yendo mal en la escuela.
Hacía dos días ellos habían peleado y el padre aún no hube vuelto para casa. Su madre parecía una sombra, siempre con los ojos hinchados de tanto llorar.
- Mamá, ¿papá no va a volver? – preguntó, preocupado con la situación.
La madrecita lo abrazó con cariño y sonrió, afirmando:
— Claro que sí, hijo mío. Él está muy ocupado con el trabajo, por eso no ha venido para casa. No te preocupes. Todo va bien.
Pero Gabriel sabía que nada iba bien. Y él pensaba: “¿Qué será de nosotros si papá no vuelve? ¿Como quedará nuestra vida? ¿Será que a él no le gustamos más?”
Pero no encontraba respuesta para esas preguntas. Sin embargo, él sabía que necesitaba hacer alguna cosa.
Se acordó de que su madre acostumbraba a decir que Dios siempre tenía una respuesta para darnos delante de los sufrimientos, y que si a buscáramos en las palabras de Jesús, encontraríamos el socorro deseado.
Entonces Gabriel cogió el Evangelio, abrió una página cualquiera, seguro de que Jesús ciertamente lo ayudaría mostrando el camino. A ciegas, colocó el dedito en un lugar de la página. Sus ojos se fijaron en la frase donde había colocado el dedo, y leyó: “Quién pide, recibe; quién busca, halla; y a quien toca a la puerta, ella se abrirá.”
Con los ojos muy abiertos, leyó la frase varias veces. ¡Sí! ¡Mamá tenía razón! Jesús le había mandado la respuesta. Entendió que tendría que orar pidiendo lo que deseaba, y que encontraría un medio de resolver la situación de los padres.
Gabriel comenzó a orar, pidiendo a Dios que no permitiese que su familia fuese destruida.
Todas las veces que se acordaba del problema, él repetía la oración.
Aquella noche él consiguió dormir más tranquilo.
Por la mañana temprano, despertó con una “idea luminosa” en la cabeza. Cogió lápiz y una hoja de cuaderno y escribió un pasaje para el papá, en estos términos:
“Querido Carlos, yo te amo. Necesitamos hablar. Yo te espero en aquel restaurante que la gente siempre va, a las ocho horas de la noche. Un beso, Fernanda.”
Escribió otra nota igualita, sólo intercambiando los nombres, como se fuera el papá invitando a la mamá para un encuentro. Miró las notas, contento con él mismo. Después, todo alegre, dejó la nota para la madre en la puerta de la calle, para que ella lo encontrara al abrirla.
Se arregló para ir a la escuela y, cuando fue a tomar café, notó que la madre ya estaba más animada.
En la salida de la escuela, pasó por el edificio donde su padre trabajaba, que era bien cerca, y dejó la nota al portero para entregarsela. Enseguida, se puso a orar para que su plan fuese bien.
Por la tarde, su madre avisó a los hijos que iba a salir un poco por la noche, fue al salón a arreglarse.
Gabriel no había contado nada a los hermanos, que extrañaron el comportamiento de la madre. ¿Dónde será que va ella?
Por la noche, la madre apareció en la sala, ya toda arreglada y perfumada, avisando:
- No voy a tardar. Cerrar bien la puerta y no salgáis de casa.
Más tarde, cuando volvió, los hermanos tuvieron una gran sorpresa: el papá la acompañaba.
Carlos abrazó a los hijos, con mucho amor. Después de matar la nostalgia, el padre dijo a los niños:
— Mis hijos, hoy yo noté el mal que os estaba causando a vosotros. Mamá y yo hablamos de vosotros y decidimos nunca más pelear. Buscaremos acertar nuestras diferencias, de aquí en delante, dialogando en paz. Hoy comprendemos que, si existe amor, no hay nada que no se pueda resolver.
Paró de hablar, enjugó una lágrima y prosiguió:
- Y eso nosotros lo conseguimos gracias a Gabriel, que encontró la manera segura de aproximarnos de nuevo.
Y contó delante de Clarita y Vinícius, que oyeron sorprendidos lo que el hijo había hecho.
Muy admirado, Gabriel preguntó:
- ¿Pero como vosotros descubristeis que fui yo?
Todos rieron cuando los padres mostraron las notas que habían recibido.
Aquella letrita, la misma en las dos notas, y tan conocida, ¡sólo podía ser de Gabriel!
El niño estaba avergonzado por haber sido descubierto. Y el padre, desordenándole los cabellos, dijo emocionado:
- Todos nosotros tenemos que agradecer a nuestro Gabriel, que supo resolver la situación.
Gabriel sonrió, satisfecho y aliviado, y contó:
- Agradézcanlo a Jesús. ¡Fue él quien me mostró el camino!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Narciso, un chico muy mimado, vivía siempre creando problemas con los compañeros. Él no aceptaba ser contrariado. Su voluntad tenía siempre que prevalecer. Y, cuando eso ocurría, se cerraba, irritado, y no hablaba con nadie.
Tía Celia.
Se aproximaba la primavera, estación de las flores. En un lindo día de sol, la profesora llevó a sus alumnos hasta un jardín, en el fondo de la escuela.
— Como vosotros sabéis, el invierno está terminando e inmediatamente la primavera va a llegar. Por eso, hoy vamos a tener un aula práctica de jardines. Ya aprendisteis en clase lo que las plantas necesitan para germinar, desarrollarse y dar flores o frutos. Entonces, vosotros vais a plantar ahora las semillas o cambiar las que trajisteis de casa.
Los alumnos, animados, fueron retirando de las bolsas lo que habían traído para plantar. Cada uno de ellos escogió una especie diferente de flor. Un alumno decía, orgulloso:
— Profesora, traje algunas semillas de once-horas. Mamá dijo que ellas se arrastran con facilidad y dan lindas flores.
— Muy bien, Zezinho.
— Yo traje una cambia de hortensia, profesora — dije Ricardo.
— ¡Y yo, una maceta de planta para adornar y perfumar nuestro jardín! — afirmó Bentinho. Y así, cada uno de ellos mostraba lo que había traído de casa: rosas, crisantemos, petunias, violetas, margaritas y muy más.
Narciso, que recordó en la última hora la necesidad de llevar una planta para la escuela, al salir de casa arrancó la primera que encontró.
Al observar lo que los compañeros trajeron, se sintió disminuido al ver que había plantas mucho más bonitas que la suya.
Viendo que sólo él se mantenía callado, la profesora preguntó:
— Narciso, ¿que trajiste tú?
Avergonzado, él respondió, mostrando la planta, cuyas hojas caídas parecían marchitas: — No sé el nombre de esa planta, profesora.
— ¿Alguien lo sabe? — ella indagó a los demás. Rafael, un chico muy despierto e inteligente, el cual no le gustaba a Narciso, respondió:
— ¡Yo lo sé, profesora! Es una mimosa o sensitiva. Ella se encoge toda al ser tocada, por eso está así.
Uno de los niños comentó en tono de juego:
— Narciso tiene nombre de flor, pero se asemeja más a la sensitiva: ¡nadie puede aproximarse a él! Los demás cedieron a la risa. Sintiéndose humillado ante el conocimiento del otro y el juego del compañero, Narciso replicó, irritado:
— ¿Y tú, Rafael, trajiste esa enorme flor amarilla para aparentar, no es? Rafael, que realmente había traído una maceta ya con una linda flor, extrañó la reacción del compañero. Miró para él, pensó un poco y respondió tranquilo:
— Estás engañado, Narciso. Escogí el girasol porque es una planta que encuentro bonita y admiro mucho. No sé si tú lo notaste, pero él siempre, donde esté, busca el sol. Hay gente que busca la oscuridad, pero yo, como el girasol, deseo buscar la luz.
Narciso bajó la cabeza. Tal vez la respuesta estuviera en esa frase, pensó. Rafael siempre estaba cercado de amigos, y él siempre solo. No gustaba a nadie. Sintió que necesitaba cambiar su comportamiento si quería hacer amigos.
Aquella mañana los alumnos quedaron en el jardín entretenidos con las plantas. Al tocar la señal, cada uno tomó su rumbo.
En el trayecto para casa, Narciso notó a Rafael que, un poco atrás, iba para el mismo lado.
Paró y esperó. Rafael se aproximó de él y pasó a acompañarlo.
— Narciso, yo sé que a ti no te gusto, pero quiero ser tu amigo. Si yo hice algo que te disgustó, te pido disculpas. Nunca tuve la intención de molestarte.
El otro, mirando para el compañero, notó tanta sinceridad en su actitud, que se desarmó: — No, Rafael, tú nunca me hiciste nada. La culpa es mía. Yo es que soy un antipático.
Por primera vez, sintió necesidad de ser verdadero, humildemente reconociendo sus errores. Intercambiaron una sonrisa y, a partir de ahí, pasaron a hablar, hablando sobre la escuela, fútbol y de lo que a cada uno más le gustaba.
En aquel pequeño trayecto, aprendieron a conocerse mejor y Narciso empezó a estimar a Rafael. Parecían viejos amigos. Al llegar a casa, lo invitó para entrar y conocer a su madre, y el otro aceptó, satisfecho.
Llegando a la cocina, Narciso presentó al compañero: — Mamá, este es mi amigo Rafael. ¡Como él, yo también quiero ser como un girasol!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Laurita, aunque contase apenas ocho años de edad, tenía un corazón generoso y muy deseoso de ayudar a las otras personas.
Tía Celia.
Cierto día, en el aula de Evangelización Infantil que frecuentaba, hubo oído a la profesora, explicando el mensaje de Jesús, hablaba de la importancia de hacer caridad, y Laurita se puso a pensar en qué ella, aún tan pequeña, podría hacer de bueno para alguien.
Pensó... pensó... y decidió:
- ¡Ya sé! Voy a dar dinero a algún necesitado.
Satisfecha con su decisión, buscó entre las cosas de su madre y encontró una bonita moneda.
Viendo a Laurita con dinero en la mano y encaminándose para la puerta de la calle, la madre quiso saber adónde iba ella. Contenta por estar intentando hacer una buena acción, la niña respondió:
- ¡Voy a dar este dinero a un mendigo!
La madre, con todo, consideró:
– ¡Hija mía, esta moneda es mía y tú no puedes darla a nadie porque no te pertenece!
Sin gracia, la niña devolvió la moneda a la madre y fue para la sala, pensando...
- Bien, si no puedo dar dinero, ¿qué podré dar?
Meditando, miró distraída para el estante de los libros y una idea surgió:
- ¡Ya sé! La profesora siempre dice que el libro es un tesoro y que trae muchos beneficios para quien lo lee.
Eufórica por haberlo decidido, cogió en el estante un libro que le pareció interesante, y ya iba saliendo de la sala cuando el padre, que leía el periódico acomodado en la butaca preferida, la interrogó:
- ¿Qué vas a hacer con ese libro, hija mía?
Laurita infló el pecho e informó:
- ¡Voy a darlo a alguien!
Con serenidad, el padre cogió el libro de la hija, afirmando:
- Este libro no es tuyo, Laurita. Es mío, y tú no puedes darlo a nadie.
Tremendamente decepcionada, Laurita decidió dar una vuelta, estaba triste, sus intentos para hacer la caridad no habían tenido buen éxito y, caminando por la calle, contenía las lágrimas que se obstinaban en caer.
- ¡No es justo! – replicaba. - ¡Quiero hacer el bien y mis padres no me dejan!
En eso, ella vio una compañera de la escuela sentada en un banco de la placita. La niña parecía tan triste y desanimada que Laurita olvidó el problema que tanto la afligía.
Aproximándose, pregunto amable:
- ¿Qué es lo tienes, Raquel?
La otra, levantando la cabeza y viendo a Laurita a su lado, se desahogó:
– Estoy molesta, Laurita, porque mis notas son malas. No consigo aprender a hacer cuentas de dividir, no sé las tablas y he ido muy mal en las pruebas de matemática. De ese modo, voy a acabar perdiendo el año. Ya no bastan las dificultades que tenemos en casa, ahora mis padres van a quedarse preocupados conmigo también.
Laurita respiró, aliviada:
– Ah! Bueno, si fuera por eso, no necesitas quedarte triste. En cuanto a los otros problemas, no sé. Pero, en relación a las matemáticas, felizmente, no tengo dificultades y puedo ayudarte. Vamos hasta tu casa e intentaré enseñarte lo que sé.
Más animada, Raquel condujo a Laurita hasta su casa, situada en un barrio distante y pobre. Quedaron toda la tarde estudiando.
Cuando terminaron satisfecha, Raquel no sabía como agradecérselo a la amiga.
– Laurita, yo aprendí muy bien lo que tú me enseñaste. No imaginas como fue bueno haberte encontrado en aquella hora y el bien que tú me hiciste hoy. Confieso que no tenía gran simpatía por ti. Te encontraba orgullosa, reservada, y veo que no es nada de eso. Eres muy buena y una gran amiga. Vale.
Sintiendo gran sensación de bienestar, Laurita comprendió la alegría de hacer el bien. Cuando menos esperaba, sin dar nada material, percibía que realmente había ayudado alguien.
Se despidieron, prometiéndose mutuamente continuar estudiando juntas.
Volviendo para la casa, Laurita contó a la madre lo que hizo, comentando:
– La casa de Raquel es muy pobre, mamá; creo que están necesitando de ayuda. Me gustaría poder hacer alguna cosa por ella. ¿Puedo darle algunas ropas que no me sirven más? – preguntó, algo temerosa, acordándose de las “broncas” que hubo tenido algunas horas antes.
La señora abrazó a la hija, satisfecha:
– Estoy muy orgullosa de ti, Laurita. Actuaste verdaderamente como cristiana, enseñando lo que sabías. En cuanto a la ropa, son “tuyas” y podrás hacer con ellas lo que creas mejor.
Laurita abrió los ojos, sonriendo feliz y, al final, comprendiendo el sentido de la caridad.
– Es verdad, mamá. ¡Son mías! Mañana aún la llevaré para Raquel. Y también algunos zapatos, un par de tenis y unos libros de historias que ya leí.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
En cierto lugar muy agradable, en medio de una bonita postal, vivía un caballito que era el orgullo de todos.
Tía Celia.
Nació allí en aquellos parajes y los otros animales lo amaban como si fuese el hijo de cada uno de ellos.
Él nació fuerte y sano. Le dieron el nombre de Hermoso.
Era realmente un placer verlo correr por los campos, galopar en la pradera, jugando con otros animales. Pero Hermoso, por tener la atención y el cariño de todos, creció convencido y orgulloso. Nada era bastante bueno para él. Quería siempre lo mejor para sí y creía que tenía aun el derecho a la atención general.
Cuando se volvió un joven caballo, de pelo brillante y sedoso, piernas ágiles y fuertes, su dueño decidió que él sería un corredor. Al final, Hermoso era rápido como una flecha y, sin duda, el caballo más rápido de la región. Sería entrenado para participar de las corridas de caballos y, con seguridad, tendría días de gloria en el hipódromo.
Hermoso torció la nariz. Se negó a participar del entrenamiento juzgándose superior a esa tarea.
- ¡Yo no! – afirmaba él - ¿Me cansaré corriendo para diversión del pueblo? ¡De modo ninguno! No voy.
El patrón, decepcionado, juzgo que tal vez hubiese errado en sus cálculos. Probablemente Hermoso no tenía tendencia para correr. ¿Quién sabe si se sentiría mejor en el propio hogar? Dejaría a Hermoso para uso de su esposa. A ella le gustaba cabalgar y estaría feliz con el regalo.
Hermoso se negó. Cuando la mujer montó en su dorso él mostró su desagrado dando saltos. Para no caer, ella desmontó y nunca más quiso saber de él.
Aun intentando disculparlo y justificar sus actitudes, pues lo amaba, el dueño pensó:
- ¿Quién sabe si mi esposa es muy pesada para Hermoso? ¡Tal vez, si mi hijo lo montase, su reacción sería diferente!
¡Nada! El adolescente montó, bajo la asistencia amorosa del padre, y pronto tuvo que descender porque Hermoso reaccionó dando coces y saltos.
Y así, sucesivamente, el dueño de Hermoso intentó de todo para preparar una tarea para él. Intentó colocarlo tirando una carreta ligera y el arado, sin resultado. Tropezaba siempre en su mala voluntad.
Finalmente, el tiempo fue pasando y, viendo que no conseguía ubicarlo en ningún sector de servicio, pues a Hermoso le gustaba aún correr por los campos, alimentarse muy bien y beber agua fresca, el hombre perdió la paciencia y decidió venderlo, aunque con mucho dolor en el corazón.
Cuál no fue su sorpresa al encontrar cierto día, algún tiempo después, en una pequeña y polvorienta carretera, a Hermoso, su lindo caballo Hermoso, que poseyera de todo, que podría haber sido un campeón en las carreras, animal de compañía y montaría para su familia, que lo trataba con inmenso amor, ahora irreconocible, sucio y maltratado, con la cabeza baja, humillado, tirando con gran dificultad un pesado carro.
Le fueron dadas muchas oportunidades que Hermoso no hubo sabido aprovechar. Ahora, tendría que aprender el valor del trabajo bajo condiciones mucho más difíciles y arduas, para que pudiera valorar las bendiciones que el Señor hubo colocado en su vida.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Había un hombre que poseía una pequeña área de tierra, pero de suelo fértil y dadivoso.
Tía Celia.
Dueño de profunda e envidiable fe, nuestro hombre no se cansaba de alabar a Dios por toda la creación y por las dádivas de la naturaleza, siempre tan pródiga.
El terreno vecino era habitado por un hombre muy pobre, pero muy trabajador. Él no poseía nada, pero trabajaba tanto que ni siquiera tenía tiempo de pensar en Dios. Creía en su esfuerzo personal y en todo aquello que sus brazos podían realizar.
Y pensando así, desde el amanecer hasta el atardecer, allá estaba él preparando el terreno, abonando, plantando y arrancando las hierbas dañinas que se mezclaban con la buena simiente.
El otro lo criticaba por la falta de religión y le decía:
- ¡No sé como puede dejar de alabar a Dios! ¡Vea la belleza del cielo con sus astros, la grandeza de la naturaleza que nos concede sus dádivas! Agradezco a Dios todos los días y le pido a Él que me ayude porque sé que no dejará de oír mis palabras.
El incrédulo sonreía, asentía con la cabeza y le pedía permiso, retirándose:
- Ahora no tengo tiempo. El sol ya está poniéndose y necesito regar mi huerta y dar grano a mis gallinas.
Y el creyente allí se quedaba, condolido por la falta de fe del vecino y sentado bajo un árbol, contemplando las primeras estrellas que ya comenzaban a surgir, absorto ante la majestuosa obra del Creador.
El tiempo fue pasando y la propiedad del creyente fue cambiando de aspecto.
Donde antes existía una plantación vigorosa, ahora los matojos lo invadían, sofocando las pocas simientes que se obstinaban por nacer. La cerca estaba toda rota y la huerta destruida por las gallinas que penetraban por los agujeros, y por los pajaritos que, no encontrando oposición, se comieron las plantas existentes.
En el terreno de frutas, sin cuidados, las frutas maduraron en las ramas, sin nadie que las cogiese, pudriéndose cayendo al suelo, sirviendo de pasto para los gusanos e insectos.
En fin, el aspecto era de abandono y desolación. La suciedad tomaba cuenta de todo. En el terreno de al lado, sin embargo, todo era diferente. Las plantas, bien cuidadas, hacían la alegría de su dueño. Las hortalizas y legumbres producían bastante, propiciando abundante alimentación, además de la venta en el mercado del excedente de la producción.
Las frutas cogidas y almacenadas le dieron buen dinero y, con la renta, aumentó la hacienda, la pinto muy bonita y aun compró algunas vacas.
El creyente, sin entender lo que ocurría, preguntó al incrédulo:
- No sé porqué mi propiedad está yendo tan mal, mientras la suya, que era un terreno malo y lleno de piedras, está tan bonita. ¡No lo entiendo! Soy fervoroso creyente en Dios. Jamás dejé de cumplir mis obligaciones religiosas y siempre he suplicado la ayuda de nuestro Maestro Jesús.
Haciendo una pausa, preguntó, algo desorientado:
- ¿Será que Él me olvidó?
A lo que el incrédulo respondió:
- Alabar a Dios en el interior del corazón es muy importante, pero creo que “Él” no desprecia el trabajo. Dijiste que mi tierra era mala y llena de piedras, pero lo que sé es que trabajé mucho. Para el suelo, use como abono el estiércol que tus animales tiraban en mi terreno por encima de la cerca, volviéndolo más fértil y mejorando la producción. Con las piedras que quité del suelo, hice una cerca más fuerte y resistente al asedio de los animales.
- No tengo mucho tiempo para dedicarme a Dios, pero creo que olvidaste una lección muy importante que fue dejada hace mucho tiempo atrás por Jesús de Nazaret, que dices amar.
- ¿Cuál es? – preguntó al creyente fervoroso.
- ¡Ayúdate a ti mismo que el cielo te ayudará!
Avergonzado, el creyente bajo la cabeza, reconociendo que el otro tenía razón y que él, que se juzgaba tan superior al vecino, aprendía con él una lección de vida, extraordinaria.
Entendió entonces que es mucho más importante tener fe en Dios, pero esto no basta. Es necesario transformar en obras las lecciones recibidas.
El Evangelio de Jesús, que él predicaba tanto, estaba sólo en su cerebro, no en su corazón.
Fue preciso que alguien, que ni siquiera tenía tiempo de alabar a Dios, le abriese los ojos y recordar la lección inolvidable del Maestro de Nazaret:
- Ayúdate a ti mismo que el cielo te ayudará!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
En la escuela de Octavio se organizaba una fiesta y los alumnos, animados, ultimaban los preparativos. Algunos colgaban enormes cordones de banderitas coloridas, otros hacían carteles, otros barrían el suelo, otros limpiaban las mesas y sillas.
Tía Celia.
En la cocina se preparaban tartas y pasteles, dulces y salados, para ser servidos durante la fiesta.
Trabajaban con amor, mientras hablaban y se divertían.
Octavio era el único que no quiso colaborar en nada.
La profesora, atenta y dedicada, le solicitó varias veces que ayudase en ese o aquel sector de servicio, pero él se negaba terminantemente a ayudar en el esfuerzo de todos.
En cierto momento, la profesora le ordenó severa:
- Ya que tu te niegas a colaborar en la organización de nuestra fiesta, a ejemplo de los demás, tendrás otra tarea: deberás entregarme mañana, sin falta una redacción sobre el tema: La Vida de las Hormigas.
- ¡Pero profesora, eso no es justo! – protesto el niño. - ¿Sólo yo tengo que hacer ese trabajo?
- Engaño tuyo, Octavio. No es justo que tú estés sin hacer nada mientras tus compañeros trabajan y se esfuerzan para beneficio de todos.
Hizo una pausa y, viendo la indecisión de Octavio, completó:
- Puedes comenzar ya, en caso contrario no conseguirás terminar hasta mañana.
- ¿Pero, cómo hacer eso? ¡No sé por donde comenzar! – replicó el niño.
- Es simple. ¡Observa las hormigas en el jardín!
Muy contrariado, Octavio se encaminó para el jardín de la escuela. Suspirando, se sentó en el suelo y pensó: ¡Caramba! ¿Dónde voy a encontrar hormigas?
En eso, vio una hormiguita que pasó rápida entre sus pies. La siguió con la mirada y enseguida reparó en otras dos que seguían rápidas, en el mismo sentido.
Curioso, se levantó y las acompañó. Un poco adelante, vio una hormiga que volvía cargando un pedazo de pan que, a pesar de ser pequeño, era muchas veces mayor que ella.
Sonrió divertido y, al mismo tiempo admirado: - ¿Adónde será que ella va a llevar aquel pedacito de pan duro? – pensó.
Miró a su alrededor y, un poco más allá, vio un gran pedazo de sándwich que alguien tiró. Alrededor de él, decenas de hormigas trabajaban diligentes. Algunas cortaban pedazos pequeños y otras los transportaban.
Cuando el pedazo era aun muy pesado para sus pequeñas fuerzas, unían los esfuerzos y lo cargaban juntas.
Siguiendo el trayecto que hacían, Octavio notó que entraban en un hormiguero, dejaban la carga y volvían al trabajo.
- ¡Qué interesante! – murmuró Octavio, impresionado con la cooperación y la unión existente entre las pequeñas operarias. - ¡Son tan pequeñas y tan unidas y trabajadoras!
En ese momento, se acordó de la fiesta de la escuela y que sólo él no estaba colaborando. Se levantó, avergonzado, buscó a la profesora pidiendo que le diese una tarea.
Sonriente, la maestra preguntó:
- ¡Muy bien! ¿Pero qué hizo que tú cambiaras de idea, Octavio?
- Las hormigas que la señora mandó que yo investigase. Viven unidas en un sistema de cooperación fraterna y amiga. Si ellas pueden trabajar, yo también puedo.
Paró de hablar, mirando a la profesora y dijo:
- Sólo que, ayudando en la fiesta, no tendré mucho tiempo para preparar la redacción. ¿Necesito entregarla mañana mismo?
La maestra sonrió satisfecha y, colocando la mano sobre la cabeza del niño habló, con cariño:
- No, Octavio. No hay necesidad de hacer la redacción. Tú ya aprendiste tu lección.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Dejando la selva donde vivía, un macaquito se aventuró por otros lugares. Estaba hambriento.
Tía Celia.
Los hombres destruyeron la selva, y el suelo quedó árido, seco, sin vegetación. Derrumbaron los árboles, después colocaron los enormes troncos en camiones que, resonando mucho, los llevaron para lejos; el resto fue quemado.
Y el macaquito así como los otros animales y aves, fueron obligados a abandonar sus refugios, procurando un lugar donde se pudieran recoger.
Pronto encontró un sitio bonito con grandes árboles. En medio de un césped, había una casa simpática, rodeada de flores. Un hombre salió de casa y, acompañado por un perro, fue a trabajar con la creación. El dio comida hablando con los animales: gallinas, patos, cerdos y caballos; después cogió leche de la vaca. Para cada uno tenía una palabra amable.
El macaquito decidió que iba a vivir allí.
Teniendo coraje, se aproximó con cuidado. El perro, sintiendo su presencia, se puso a buscar y fue en su rastro ladrando feroz.
A los gruñidos, asustado, rápidamente el macaquito subió a un árbol y se quedó escondido en medio del follaje.
- ¿Qué pasa, Pingo? ¿Viste alguna cosa? – preguntó el dueño al perro.
Debajo del árbol, el perro continuaba ladrando sin parar, mirando para lo alto. Aproximándose el dueño miró para arriba y vio al macaquito que se estremecía de susto.
- Eh, es sólo un macaco, Pingo. Déjalo en paz.
En unos días el hombre vio al macaquito que se aproximaba cada vez más. Una mañana, al despertar, encontró al animalito buscando restos de comida en el terreno.
Lleno de compasión, cogió unas bananas y las dejó sobre el muro de la cerca.
Arisco, el animalito sólo se aproximó después que el hombre entró en la casa.
De ese día en adelante, todas las mañanas el hombre dejaba algunas bananas para el nuevo amigo. Le puso el nombre de Miquito.
Él se habituó a tener la presencia del animal cerca cuando estaba trabajando.
En medio de su plantación, él tenía algunas bananeras. Hombre bueno, pero severo, él le avisó:
- Miquito, yo no admito que robes mis árboles de bananas. ¿Entendiste?
El macaco lo miró y dio un grito estridente, como si hubiese entendido.
A pesar de esa recomendación, el hombre comenzó a percibir que alguien estaba revolviendo sus bananeras. De vez en cuando, una rama desaparecía.
- ¿Eres tú quien está robando mis bananas, Miquito?
Con sus ojos de persona, pequeños y abiertos, el macaco miraba para el amigo y balanceaba la cabeza negativamente.
Con dudas, el hombre se calló, pero no sabía qué pensar. ¿Quién más podría estar robando sus bananas?
Cierta noche cayó una gran tempestad. El viento fuerte agitaba los árboles, mientras rayos y truenos cortaban el aire. Los animales estaban muy agitados, temerosos. En la cerca nadie durmió.
A la mañana siguiente, cuando el dueño despertó, vio el destrozo que el temporal hizo. Los árboles habían sido arrancados, el depósito se quedó sin tejado, y en el terreno estaba todo fuera de lugar.
Cogiendo su vieja camioneta, decidió ir a la ciudad a buscar material para hacer los arreglos.
Había recorrido algunos centenares de metros, cuando vio a Miquito que, al lado del camino, lo acompañaba saltando de árbol en árbol. El animalito gritaba alto, desesperado, como si quisiera hablar con él.
El hombre paró el vehículo y descendió.
- ¿Qué esta pasando, Miquito? ¿Por que ese alboroto?
Pero el macaquito continuaba gruñendo, mirando y apuntando para el camino. Después cogió la mano del dueño y la empujo, como si quisiera que él lo acompañase.
Curioso, el hombre lo acompañó y, después de una curva, con sorpresa vio el destrozo que la lluvia hizo: ¡el puente fue completamente destruido!
El río, agitado mostraba una gran corriente por las fuertes lluvias que cayeron en la región.
Él cogió a Miquito en el pecho, abrazándolo:
- Si no hubiera sido por ti, amigo mío, a esta hora habría caído al río. Gracias.
Volviendo al terreno, el dueño fue a hacer una visita en las plantaciones, para verificar los destrozos. En eso encontró a un joven que salía de un pequeño lugar que hiciera para guardar herramientas.
- ¿Qué estás haciendo en mí propiedad? ¿Y por qué estás con esa rama de bananas en los brazos? – preguntó serio.
Muy avergonzado, el joven explicó:
- Vivo aquí cerca y estamos pasando necesidades. Entonces, cuando no tenemos nada para comer, vengo aquí y cojo una rama. Ayer fui sorprendido por la lluvia y el viento, siendo obligado a resguardarme aquí. Acabé durmiéndome y sólo desperté ahora. El señor me perdone, pero no soy un ladrón.
Condolido de la situación del joven, pensó: - ¿Y si fuese yo el que estuviese pasando hambre y necesitara robar para comer?
Se acordó de Jesús cuando afirmó que debemos hacer a los otros todo lo que nos gustaría que los otros nos hicieran.
El hombre procuró saber dónde vivía él y, después, lo dejo ir llevando la rama de bananas. Enseguida se volvió para el macaco, y dijo:
- ¡Y yo pensé que fueses tú el ladrón de bananas! Fui injusto y me arrepiento. ¿Tú me perdonas, amigo?
Miquito, gritando feliz, saltó al pecho de él, despeinándole los cabellos.
Más tarde, el hombre fue hasta la casa del joven y, confirmando la situación de miseria en que él vivía con la madre y dos hermanos menores, propuso:
- Estoy necesitando de un ayudante en el terreno. ¿Quieres trabajar conmigo?
El muchacho sonrió, agradecido a Dios por la ayuda que les había mandado.
Y el hombre, ahora con la conciencia tranquila, volvió para el terreno con su amigo Miquito, seguro de que Jesús estaba contento con él.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Carlitos, un niño bueno y servicial, le gustaba ayudar a las personas.
Tía Celia.
Una cosa, sin embargo, Carlitos no soportaba: ver gente discutiendo o peleando.
Pronto se quedaba nervioso y entraba en medio de la discusión queriendo apartar la pelea. Eso ocurría en cualquier lugar en que estuviese: en su casa, en la escuela o en la calle.
En casa, cuando sus padres comenzaban a discutir por problemas domésticos, Carlitos se colocaba en medio de ellos, queriendo resolver su final.
En la escuela, muchas veces sus colegas se desentendían jugando al fútbol o por cualquier otro motivo, y marchaban para la pelea a empujones, puñetazos y puntapiés. Carlitos corría intentando separarlosy acababa en medio de la disputa.
Llegaba a casa desanimado, cansado, todo sucio y, no era raro, golpeado.
La madre, que lo conocía muy bien, ya sabía lo que había ocurrido, y lo aconsejaba con amor.
- Hijo mío, no hagas eso más. Cualquier día tú puedes golpearte seriamente intentando apartar una pelea. ¡Ten más cuidado! Llama a un adulto, al profesor responsable por el grupo.
¡Pero nada! Carlitos prometía no interferir más en discusiones, sin embargo cuando una pelea comenzaba, allá estaba él de nuevo en medio.
Cierto día, en que él había llegado con un ojo morado y la cabeza sangrando, la madre afligida le preguntó:
- ¿Qué ocurrió esta vez, hijo mío? ¡Mira tu estado! ¡Tú estás todo sucio, el uniforme rasgado, y estas golpeado! ¿Estuviste peleando de nuevo?
- ¡Claro que no, mamá! Al contrario. Intentaba separar a dos amigos míos que se pelearon jungando a la pelota.
La madre lo envolvió en un abrazo y dijo, con amor:
- Después hablaremos. Ahora ve a tomar un baño.
Cuando el niño salió del baño, ya con un aspecto mejor, ella hizo una cura en la cabeza de él y lo llamó para almorzar.
El padre, que llegaba en aquel momento, miró para el hijo, serio, respiró hondo e iba a reprenderlo, pero decidió mantenerse callado.
Los dos hermanos menores miraban para Carlitos y reían. Todos sabían lo que había ocurría.no era la primera vez que él llegaba golpeado a la casa.
- Parar de reír, vosotros dos. Eso no es un juego. Carlitos, hijo mío, almuerza y después te pondré una compresa en tu ojo para evitar que quede rojo.
Después de la comida, mientras colocaba la comprensa sobre el ojo de Carlitos, la madre hablaba con él diciendo:
- Manten la distancia cuando notes que una pelea está empezando, hijo mío.
- ¡Pero, mamá! ¡Quiero evitar que mis amigos peleen! No soporto verlos con la cara vuelta uno con el otro, con rabia.
- Yo sé que tu intención es buena, Carlitos. Para hacer eso, sin embargo, es preciso mantener cierta distancia de la pelea y, especialmente, obrar con tranquilidad, delicadeza, equilibrio y mucho amor.
- ¿Cómo es eso, mamá? ¿Qué es el equilibrio?
- Es cuando nos mantenemos controlados e imparciales en medio de una situación, esto es, sin ir para un lado o para el otro, guardando los mejores sentimientos. ¿Entendíste?
- Más o menos.
La madre procuró algo que pudiese servirle de ejemplo. De repente, miró por la ventana y vio el sol brillando fuera.
Llevó al muchachote hasta eljardín y preguntó:
- Carlitos, sin contar a Dios, qué es nuestro Padre y Creador del Universo, ¿qué existe de más grande y más poderoso en este mundo en que vivimos?
El niño pensó un poco y después respondió, mirando para lo alto:
- El Sol, mamá. Estudié en la escuela que el Sol es una estrella muchas veces mayor que nuestro planeta Tierra. El nos da luz, calor y condiciones de vivir. La profesora explicó que el Creador hizo todo tan bien hecho que, si el Sol estuviese un poco más distante de la Tierra, moriríamos congelados por falta de calor; si estuviese un poco más próximo, moriríamos quemados!
- Eso mismo, Carlitos. Y no sólo nosotros, seres humanos, sino todos los seres vivientes, animales y plantas. Entonces el Sol es poderoso y está bien distante de laTierra, ¿no es? No obstante, indispensable para la vida, sus rayos llegan hasta nosotros con delicadeza, sin abatirnos o herirnos; penetran los lugares más escondidos y profundos, con suavidad, llevando luz y calor.
El muchacho pensó un poco y dijo:
- Entendí adónde quieres llegar, mamá. Quieres decir que para ayudar no necesitamos entrar en la disputa, ¿no es?
- Exactamente, hijo mío. ¡Mira! Tú tienes sólo ocho años, pero eres más mayor que los chicos de tu edad. Entonces, ¿qué ocurre? Si los niños fueran menores, tú podrías golpearlos con tu fuerza.Si fueran mayores, tú acabarías golpeado.
- Es verdad, mamá. Entonces,¿qué puedo hacer?
- En la hora del peligro, piensa en Dios pidiendo que la paz y el entendimiento se establezcan. Después, si pudieras ayudar, hazlo, pero sin entrar en la pelea.
Apartir de ese día, al ver a los chicos discutiendo, Carlitos hizo una rápida oración y después dijo sereno:
- Calma, chicos. Vamos a intentar resolver ese problema en paz, ¿está bien? ¿Qué está pasando? ¿Puedo ayudar?
Oyéndole la voz tranquila, los amigos paraban de discutir, se calmaban los ánimos, y pronto estaban jugando de nuevo, felices por estar juntos y en paz.
No hay nada que no se pueda resolver, cuando existen buena voluntad y paz en el corazón.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Pedrito jugaba con sus amigos en el jardín jugando a las canicas. Eran niños gamberros. Pero a Pedrito le gustaban. Cansado del juego, uno de ellos dijo, poniendo cara de fastidio:
Tía Celia.
- ¡Que día más aburrido! Nada tenemos que hacer.
Golpeando unas piedras, Pedrito estuvo de acuerdo:
- Así es. ¿Qué tal si nosotros jugásemos a pega-pega?
Dedé, balanceando la cabeza, respondió:
- ¿Otra vez? ¡Ya hicimos eso hoy!
- ¿Qué tal si amarramos el rabo del gato y le encendemos fuego para verlo correr? – sugirió Juanito, con maldad, con los ojos brillando de animación.
- ¡Nada de eso! – replicó Dedé - ¿Olvidasteis que ya hicimos eso? Mi gato está todo quemado y mi madre estuvo muy enfadada conmigo.
Pedrito estaba de acuerdo:
- Es verdad. Tenemos que inventar cosas diferentes.
- Pero, ¿qué? – Dedé preguntó. Ya jugamos a las canicas, corrimos detrás del perro de Pedrito, ensuciamos la ropa de la baranda de doña Antonia, tomamos helados…
- ¡Ya sé! – habló Juanito con aire inteligente y travieso – Vamos a robar frutas en el huerto del viejo Simón.
Todos aplaudieron. Al final, habían encontrado algo diferente para hacer. En eso la madre de Pedrito lo llamó para tomar un baño y cenar. Como era tarde, decidieron dejar el juego para el día siguiente.
A la noche, Pedrito se colocó el pijama y se echó. Su madre vino a darle las buenas noches y juntos hicieron una oración.
En aquel momento, envuelto por las bendiciones de la oración, Pedrito sintió remordimiento de todo lo que hizo y deseoso de cambiar.
El niño oró a Jesús pidiéndole que lo transformase en un niño bueno y lo librase de las tentaciones del mal.
Todavía, recordando que los amigos estarían esperándolo, pidió a la madre que lo despertase pronto, y explicó:
- Quedé en encontrarme con Dedé y Juanito.
La madre, preocupada, le aconsejó:
- Mira, hijo mío, lo que vas a hacer. No me gusta que andes en compañía de esos niños. Son muy maliciosos.
- No te preocupes, mamá. No vamos a hacer nada malo.
La madre se despidió, dándole un beso en la cara:
- Está bien, hijo mío. ¡Buenas noches! Que tú ángel de la guarda te proteja y te inspire buenos pensamientos.
A la mañana siguiente, Pedrito amaneció muy indispuesto. Pasó mal la noche, tuvo fiebre, escalofríos. La madre lo examinó y, por las manchas en el cuerpo, pensó que podría ser varicela, pues había oído decir que varios niños estaban con esa enfermedad.
Pedrito no consiguió levantarse para ir al encuentro de los amiguitos.
Más tarde, un vecino vino a verlo y preguntó:
- ¿Ustedes saben de la noticia? Hoy por la mañana dos niños entraron en las tierras del viejo Simón para robar frutas y fueron agarrados por los perros cuando intentaban saltar el muro.
Preocupada, la madre de Pedrito preguntó:
- ¿Y los niños?
- Están bien, aunque un poco magullados. ¡Tuvieron un susto terrible! ¡Podrían haber muerto!
Pedrito, asustado, oía la conversación. Después, no se contuvo y comenzó a llorar, hablando con voz entrecortada del llanto:
- ¡Qué bien que me puse enfermo!
Y le confeso todo a su madre, que lo oyó en silencio.
- ¿Estás viendo, hijo mío de lo que te libraste? Agradece a Jesús y a tu ángel de la guarda que él te protegiera. ¿Te acuerdas de la oración que hiciste anoche antes de dormir? La oración nos protege siempre, y es una ayuda preciosa en las dificultades y peligros de este mundo. Procura ser siempre bueno para merecer el amparo de los Amigos Espirituales.
- Es verdad, mamá. Procuraré ser un niño diferente de hoy en adelante, lo prometo.
Y terminó con un suspiro aliviado:
- ¡Bendita varicela!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Habitando una gran selva, Jujuba, el leoncito, crecía fuerte y sabio.
Tía Celia.
Su madre, Doña Leona, cuidaba de él con mucho cariño: le bañaba, le peinaba el pelo, le arreglaba las uñas y lo alimentaba.
Muy amorosa, su madre lo defendía contra los peligros de la selva, no permitiéndole que se apartase mucho de la gruta.
Pero Jujuba, viviendo siempre solo, sentía la falta de amigos, deseaba tener con quien jugar.
Cierto día Jujuba decidió salir de casa para encontrar a un amigo.
Encantado con todo lo que veía, se internó en la selva, apartándose de la gruta.
Un poco adelante vio a un conejito escondido entre los árboles y preguntó:
- ¡Hola! ¿Quieres ser mi amigo?
El conejo al ver quien le dirigía la palabra abrió los ojos, asustado y gritó, escondiéndose en medio de las matas:
- ¡Un león!...
Jujuba no entendió la actitud del conejo, pero no se desanimó.
Andando un poco más encontró a un rumiante que pastaba tranquilamente. Se aproximó y dijo:
- ¡Hola! ¿Quieres ser mi amigo?
Con las piernas temblando de miedo, el animal dio media vuelta y desapareció en medio de la selva gritando:
- ¡Huyan! ¡Un león! ¡Un león!...
Jujuba triste, aun no se desanimó. Continuó andando y buscando. Más adelante miró para arriba y vio a un mono enroscado en una rama de un árbol.
- ¿Quieres jugar conmigo? – preguntó esperanzado.
Al verlo, el mono se asustó y se fue, saltando de rama en rama. El hijito del león, muy deprimido e infeliz, se puso a llorar.
- Buá... Buá... Buá.
Oyendo el llanto, algunos animales que estaban escondidos se aproximaron. El leoncito lloraba enterneciendo el corazón y ellos se compadecieron de sus lágrimas.
- ¿Por qué estás llorando? – preguntó un enorme sapo.
Al oír aquella voz, Jujuba paró de llorar y enjugó las lágrimas.
- ¿Tú estás hablando conmigo? – extrañado pues, de que quisiera hablar con él.
- ¡Sí, es contigo claro! – confirmó el sapo. - ¿Qué te pasó?
Y Jujuba, más animado, explicó:
- Salí de casa para buscar a un amigo. Alguien que quisiera jugar conmigo. Pero a nadie le gusto…
Y recomenzó a llorar: Buá... buá…
Oyendo la protesta del leoncito, hecha en voz suave y tierna, el sapo miró a los otros animales, que bajaron la cabeza.
- ¿No os avergonzáis de tener miedo de un pequeño cachorrito? – les preguntó el sapo.
El conejo, aun temblando de miedo, preguntó más valiente:
- ¿Es sólo eso lo que deseas? ¿No nos vas a atacar después?
- ¡No! ¿Por qué iría a atacaros? Quiero que seamos amigos y juguéis conmigo. ¡Me siento tan solo!
Entonces los animales notaron que Jujuba era sólo un leoncito delicado y gentil, incapaz de hacer mal a nadie. Y dijeron avergonzados:
- Perdónanos. Nosotros te juzgamos mal sin conocerte y sin saber quién eras tú. Queremos ser tus amigos, Jujuba. Puedes contar con nosotros.
Satisfecho, el leoncito agradeció a todos y miró a su alrededor, preocupado.
- ¿Y ahora? ¡Pienso que me aparté demasiado y creo que no sé volver para casa!
Pero los animales lo tranquilizaron, afirmándole:
- No te preocupes. Nosotros te llevaremos para casa.
Feliz, Jujuba volvió al hogar con un enorme acompañamiento de animales y, de ese día en adelante, se volvieron grandes amigos y siempre jugaban juntos.
Y los animales de la selva entendieron que no se debe juzgar a las criaturas por la apariencia, sin conocerlas. Que somos, en verdad todos hermanos, hijos de un mismo Padre, que nos creó, y que podremos vivir todos juntos en paz y armonía, si tuviésemos buena voluntad.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Un tarro de barro, viejo y sucio, fue tirado al suelo por ser considerado inútil.
Tía Celia.
Ya conoció momentos felices, fue joven y bonito, y su pintura atraía las miradas de admiración de todos.
Pasó por manos respetables y tuvo mucha utilidad. Pero ahora, después de servir durante muchos años con lealtad y firmeza, el fue considerado basura y tirado al estercolero. Sólo no se partió, porque cayó en medio de la suave vegetación, que le amortiguó la caída.
Triste, el viejo tarro de barro se lamentaba de su suerte y de la ingratitud de los hombres. Sentía nostalgia de las manos amigas que lo acariciaron, y la inactividad a que fue relegado le dolía por dentro.
¡Así que el deseaba tanto servir y ser útil!
El tiempo pasaba y el continuaba allí, tirado en el suelo.
La lluvia lo castigaba y el viento lo llenaba de tierra. Vino el invierno y el tiritaba de frío sin poder protegerse.
Un día, traída por el viento que soplaba fuerte, una simiente cayó sobre su dorso y, tiritando de frío, le suplicó:
- Oh, mi amigo tarro, ¿puedo abrigarme dentro de usted? El viento me arrastra y el frío me castiga. ¡No tengo donde quedarme!
Feliz por poder ser útil, el viejo tarro respondió gentil:
- ¡Con todo placer, mi pequeña amiga! Entra en mi interior y quédate a gusto.
Y la simiente allí quedó, protegida del viento y del frío, quietecita… quietecita…
Sin tener qué hacer y cansado de la vida, el tarro se durmió esperando que la estación cambiara y el tiempo mejorara.
Cierto día despertó al notar pasos de alguien que se aproximaba, y oía una exclamación:
- ¡Qué bonito tarro de barro!
Miro a los lados para ver sobre quien hablaban, ¡pero admirado notó que era a él a quien se dirigían!
¡Sorprendido, sólo entonces notó que se transformó en un bello jarrón de flores!
La simiente que él permitió que se alojase en su interior germinó y, en medio de verdes y brillantes hojas, bonitas flores se abrieron llenándolo de perfume y color.
Y el tarro sonrió satisfecho de la vida y muy orgulloso de su nueva y útil ocupación.
También así ocurre con nosotros en la vida, mis amiguitos. Siempre podemos ser útiles para alguna cosa. Y cuando tuviéramos real deseo de servir y ayudar a nuestro prójimo, seremos más felices porque también seremos auxiliados.
Jesús, que es Nuestro Maestro, siempre nos recompensará por el bien que hicimos a los otros.
¿Pues no fue él mismo que dijo: “A cada uno según sus obras”?
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Hace mucho tiempo, cuando aun existía la esclavitud en Brasil, un negro viejito, de cabellos de nieve, llamado Bastiâo, vivía en una hacienda grande y bonita.
Tía Celia.
El señor, dueño de las tierras, era malo y prepotente. Por cualquier cosa, pegaba con el látigo a los esclavos; y, si sus órdenes no fueran obedecidas o si el negro intentara huir, era colocado en el tronco, donde quedaba amarrado sin comer y sin beber por muchos días.
Por eso, los esclavos eran rebeldes y no les gustaba el patrón. Pero Bastião era diferente. Dueño de corazón bueno y generoso, estaba siempre contento de la vida e intentando ayudar a todos.
La hijita del hacendado, niña tierna y gentil, si aficionó al viejo Bastião y pasaba el tiempo junto al esclavo, oyendo sus historias.
Cierto día, uno de los esclavos, no soportando más los malos tratos, intentó huir. Encontrado por el capataz y aprisionado, fue amarrado al tronco.
El hijo del esclavo huido, niño de sólo cinco años, viendo al padre amarrado, se aproximó con lágrimas, agarrándose a las piernas de él.
Irritado con los gritos del pequeño, el señor mandó que lo tiraran en medio de los matorrales para no oír más su llanto.
El hacendado no percibió, sin embargo, que su hijita Ana, condolida por la suerte del negrito, se tiró también por el matorral para hacerle compañía.
Al preguntar por la niña, que era la luz de sus ojos, sintiendo su falta, le dijeron que ella fue a buscar al pequeño esclavo.
Asustado, el patrón llamó algunos hombres y fue detrás de ella. Pero, el viejo Bastião, que percibió lo que estaba ocurriendo, ya se hubo adelantado y había ido a buscar a los niños.
Cuando el hacendado y sus hombres llegaron, lo encontraron con una cobra venenosa muerta en las manos, y los niños abrazados y seguros, encogidos detrás de un tronco caído, aterrorizados de miedo.
Bastiâo mató a la cobra, pero fue picado por ella.
Viendo lo que había ocurrido, el señor no sabía como manifestar su gratitud, pues era evidente que el esclavo hube defendido a los niños con la propia vida.
Abrazando a la hijita, que estaba muy asustada, el patrón preguntó, por primera vez demostrando gentileza en el trato con un esclavo:
— ¿Qué desea usted, Bastião, por el valor que demostró salvando la vida de mi hija? Sea lo que sea que pidiera, le será concedido.
Y el viejo esclavo, en cuyo organismo el veneno de la cobra ya hacía efecto, respondió con los ojos húmedos de llanto, muy emocionado:
— No salvé sólo a su hija, señor, también la vida de un pequeño esclavo, pues toda vida viene de Dios y es igualmente importante. Ya que me permite expresar un deseo, me gustaría pedirle que todas las criaturas fueran tratadas como seres humanos, sin distinción, una vez que somos todos hijos de nuestro Padre Celestial.
Y percibiendo la mirada de espanto del señor ante sus conceptos, que no hubo juzgado posible encontrar en un viejo esclavo, Bastião concluyó:
- Yo aprendí eso con Jesucristo.
Delante de aquellas palabras que representaban una lección para él, una vez que el esclavo podría haberse vengado de él en la persona de su hija Ana, y no lo hubo hecho, el hacendado bajó la cabeza, avergonzado, y concordó:
— Es verdad. Usted tiene razón, Bastião. Sea así como desea. De hoy en delante yo le prometo que los esclavos serán bien tratados, con todo el respeto que se debe a seres humanos.
A partir de ese día, el hacendado mejoró considerablemente la vida de los esclavos, dándoles condiciones dignas de existencia, mejorando sus viviendas y suministrándoles alimentación más saludable.
Con la mejoría en las condiciones de vida, él pensó que el tronco no era necesario más, pues los esclavos pasaron a gustar de él y del servicio en la hacienda, y todo lo que hacían era de buena gana y con una sonrisa en los labios.
Algunos años después, con el crecimiento de la idea abolicionista en Brasil, ese hacendado fue de los primeros en liberar a sus esclavos, transformándolos en trabajadores asalariados.
Y nunca más el hacendado se olvidó del viejo esclavo Bastião que, en su simplicidad, hube dado un ejemplo de amor tan grande, que hubo modificado su vida y la de todos cuántos residían en aquella propiedad.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Victoria era una niña buena, inteligente y creativa. Aun era nerviosa y no aceptaba cuando le impedían hacer alguna cosa.
Tía Celia.
La madre, preocupada por su seguridad y bienestar, le alertaba:
- Victoria, no toques los fósforos. Tú te puedes quemar.
Y la niña respondía:
- No voy a quemarme, mamá. ¡Tengo seis años y ya soy grande!
La madre lo encontraba gracioso, abrazaba a la hija con amor, y guardaba la caja de fósforo en lo alto del armario, donde la pequeña no podía llegar.
Y así ocurría siempre. Cuando Victoria jugaba a las casitas con las amigas, la madre tenía que estar siempre atenta para que no se golpease. Ahora era un cuchillo que la niña cogía para hacer comiditas, ahora era la plancha que ella enchufaba para planchar la ropa; otras veces, subía en una gran manguera que había en el jardín para coger la manguera y así siempre. La madre no podía “descansar” un minuto.
Y Victoria protestaba, golpeando el pie, indignada:
- ¡Mamá! Sé lo que estoy haciendo. ¡Ya soy grande!
La madre la cogía en los brazos y explicaba con cariño:
- Hija mía, tú aun tienes mucho que aprender. Cuando tú naciste en nuestro hogar, Dios me hizo responsable por tu vida. Mi tarea es cuidar, educar y protegerte, de modo que nada malo ocurra. Como las madres de tus amiguitas permitieron que ellas viniesen a jugar aquí a la casa, tengo que cuidar de ellas también. ¿Entiendes?
- Entendí, mamá.
- Bien. Mamá no quiere hacerlo por mal y no quiere ser quita placeres. Cuando tú crezcas y tengas hijos vas a entenderlo mejor. ¡Ahora, ve a jugar!
No obstante todo continuaba como antes.
Cierto día, Victoria fue con su madre a hacer compras. A la vuelta, un cachorrito de la calle las siguió. Tenía el pelo corto, blanco con manchas marrones. Parecía abandonado.
Victoria estaba encantada. Adoraba a los perros. ¡Y aquel era tan pequeño y desprotegido!
- Mamá, ¿podemos llevarlo para casa?
- No, Victoria. El tiene dueño.
- Fue abandonado, mamá. Estoy segura. Vamos a llevarlo.
La madre se negaba y la niña insistía. Charlaban paradas frente a una panadería. El dueño, un simpático portugués, entro en medio de la conversación.
- Quiero que me disculpe, señora, pero realmente ese perrito no tiene dueño. Viene siempre por aquí porque acostumbro a darle un plato de leche.
Victoria, con los ojos brillando y una sonrisa radiante, con las manos juntas, suplicó:
- Ves, mamá, ¿no te lo dije? ¡Por favor! Vamos a llevarlo para nuestra casa. ¡El tendrá un hogar!
Delante de tanta insistencia, la madre acabó estando de acuerdo.
- Está bien, Victoria. Con una condición. Que tú te responsabilices de cuidar de el: darle la comida, agua, un baño y todo lo demás.
La niña estuvo de acuerdo. Cogiendo al perrito en los brazos, lo acarició y dijo:
- Vamos, Bilu. Seré tu madre y cuidaré de ti.
De ese día en adelante, Victoria sólo pensaba en el animalito. Cuidaba de el con mucho amor. Cuando ella iba a la escuela, el quería acompañarla; cuando ella volvía, el la esperaba en el portal, y la primera cosa que la niña hacía era abrazarlo. Pero ella reconocía que Bilu daba trabajo y estaba siempre cuidando de el, vigilando:
- ¡Bilu, no subas al muro! ¡No comas porquería del suelo! ¡No vayas para la calle, un coche puede cogerte! – Y así siempre.
Cuando acababa el día, ella estaba cansada, pero feliz, por tenerlo a su lado.
En la víspera del Día de las Madres, madre e hija estaban sentadas en el jardín observando a Bilu que corría, ladrando feliz, detrás de una mariposa. Victoria miró para la madre y dijo.
- ¡Mamá! Tú me dijiste que yo sólo entendería el trabajo que doy cuando creciese y tuviese un hijo. No necesité crecer para eso. Bilu ya me da mucho trabajo y preocupación. ¡Es como si fuese mi hijo!
La madre sonrió encontrando gracioso el modo serio de la hija. Victoria también e intercambiaron un grande y cariñoso abrazo, mientras la niña exclamaba:
- ¡FELIZ DÍA DE LAS MADRES, mamá! Aun no compré tu regalo.
La madre suspiró, satisfecha, entendiendo que Dios sabe lo que hace y que da a cada uno, en la vida, las experiencias que necesita para aprender y madurar. Su hijita estaba creciendo y volviéndose mejor.
- No necesitas comprar nada, hija mía. Tú ya me diste el mejor regalo que yo podría desear: ¡Tú!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Rafael era un niño muy nervioso. De esos que no paran un minuto.
Tía Celia.
Desde pequeño daba mucho trabajo a los padres, que vivían teniendo que protegerlo a cada instante.
Siendo así, con todos los cuidados, Rafael cumplió ocho años y ya se había roto la pierna dos veces, salido el hueso del brazo, herida la cabeza dos veces llevando varios puntos. Eso sin contar las caídas, los arañazos y los sustos.
¡Uf! ¡Cuidar de Rafael no era tarea fácil!
Siempre tenía a alguien gritando:
- ¡Cuidado, Rafael!
La madre le recomendaba con cariño:
- ¡Hijo mío, no corras tanto!
- ¡Mira para el agujero!
- ¡No atravieses la calle! ¡Mira la señal roja!
¡Pero qué! Rafael siempre apresurado, no prestaba atención.
Un día volviendo de la escuela, Rafael vio a un amigo del otro lado de la calle y no lo pensó. Corrió para encontrarlo. La madre, que caminaba a su lado, no consiguió detenerlo. Sólo consiguió gritar.
- ¡No, Rafel!... ¡Mira el coche!
Sin embargo, no dio tiempo. El vehículo consiguió frenar a tiempo. El conductor, asustado al ver al niño atravesar la calle corriendo, aun desvió el coche, tirando a Rafael al suelo.
Fue aquel desorden. Alguien llamó a la ambulancia, que llevó al niño para el hospital.
Rafael permanecía dormido. Se golpeó la cabeza en el asfalto y estaba inconsciente.
Felizmente no ocurrió nada grave.
Mientras, Rafael notó que estaba en un lugar diferente. Miró alrededor y lo vio todo bonito.
En ese momento se aproximó un jovencito todo reluciente. Serio, miró para Rafael y le dijo:
- Por poco tú no conseguiste volver más pronto.
- ¿Yo? ¿Volver para donde?
- ¡Para el mundo espiritual! ¿No es eso lo que has intentado siempre? – pregunto el jovencito.
El niño respondió, aterrorizado:
- ¡No!... ¡No quiero dejar a mi familia, la escuela, mis amigos, mi cuerpo!
Sereno, el muchacho consideró:
- Entonces, ten más cuidado, Rafael. Cuida bien tu cuerpo, protégelo de peligros. El es un gran amigo que tú tienes y también tu mayor tesoro en esta vida. Evita volver más pronto porque la responsabilidad será tuya.
En ese momento, Rafael despertó en el hospital.
Pronto vio las caras preocupadas del padre y de la madre. Felices por verlo despierto, ellos lloraban.
- ¡No lloréis! – dijo él – Os prometo que, de ahora en adelante, tendré más cuidado.
Y contó a los padres la conversación que tuvo con el muchacho luminoso, y ellos entendieron lo que había ocurrido con Rafael mientras estada dormido.
Era la respuesta del Señor a sus oraciones. Juntos, elevaron el pensamiento en oración, agradeciendo a Dios.
A partir de ese día, Rafael se transformó en otro niño.
Continuaba siendo un niño, saltaba, jugaba a la pelota y se divertía como cualquier otro niño de su edad, sin embargo tenía más cuidado y respeto por su cuerpo y por su vida.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Como todo niño, Antonio tenía sus sueños. Deseaba mucho tener un caballito de palo para jugar a viajar, de joven y de bandido, de hacendado.
Tía Celia.
Su familia, aun así, era muy pobre y su padre no tenía recursos para comprarle el juguete tan deseado. Y Tonino, sabiendo esto y siendo un niño muy comprensivo, no pedía nada. Sólo soñaba.
Por la noche, antes de dormir, siempre daba rienda suelta a la imaginación y hacía cuenta que estaba cabalgando un lindo caballo de madera.
El día de su cumpleaños, cuando cumplió ocho años, el padre le trajo de regalo una pequeña pelota de caucho. No era el caballito de palo con que él soñaba tanto, pero era una linda pelota colorida y él se quedó feliz, porque sabía cuanto representaba para el padre aquel sacrificio.
Cierto día, jugando con la pelota nueva en la calle, Tonino vio a un niño que miraba fijamente a la pelota colorida.
Lleno de compasión, pues tenía un corazón muy bueno, Tonino se aproximó al niño con la pelota en la mano. Los ojos del pequeño estaban brillantes cuando él dijo:
- ¡Que bonita pelota! Siempre soñé tener una igual a esa.
Llevado por un impulso generoso, Tonino le extendió las manos, diciendo:
- Es tuya. Puedes llevartela.
El niño estaba sorprendido.
- ¡¿Tú me estás dando tú bonita pelota?! – preguntó, aun no creo en tan gran felicidad.
Como Tonino lo confirmó, él se lo agradeció y, agarrando la pelota con las dos manos, se giro y salió corriendo y gritando de alegría.
Tonino sonrió también, contento. ¿Por qué no satisfacer el deseo del niño? Al final, él bien sabía lo que era desear una cosa y no poder tenerla.
Cuando el padre llegó del trabajo por la tarde, él le contó lo que hizo.
- Hiciste muy bien, hijo mío, no debemos ser egoístas. Pero, ¿no sentirás falta de tú pelota?
- No, papa, jugaré con otras cosas. Y más, ¿Jesús no enseñó que deberíamos hacer a los otros aquello que nos gustaría que los otros nos hicieran? Así, si yo estuviese en el lugar de aquel niño me gustaría tener una pelota, por eso decidí dársela a él. ¡Entonces estoy feliz!
El padre lo miró con admiración y habló, emocionado:
- Jesús debe estar muy contento contigo, hijo mío, y te recompensará por eso, puedes estar seguro.
Dos días después, volviendo para casa después de las clases, Tonino entró en su cuarto para guardar el material y cambiarse de ropa, cuando tuvo una gran sorpresa.
Bien en el centro de la habitación, entre otros juguetes, ¡estaba el más bonito caballo de madera que Tonino jamás viera!
Lleno de espanto, se aproximó a él acariciándolo tiernamente, temiendo verlo desaparecer.
El padre entraba en el cuarto en ese momento y él se giró, preguntando con la mirada ansioso lo que significaba “aquello”.
- Mi patrona te mandó estos juguetes. Eran del hijo de ella, pero él está muy crecido y no juega más. Entonces, decidió dártelos a ti. ¿Te gusta?
- ¿Si me gusta? ¡Es la cosa más bonita que ya vi en mi vida, papá! – dijo Tonino, abrazando al caballito por el cuello y besando la crin de la barba.
Después se levantó y, secándose las lágrimas con las palmas de las manos, afirmó:
- ¡Creo que Jesús debe haber realmente quedado contento conmigo, papá, para mandarme este regalo!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Cleofás y un compañero caminaban por un camino que conducía a una aldea llamada Emaus, distante once kilómetros de Jerusalén. Hacían el trayecto a pie, como era costumbre en aquella época entre las personas sin recursos.
Tía Celia.
Mientras caminaban, ellos iban hablando. Se sentían amargados. Jesús había sido crucificado y ellos relataban sobre los trágicos acontecimientos que habían ocurrido y lamentaban la muerte del Maestro que nunca más podría estar con ellos.
Así decían, cuando se aproximó un hombre y comenzó a caminar al lado de ellos, pero ellos estaban tan angustiados que no se preocuparon en mirar directo para él y por eso no notaron que era Jesús.
Entonces, el hombre les dijo:
- ¿Sobre qué están ustedes hablando? ¿Y por qué están tristes?
Cleofás, tomando la palabra y hasta un poco irritado por la intromisión del desconocido, le dijo sorprendido:
- ¿Qué? ¿El señor es tan extranjero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado allí en estos últimos días?
- ¿Qué? – indaga el extraño.
Y los dos seguidores del Maestro respondieron:
- Sobre Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso delante de Dios y de todo el pueblo, y de qué modo los sacerdotes y nuestros senadores lo entregaron para ser condenado a la muerte y lo crucificaron. Ahora, esperábamos que fuese él el Mesías y que rescatase a Israel. Mientras, después de todo esto, este es el tercer día que las cosas sucedieron. Por otro lado, algunas mujeres, seguidoras del Maestro, fueron hasta su tumba y no lo encontraron, declarando que habían visto ángeles que afirmaban que habían visto que él estaba vivo.
Entonces el hombre les dijo:
- ¡Oh insensatos y lentos de corazón, para creer en todo lo que los profetas dijeron! ¿No era preciso que el Cristo sufriese todas esas cosas y que entrase así en su gloría?
Y, comenzando por Moisés y después por todos los profetas, ellos les explicaban lo que habían dicho de él las Escrituras.
Cuando estaban cerca de la aldea para donde iban, él dio muestras de que iba más lejos.
Los dos amigos, sin embargo, lo convencieron a parar, diciendo:
- Quédese con nosotros. Ya es tarde y el día está terminando. Es peligroso andar por estos caminos por la noche.
El desconocido, pensando que tenían razón, se decidió a quedarse con ellos.
Se sentaron para cenar. Estando con Cleofás y su compañero en la mesa, él tomó el pan, bendiciéndolo y, habiéndolo partido, les dio.
En ese momento, sentados delante de él, a la luz de una antorcha, pudieron verlo mejor. Sus ojos se abrieron y ellos lo reconocieron.
- ¡Es Jesús! – dijeron al mismo tiempo.
Sus corazones latían descompasados, y una gran alegría les inundaba su interior. ¡Mal podían creer en tan gran felicidad!
Aun, fue sólo un momento. Enseguida, el Maestro desapareció delante de ellos.
- ¿Cómo no lo reconocimos? – dijo uno al otro.
- Con todo, la verdad es que sentimos el corazón templado en cuanto él nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras.
Estaban eufóricos. Se levantaron en el mismo instante y volvieron para Jerusalén. Necesitaban contar a todos lo que les había ocurrido en el camino y como ellos reconocieron a Jesús al partir el pan.
Un gran bienestar los dominaba. Se sentían ahora confiados y seguros como jamás estuvieron. ¡El Maestro estaba vivo! Él no murió en la cruz. Volvió para dar la última lección de la inmortalidad del alma, confirmar todo lo que les había enseñado, mostrando a sus discípulos que la muerte no existe.
(Adaptación del cap. 24:13 a 35 del Evangelio de Lucas.)
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Gabriel era un apasionado de las cometas.
Tía Celia.
Desde pequeño su padre le enseñó a hacer cometas y a soltarlas.
Era con inmensa alegría que él llevaba la cometa para el campo y corría, soltando el hilo, hasta verla subir en el aire, cada vez más alto.
Margarida, una amiga de Gabriel, siempre pedía:
- Gabriel, ¿me dejas soltar tu cometa? ¡Sólo esta vez!
Pero él respondía:
- No. Eso no es cosa de niñas. Además de eso, tú no sabes, y vas a estropear mi cometa.
Y la niña, no conforme, protestaba:
- ¡Pero yo te dejo andar en mi bicicleta! ¡Y leer mis libros!
Cierto día Gabriel había hecho una linda cometa nueva y la chica volvió a pedirle a el que la dejase soltarla.
- No sirve, Margarida. Tú no vas a poner la mano en mi cometa nueva.
La niña se apartó de el y se fue, muy enfadada y rebelde.
Después de las clases, pasando cerca de la casa de Gabriel, Margarida vio que el estaba divirtiéndose en un columpio, junto a otra amiga. Vio también que el había dejado la cometa nueva apoyada en un árbol.
Ella se aproximó y, sin que el lo notase, cogió la cometa y salió corriendo.
Llegando a la casa, fue pronto a soltar la cometa. Con satisfacción vio que ella subió y soltó más hilo. De repente, intentó tirar y no lo consiguió: la cometa estaba presa en una rama. Con miedo de que Gabriel, buscando la cometa y no encontrándola, viniese detrás de ella, empujó con fuerza y la cometa se rasgó, cayendo al suelo, toda estropeada.
Margarida, asustada,recogió los restos y corrió a esconderlos en su cuarto.
No tardó mucho, apareció Gabriel.
- Robaron mi cometa, Margarida. ¿Tú viste quién fue?
- No, no lovi.
Ella entró en su casa y lo dejó en la calle, solo.
La madre notó que Margarida estaba extraña. A la hora de dormir le pregunto a ella:
- Tú no estás bien, hija mía, pareces triste. ¿Quieres contarme qué ocurrió?
La niña comenzó a llorar y contó a la madre lo que había ocurrido.
- No tuve intención de estropear la cometa de él, mamá. ¡Sólo quise tener el gusto de jugar un poco con ella! ¡Ahora no sé qué hacer!
La madre la abrazo cariñosa:
- Yo lo sé, hija mía. Sin embargo tú cometiste un gesto feo: cogiste el juguete de él sin pedirlo. Y después, acabaste estropeándolo.
- ¿Qué debo hacer, mamá?
- Haz una oración y pide que Jesús te ayude. Acuérdate de todo lo que ya aprendiste. Consulta tu cabecita, piensa bien. Mañana tengo la seguridad que tú despertarás con la solución. Ahora, buenas noches. Duerme bien, hija mía.
Margarida pensó… pensó… pensó…
Se acordó de que coger la cometa del amigo sin permiso de él, incluso teniendo la intención de devolverla, fue una falta de respeto y que, en una situación semejante, no le gustaría que hicieran lo mismo con ella.
Al día siguiente, había decidido qué hacer.
Después de las clases, compró papel, se hizo con lo necesario e hizo una cometa. Muchas veces Gabriel trabajaba y sabía como hacerlo.
Más tarde, armándose de coraje, buscó al amigo y le contó lo que había ocurrido, terminando por decir:
- Te pido disculpas, Gabriel. No tuve intención de estropear tu cometa. Pero, para compensarte, aquí esta otra que hice especialmente para ti.
- Aquí está, Gabriel. ¡Espero que te guste! – cogió la cometa y se la entregó al chico.
El niño quedó conmovido al ver su cometa nueva. Tenía el formato de un corazón.
Después, él abrazó a Margarida con cariño:
- Margarida, yo reconozco que siempre fui muy impertinente contigo. Por eso, también tengo que pedirte disculpas. De hoy en adelante, todo va a ser diferente.
- ¿Amigos?
- ¡Amigos!
De ahí en breve, Gabriel ya estaba probando su cometa nueva, todo feliz de la vida, mientras Margarida lo observaba, satisfecha por haber resuelto el problema.
Gabriel se volvió para Margarida y sugirió con una sonrisa:
- Buen trabajo. ¡Ella quedó muy bien! ¿Quieres probar?
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
El Conejito Barnabé vivía en un lindo lugar cercado de árboles, de flores, y nada le faltaba. Tenía tiernas plantas y frescas hojas de lechuga que le daban para comer todos los días, cogidas de la huerta, y tenía agua fresca a voluntad.
Tía Celia.
En el lugar vivían muchos otros animales: vacas, bueyes, cabras, gallinas, gallos, patos, caballos, mulas y un perro que era muy amigo suyo, de nombre Tico.
Barnabé y sus padres ocupaban una confortable casita de madera, construida especialmente para ellos, dentro del terreno. Sin embargo el Conejito Barnabé quería mucho más.
Cierto día llegó una rata grande contando maravillas de la ciudad de donde venía.
Doña Rata hablaba del gran movimiento de coches en las calles, de la comida que era encontrada en cualquier lugar y nadie pasaba hambre. Contó que las personas pasaban y tiraban restos de comida y golosinas al suelo, y que ella tenía todos los días un banquete.
Los ojos de Barnabé quedaron brillantes de animación y su hocico se estremeció de deseo de conocer tal ciudad.
Comenzó a encontrar sin mucha gracia la vida en el campo, sin movimiento, sin personas. Y a partir de ese día, empezó a soñar en ir para la ciudad.
¿Cómo hacer eso? Sus padres no lo permitirían, con seguridad. Siempre le decían que el mejor lugar para quedarse era la casa donde vive la familia, esto es, el Hogar.
Pensó... pensó... pensó... y decidió. Saldría durante la noche, cuando sus padres estuviesen durmiendo.
Así decidió, así lo hizo.
Al día siguiente economizó algunas plantas, unas hojas de lechuga y, colocando todo en una mochila, se preparó para huir.
Cuando la noche llegó, fingió que estaba dormido, y espero que todo se aquietase. Después, cogió la pequeña mochila y salió a saltos, desapareciendo en la oscuridad.
Hizo un largo trayecto, siguiendo el rumbo que doña Rata le había indicado. Pero nada más llegar a la ciudad, Barnabé ya estaba cansado, sin fuerzas para proseguir y hambriento.
Decidió parar para descansar y alimentarse. Estaba tan cansado que durmió debajo de un arbusto. De repente, despertó asustado. Había oídos unos ruidos extraños y estaba con miedo. Se estremecía de la cabeza a los pies.
¡Yo quiero a mi madre! – gritó llorando.
Con la nostalgia de la casa, sollozó hasta coger el sueño de nuevo. Despertó con un día claro y, como el miedo hubiese desaparecido con la oscuridad, decidió proseguir el viaje.
No tardó mucho, comenzó a ver a lo lejos unas construcciones enormes, altas; deberían ser los edificios de la ciudad. Se sintió feliz. ¡Conseguiría llegar al final!
Aceleró el paso y pronto estaba andando por las calles de la ciudad. Se quedó sorprendido. Era todo muy bonito, las casas eran tan altas que parecían alcanzar el cielo; las calles tenían bastante movimiento de coches y de personas.
Barnabé, que estaba un poco asustado con el ruido, y andaba escondiéndose, se sintió más valiente y confiado, saliendo para observar.
Notó que las personas, al verlo, quedaban sorprendidas; unas gritaban, otras reían, y otras intentaban cogerlo. Aterrorizado, se escondió. Con miedo, no podía salir de su escondrijo y conseguir más comida, pues la que llevó ya la había acabado, y el estaba hambriento.
Y Barnabé, triste en su rincón, pasó a ver otras cosas que no había notado antes. Vio pasar niños harapientos pidiendo pan, viejitos durmiendo en las aceras, perros siendo pateados por las personas, hombres enfermos arrastrándose en la canalizaciones de agua, pobres madres cargando a sus hijitos y suplicando algunas monedeas para comprar leche. Barnabé vio eso y mucho más. Y se sintió cada vez más triste.
No, ese no era un lugar bueno para vivir. Sentía nostalgia de su lugar, de su casa, de sus padres, de sus amigos. Allí, nunca había pasado hambre. Todos eran bien tratados.
Y decidido, resolvió: - Voy de vuelta.
Aprovechando la oscuridad de la noche, partió de vuelta a su casa.
Cuando se aproximó, los animales lo oyeron y vinieron corriendo a su encuentro.
Sus padres, con los abrazos abiertos, lo acogieron con amor.
- ¿Por qué, hijo mío, huiste de casa sin decir nada, sin avisar?
- Perdóname, papá. Cometí un error, pero espero que tú me perdones.
Y contó que quedó tan seducido con las narraciones de doña Rata, y quiso conocer la ciudad.
El padre, colocando las manos en la cintura, preguntó:
- ¿Y si allá en la ciudad era tan bueno, hijo mío, doña Rata habría venido a vivir en este lugar?
Doña Rata, que oía la conversación, bajó la cabeza avergonzada.
Barnabé estuvo de acuerdo:
- Ahora sé eso, papá. Por eso volví. El mejor lugar para vivir es nuestro Hogar.
Aquel día, los animales hicieron una gran fiesta en el terreno para conmemorar la vuelta del conejito Barnabé.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
El padre había desencarnado hacia ya algún tiempo, partiendo para la Patria Espiritual, y Maneco quedó solo con su madre.
Tía Celia.
La vida que hasta aquella fecha fue tranquila, sin que nada les faltase, se volvió difícil. Los recursos que el padre dejó menguaban día a día y, en pocos meses, acabaron por completo.
Maneco, sin embargo, sin notar la situación, continuaba en la misma vida: estudiaba, jugaba y se divertía.
Acostumbrado a tener lo que deseaba, sin privarse de nada, comenzó a protestar por todo: de la comida, de las ropas gastadas, de los zapatos usados, mostrándose exigente e insatisfecho.
La madrecita amorosa, cuyos recursos se restringían a la pensión que le quedó al desencarnar el marido.
No tengo dinero, la pobre recorría a la voluntad de los vecinos y amigos prestándole lo suficiente para comprar algo mejor para el hijo: una fruta, un trozo de carne, algunas patatas, algún dulce.
Cuando el muchachito se sentaba a la mesa y comía con apetito, la madre se sentía compensada por sus esfuerzos y lo miraba embobada, satisfecha. Maneco preguntaba:
- ¿No vas a almorzar, mamá?
Invariablemente ella respondía, dando una disculpa:
- No tengo hambre, hijo mío.
O, entonces, alegaba que ya había almorzado, o que almorzaría después.
Cierto día, al llegar a su casa, Maneco encontró a la madre en la cama, desfallecida.
El médico, llamado aprisa, después que la examinó, informó:
- El estado de tu madre es de debilidad extrema. Probablemente no come hace varios días. Necesita alimentarse mejor para poder recuperar las fuerzas.
Maneco, sorprendido, no sabía qué decir. Aproximándose a la cama, preguntó a la madre:
- ¿Por qué no te has alimentado, mamá?
La generosa señora, un poco avergonzada, no dijo nada; sólo una lágrima descendió por su rostro pálido.
Maneco, perplejo, comprendió al fin. Poco a poco fue uniendo los hechos, acordándose de todo lo que venía ocurriendo, y entendió que la madrecita se sacrificaba por él. Daba lo mejor de sí para el hijo, no reservando nada para ella misma. Y él, insensible y prepotente, nunca notó el sacrificio de la madre.
Maneco cayó arrodillado, en lágrimas, al lado de la cama pobre, mientras le decía con voz entrecortada de emoción:
- Perdón, mamaíta, por no haber notado nuestra situación real y la grandeza de tu generosidad. ¡Pero, nunca sentí falta de nada! ¿Cómo es que tú conseguías comprar todo lo que me ofrecías?
Una vecina que llegó hacía poco y oyó la conversación, respondió conmovida:
- Tú madre pedía prestado el dinero a uno y a otros para que nada te faltase, Maneco.
- ¡Dios mío! ¿Cómo pude estar tan ciego? Mamá, yo buscaré un empleo, pues ya tengo edad para trabajar. No ganaré mucho, por cierto, pero lo poco que reciba será suficiente para suavizar nuestro infortunio. Dios nos ayudará, mamá, y seremos muy felices aun.
La madre, con una sonrisa tierna, afirmó contenta:
- ¡Dios ya nos ayudó, hijo mío, y me considero muy feliz por haberme dado Él, un hijo como tú!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Geraldito andaba sin destino por las calles, golpeando piedras.
Tía Celia.
Al volver una esquina, se encontró con un gran cartel colorido donde se veía un león y un domador.
- ¡Opa! ¡El circo llegó!
Geraldito siempre tuvo gran atracción por los circos, pero difícilmente aparecía algún en su pequeña ciudad.
Inmediatamente el niño revisó los bolsillos de las bermudas a ver si encontraba alguna moneda. Nada. Sólo algunas figuritas, una piedra grande bien pulida y un tirachinas.
- ¿Cómo voy a hacer para ir al circo?
Pensó un poco y descubrió:
- Ya sé. Voy a pedir dinero a mi madre.
Volviendo para la casa, Geraldito habló con la madre, que respondió:
- Sí te lo doy, hijo mío. Antes, sin embargo, necesito que tú me ayudes barriendo el huerto.
- ¿Barrer el huerto? ¿Trabajar? ¡Ni pensar!
Geraldito fue hasta la mercería de la esquina, donde el señor José era muy amigo suyo.
- Señor José, ¿podría prestarme una moneda? Quiero ver el espectáculo del circo y no tengo dinero.
- ¿Cómo no, Gerardito? Te daré la moneda si tú me haces un favor. El empleado no vino hoy y tengo algunas entregas que hacer. ¿Podrías hacerlas para mí?
El niño, muy desilusionado fue saliendo disimuladamente:
- Infelizmente no puedo, señor José. Tengo que estudiar.
Volviendo para la casa, Geraldito pasó por delante de la residencia de doña Lucía, una vecina muy buena y simpática. Como ella estaba barriendo la acera, el niño se atrevió a pedirle una moneda prestada.
- ¡Claro, Gerardito! Te daría la moneda, ¡pero estoy tan atareada hoy! Mi ayudante está enfermo y necesito de alguien que me ayude a arrancar las matas del jardín. Si tú me hicieras ese favor, prometo darte una, no, dos monedas.
Decepcionado, el chico respondió:
- Infelizmente, doña Lucía, ahora no puedo. Mi madre está esperándome. ¡Hasta luego! – y se fue.
Gerardito era así. No le gustaba hacer nada y las personas conocidas sabían eso.
Afligido, el niño veía que pasaba el tiempo sin conseguir recursos para ir al circo.
Por la noche, se aproximó al lugar donde estaba el circo montado. La lona, toda estirada parecía un balón; el nombre, en letras grandes y luminosas, intermitentes, invitándolo a entrar. ¿Pero cómo?
Gerardito pensó que si hubiese hecho algún trabajo, cualquier trabajo, tendría la alegría de asistir al espectáculo, pero ahora era tarde. Esa sería la última función y, al día siguiente, la lona estaría desarmada y los camiones rodando por la carretera.
Se sentó en el bordillo observando el movimiento de personas y coches que iban y venían.
En eso, una señora anciana se resbaló y cayó al suelo. La bolsa que cargaba se abrió y el contenido se esparció por la calzada.
Apenado, el chico se levantó inmediatamente y la ayudó.
- ¿La señora está bien, abuela? – preguntó atento.
- Estoy bien, hijo mío, no fue nada. Gracias a Dios, no me herí. Quedaré dolorida por algunos días, pero sólo eso.
El niño la ayudó a levantarse y, después, recogió las cosas de ella que habían caído en el suelo, colocando todo dentro de la bolsa.
Rehecha del susto, la señora pidió a Gerardito que la ayudase a atravesar la calle.
Notando que la bolsa era muy pesada, él se ofreció:
- Haré más, abuela. Voy a acompañarla hasta su casa y cargaré la bolso.
- ¡Cuanta amabilidad! Pero no quiero molestar, hijo mío. Con seguridad tú tienes otra cosa que hacer…
Pensando en el circo, el niño suspiró, afirmando:
- No... Nada tengo que hacer.
Gerardito llevó a la señora hasta el portal de la residencia y se despidió. La viejita abrió la bolsa y, cogiendo una linda moneda, se la entregó al chico:
- Agradecida, hijo mío. Mira, esto es para ti. Compra lo que quieras. ¡Y ven a visitarme cualquier día de estos!
Sorprendido, Gerardito miró la moneda depositada en la palma de su mano. Era exactamente lo que necesitaba para comprar la entrada al circo.
Cuando menos lo esperaba, recibió lo que tanto quería. Gerardito comprendió que, como ayudó a la viejecita, también fue ayudado. Comprendió también que, si deseamos alguna cosa, tenemos que esforzarnos para obtenerlo. Que, en la medida en que damos, recibimos a cambio.
Así, Gerardito compró la entrada y, en aquella noche, se divirtió al poder asistir al espectáculo del circo.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
En un jardín muy bonito y florido, vivía una oruga que se llamaba Filomena.
Tía Celia.
A ella le gustaba pasear por las plantas y alimentarse de hojas verdes.
Cierto día, durante un paseo, encontró una hormiguita con la pata herida. Compadecida, hizo una cura en la pata de la hormiga y la ayudó a volver para su casa, el hormiguero.
Tinina, la hormiga, quedó muy agradecida.
Algunos días después, Filomena salió a dar una vuelta. Anduvo… anduvo… anduvo… y cuando quiso volver para casa, no lo consiguió: estaba perdida.
Sin notarlo, Filomena había salido del jardín y ahora no sabía qué hacer. Para empeorar su situación, cayó de una gran piedra resbaladiza y quedó extendida en el suelo, con las patitas para arriba, sin conseguir levantarse.
Filomena quedó muchas horas al sol caliente, sin agua y sin alimento. Comenzó a sentirse enferma y débil, incapaz de andar.
El lugar era árido. Sólo tenía arena y piedras, y nadie aparecía para socorrerla.
Las horas fueron pasando y ella fue quedándose cada vez más preocupada.
Ya hacía un día entero que Filomena estaba estirada en el suelo, cuando oyó un ruido. Decidió gritar socorro.
Tinita estaba cerca y escuchó gemidos:
- ¡Ay, ui, ay! ¡Socorro!...
La hormiga se aproximó al lugar de donde partía la voz y cual no fue su sorpresa cuando vio a la oruga:
- ¡Doña Filomena! ¿Qué ocurrió?
La pobre oruga, reconociendo a la hormiguita que ayudó, le habló conmovida:
- ¡Ah, Tinita! ¡Fue Dios quien la mandó! Estoy aquí hace horas sin nadie para que me socorra.
¡La hormiga deseaba hacer alguna cosa para ayudar, pero era tan flaquita!
Tuvo una idea. Fue hasta el hormiguero a llamar a sus hermanas. Así, trajeron una bonita hoja verde y tierna para que Doña Filomena comiera y agua para matarle la sed. Después, las hormigas curaron sus heridas.
Cuando la oruga ya estaba mejor, la llevaron para la casa.
Doña Filomena dijo:
- Ni sé cómo agradecer el auxilio de ustedes, principalmente de Tinita, que fue tan buena conmigo.
- No necesitas agradecernos, Doña Filomena. Sólo hice mi obligación, retribuyendo el bien que la señora me hizo.
Y, desde ese día en adelante, se volvieron grandes amigas.
Así también ocurre en nuestras vidas. Todo el bien que hiciéramos revertirá en nuestro propio beneficio. Cada uno de nosotros cogerá exactamente aquello que hubiera plantado.
Por eso Jesús, sabiamente, enseñó que debemos hacer a los otros lo que queremos que los otros nos hagan.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Olavo, un niño de siete años, hiperactivo y sin paciencia, no conseguía realizar sus pequeñas tareas, protestando por todo.
Tía Celia.
Se sentaba para hacer los deberes de la escuela, pero en pocos minutos tiraba el lápiz, irritado alegando:
- ¡Esta tarea es muy difícil! No sé hacerla.
Invitado por los compañeros para ver una película, pronto se mostraba impaciente, protestando:
- ¡Esta película es muy larga! ¡No aguanto más!
Al ser llamado para jugar a la pelota, en poco tiempo estaba cansado del juego:
- ¡Este juego no acaba nunca! ¿Vamos a jugar a otra cosa?
La madre preocupada con el comportamiento del hijo, oía sus protestas, lo aconsejaba a tener paciencia y a esforzarse más, sin conseguir resultado alguno.
Cierto día ella decidió llevarlo a pasear.
Era primavera. Caminando por una plaza, Olavo quedó encantado con un árbol florido y exclamó:
- ¡Mira, mamá, que árbol grande y bello! ¡Sus flores son bonitas y perfumadas!
Más adelante, Olavo se paró delante de una estatua recientemente inaugurada. La escultura homenajeaba a un pionero de la ciudad, reproduciendo su figura a tamaño natural. Olavo, admirado delante de la estatua, comentó:
- Mira, mamá, que estatua más bonita. ¡Parece tener vida!
Enseguida, pasaron por una gran piedra que componía el ornamento del jardín, y el niño consideró:
- ¡Ya esta piedra no sirve para nada!
La madre, aprovechando la ocasión, explicó:
Te engañas, hijo mío. De una piedra bruta como esta es como los artistas hicieron aquella escultura que tú admirabas hace poco.
-¿Cómo será que el artista consiguió hacer un trabajo tan bonito?
La madre sonrió y respondió:
- Ciertamente necesita mucho esfuerzo y tiempo.
Y cogiendo una vaina del suelo, la abrió, cogió una de las simientes y la colocó en la palma de la mano del niño, considerando:
- Todo en la vida depende de esfuerzo, hijo mío. De una pequeña simiente como esta es como nació el árbol enorme y bello que tú estás viendo. Representa el esfuerzo conjugado de la naturaleza y del hombre, pues alguien cuidó de ella para que se desarrollase.
El jovencito tuvo una idea y dijo animado:
- Voy a llevar esta simiente y plantarla en nuestra casa. ¡Quiero verla crecer rápido!
- Buena idea, hijo mío. Sin embargo, no tengas prisa. Serán necesarios muchos años para que esta pequeña simiente se transforme en un árbol. Pero tú tendrás la oportunidad de verlo nacer, crecer y desarrollarse.
Olavo se quedó decepcionado.
- ¡Me gustaría que creciese pronto!
- Nada ocurre de un día para el otro, hijo mío. Todo lo que hacemos requiere esfuerzo, tiempo y buena voluntad. ¿Tú ya viste un edificio surgir de repente, que un puente sea construido del día para la noche?
- No. Ni la tarea escolar de la escuela se resuelve sola.
- Eso mismo. La naturaleza precisa de tiempo para realizar su trabajo, y nosotros también. Entonces, ve adelante. Planta tu simiente y verás como es bonito verla crecer.
Delicadamente, Olavo llevó la simiente en su mano. Llegando a la casa, bajo la orientación de la madre, él abrió un agujero, depositó la simiente, la cubrió con la tierra y la regó.
Todos los días, pronto al despertar, Olavo iba a ver el lugar donde había plantado su simiente. Un día dio palmas de alegría: un brotecito estaba despuntando.
Después, con satisfacción Olavo acompañó el desarrollo de la plantita, que cada día crecía un poco, hasta que pasó en mucho la altura de Olavo.
Aquel niño inquieto e impaciente aprendió con aquella simiente que todo tiene un tiempo fijo en la vida y que no sirve de nada atropellar las cosas.
Olavo se volvió buen alumno en la escuela y algunos años después, ya joven, fue a estudiar a otra ciudad.
Al volver, se maravilló con lo que vio. Su simiente se transformó en un bonito y frondoso árbol, lleno de perfumadas flores.
Mirando el tronco posado, las ramas frondosas que permitían la sombra y el frescor, las bonitas flores que adornaban delante de la casa, Olavo dijo a su árbol, emocionado:
- Nosotros dos crecimos y ya estamos produciendo. Yo, porque conseguí terminar la facultad y tú, porque nos alegras con tus flores y tú sombra. Aprendí mucho contigo, querido amigo. ¡Gracias!
Se aproximó, abrazando el bello tronco, y lo llenó de besos.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Anita era una niña muy malcriada.
Tía Celia.
Por cualquier motivo se irritaba, se tiraba al suelo gritando, golpeando con los pies.
Rasgaba todos los libros y revistas que poseía, rompía los juguetes caros que ganaba como regalos de los padres y peleaba siempre con los pocos amiguitos que aun tenía.
Resultado: en poco tiempo se quedó sola. Se volvió una niña tan desagradable que nadie quería jugar más con ella.
Sus padres, cariñosos y pacientes, le decían con blandura:
- ¡No hagas eso, Anita!
- ¡No rompas la muñeca que es tan bonita!
- ¡No rasgues el libro que tiene una historia tan interesante!
- ¡No golpees a tus amiguitos!
¡Pero, que! No servía aconsejar.
Después Anita se ponía a berrear que quería otros juguetes, libros y revistas nuevas, y no paraba de gritar mientras no le satisficiesen sus gustos.
Su madre, muy bondadosa, ya estaba desanimada. No sabía como obrar.
Anita era su única hija y la crió con exceso de cariño, atendiéndole los menores caprichos. Ahora quería volver atrás y no lo conseguía.
Desesperada, elevaba los ojos en oración, suplicando a Dios que la ayudase, mostrándole cómo obrar, inspirándole qué actitud tomar. Ya no sabía qué hacer más. No servían consejos y orientaciones. Anita no cambiaba.
Cierto día Anita había sido excesivamente maleducada. Su madre, en lágrimas, oró con especial fervor suplicando la ayuda del Padre Celestial.
En aquella noche, Anita se durmió.
Durmió y soñó.
Soñó que se encontraba en su propia casa. Vio su cuerpo adormecido, sin saber explicar lo que estaba ocurriendo.
Se sintió más ligera y “volando” dentro del cuarto. Al principio lo encontró gracioso y se divirtió con la situación.
Después, sin embargo, vio entrar en el cuarto a unos seres extraños que querían pelear con ella. La acusaban de ser mala, egoísta y prepotente.
Mirándolos bien, comenzó a reconocer a aquellas figuras. Eran personajes de los libros y revistas que rasgaba. Estaban enfadados porque habían perdido su casa. Con la destrucción de los libros y revistas no tenían dónde estar.
Anita, asustada, procuraba defenderse, gritando socorro, pero nadie apareció para ayudarla.
Intentó salir del cuarto, huyendo por la puerta abierta, pero en ese instante aparecieron sus juguetes avanzando en su dirección. Todos estropeados, faltándoles piezas, la muñeca con la pierna rota, el carrito sin ruedas, el perrito sin orejas… ¡En fin, todos en pedazos!
Aterrorizada, vio a sus amiguitos que veían la escena por la ventana. Grito socorro, suplicó ayuda, pero ellos se reían de sus apuros.
Grito para su madre y su padre, pero parece que no oían su pedido de ayuda.
Después de mucho gritar, se acordó de que su madre la enseñó a orar.
Entonces, con lágrimas suplicó:
- ¡Jesús,ayúdame! No sabía cuanto mal estaba haciendo. ¡Quiero mejorarme!
En ese instante sintió que caía en un agujero muy hondo y despertó en su cama. La madre, aprensiva, estaba a su lado mirándola preocupada.
- ¿Qué paso, hija mía? ¡Tú estabas teniendo un sueño tan agitado!
Anita se abrazó a la madre diciéndole, llorando:
- ¡Ah! ¡Mamá, si tú supieras! Tuve una terrible pesadilla. Pero me sirvió de lección. Prometo ser diferente de hoy en adelante.
Y realmente, a partir de ese día, para sorpresa general, Anita se volvió una niña dócil, buena y obediente. Pasó a cuidar de sus libros, revistas y juguetes con cariño, y nunca más peleó con sus amiguitos ni faltó el respeto a ninguna persona.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Guillerme era un niño que había aprovechado muy bien sus lecciones en la escuela y pasó de curso con honor.
Tía Celia.
Entonces, sus padres, muy amorosos le proporcionaron algunos días de vacaciones en una conocida ciudad de playa, en aquella región.
Eufórico, Guillerme arregló la maleta y, junto con sus padres y el hermanito, en un día muy bonito salieron de viaje.
Al llegar, después de la entrada de la ciudad, vieron un circo armado, lleno de luces coloridas, jaulas con bellos animales salvajes, elegantes caballos y monos graciosos.
Con los ojos brillantes de emoción, Guillerme oyó a su padre prometer que al día siguiente irían a ver el espectáculo.
Al otro día, a la hora marcada, entraron en el circo y después comenzó la función. Bailarinas, equilibristas, magos y trapecistas, se alternaban con payasos, monos, elefantes, domadores de animales y muchas otras cosas.
Con un paquete de palomitas en las manos, Guillerme acompañaba todo riendo y tocando las palmas, satisfecho.
De repente miró a uno de los payasos que hacían piruetas y daban volteretas en la pista. A pesar de la sonrisa abierta, sus ojos eran tristes. Cuando él se aproximó más, Guillerme notó que dos lágrimas brillaban en sus mejillas pintadas.
De aquel momento en adelante, nada más tuvo gracia, y la figura del payazo triste no le salía de la cabeza.
A la mañana siguiente despertó y, en vez de ir a la playa, volvió al circo. El aspecto ahora era muy diferente. No había más las bellas luces coloridas y la impresión de lujo y riqueza se desvaneció enteramente. Fuera, algunas personas hacían la limpieza del lugar mientras otras lavaban y cuidaban de los animales.
El muchacho preguntó dónde podría encontrar al payaso triste y le informaron que él estaba en la pista.
Entrando en la enorme lona del circo, ahora vacío, Guillerme pareció oír aun los aplausos y gritos del público.
Después lo vio. Una pequeña figura sentada en el suelo, teniendo la cabeza entre las manos.
- ¡Hola! – saludó Guillerme.
El payaso irguió la cabeza al oír la voz desconocida.
- ¡Hola! ¿Qué te trae aquí, chico?
- Bien, es que yo quería ver a un payaso de cerca.
- ¡Ah! Con seguridad te vas a decepcionar. Soy sólo un hombre como cualquier otro.
Guillerme se sentó junto a él y dijo:
- ¡Qué extraño! Siempre pensé que los payasos vivían siempre sonriendo y jugando, como si la vida fuese una fiesta – comentó el niño.
- Puro engaño, hijo mío. Muchas veces la gente rie para no llorar – afirmó con tristeza.
- Ahora yo entiendo eso. Ayer mismo, durante el espectáculo, percibí que usted estaba triste. ¿Por qué?
- ¡¿Se pudo notar?!... La verdad es que estoy con problemas muy graves.
Y el payaso le contó que estaba con la hija enferma y no tenía dinero para llevarla al médico. Contento por poder ayudar, Guillerme sonrió y le dijo:
- ¡Mire, no se aflige! Mi papá es médico y podrá examinar a su hija.
El chico salió corriendo y poco después volvió acompañado del padre.
El payaso los acompañó hasta donde estaba la hija enferma y ellos quedaron impresionados con la miseria del lugar. La caravana en que viajaban y que les servía de vivienda, era muy pobre y sin comodidad.
El médico examinó a la niña y afirmó al padre que ella, además de neumonía, estaba también desnutrida, necesitando alimentarse mejor.
- Yo lo sé, doctor. – dijo el payaso – Pero no tengo dinero. Gano poco y mal da para las necesidades más urgentes.
- No se preocupe. Su hijita necesita ser hospitalizada, pero estará buena después, con la ayuda de Dios.
El médico condujo a la niña para el hospital, donde después ella estaba siendo medicada. Enseguida, él llevó una cesta conteniendo géneros alimenticios que darían para muchos días, entregando también al payaso un sobre con una buena cantidad de dinero.
Sorprendido, el pobre hombre dijo:
- ¡Pero, doctor, yo no sé cuando podré pagarle!...
- No se preocupe. Quiero sólo que haga a los niños sonreír.
Después de algunos días la niña volvió para casa contenta y saludable.
Era el último espectáculo del circo. Levantarían el campamento al día siguiente. Guillerme y su familia estaban en la primera fila.
El payaso se aproximó trayendo en las manos un bonito globo rojo, amarrado con un cordón. Llegando junto a Guillerme le entregó el globo, con una sonrisa feliz.
- Usted ya no es más un payasito triste – dijo el niño.
- No. Gracias a ti, puedo sonreír nuevamente. No sé como agradecer todo lo que hicieron por mí.
El médico de buen humor, afirmó:
- Es fácil. Haga un espectáculo bien alegre para alegrar a los niños.
Con la última mirada agradecida, el payaso se apartó dando volteretas y haciendo payasadas, acompañado por la risa de todos.
Guillerme suspiró, satisfecho. El padre miró para el niño con cariño:
- Muchas veces, el sufrimiento y el dolor están donde menos esperamos, hijo mío. Es preciso tener sensibilidad para descubrir dónde está la necesidad de las personas. Si no fuese por ti, nadie habría descubierto el problema del payaso. Muy bien, Guillerme, Jesús ciertamente está contento contigo.
Y, abrazando al hijo con ternura, completó:
- La verdad es que donde estuviéramos podemos ayudar a alguien. Basta que se tenga buena voluntad y amor en el corazón.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Cierta vez una raposa de lindo rabo peludo y de una elegante nariz puntiaguda, aprovechando la noche que había llegado despacito, entró en un gallinero.
Tía Celia.
Se hizo un gran tumulto. Las aves corrían asustadas, chocando unas con las otras y cacareando de miedo.
Satisfecha con la confusión que se estableció entre las gallinas, la raposa corría de un lado para otro, arrancándoles las plumas y divirtiéndose mucho. Hasta que notó que una gallina continuaba en el mismo lugar. Paró el juego y se aproximó, curiosa.
La gallina, con las alas abiertas, estremecida, protegía su nido donde siete pollitos, acababan de salir de la cáscara del huevo, piando. Al ver que la raposa se acercaba, temblando de pavor, la pobre madre suplicó:
- Por favor, doña Raposa, no destruya mi familia que amo tanto. Si quiere puede comerme a mí, pero no maté a mis hijitos y Dios la recompensará por su generosidad. ¡Ellos nada le hicieron! Son pobres criaturas indefensas. ¡Tenga piedad!
Oyendo la suplica de la madrecita afligida, la pequeña raposa se apenó y se fue del gallinero, para gran sorpresa de las aves que respiraron aliviadas.
Algún tiempo después, la raposa, ya crecida fue bendecida con dos lindas rapositas, que eran su mayor tesoro.
Cierto día notó, en las inmediaciones de su refugio, un perro adiestrado en la caza de las raposas, y procuró proteger a sus hijitos de la mejor manera posible.
Sin embargo el perro, que poseía un olfato muy delicado, encontró el escondrijo. Impidiendo que ellas huyeran, mostrando los dientes, gruñendo de la mejor manera posible.
En ese instante la raposa se acordó de la vez en que entró en el gallinero y de las palabras de la gallina.
Estremeciéndose de miedo ella tartamudeó:
- ¿Tú tienes hijos?
Sorprendido, el perro paró y respondió:
- Tengo.
Sintiendo valor, la raposa continuó:
- Entonces sabe lo que estoy sintiendo. Por piedad no mates a mis hijas que son todo lo que tengo. ¿Y si esto estuviese ocurriendo con tu familia? Perdónanos y Dios te recompensará por tu generosidad.
El valiente perro de caza pensó… pensó… y pensó que la raposa tenía razón. Lleno de piedad, se fue sin molestarlas.
La raposa abrazó a las hijas con amor, agradeciendo a Dios la ayuda y reconociendo el valor de la lección que manda a hacer al prójimo aquello que queremos que los otros nos hagan.
Como en aquel día en que ella había ayudado a una pobre gallina desesperada que suplicaba por la vida de sus pollitos, ahora a su vez, en un momento de peligro, había recibido la misma ayuda de un perro de caza, que se apiadó de su situación de madre, que defendía a sus hijitos.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Fernando era un niño de buen corazón, y sensible al sufrimiento de los otros.
Tía Celia.
Cierto día pasando por una calle en la periferia de la ciudad, vio una casa muy pobre y dos niños delgados y pálidos que jugaban en la puerta.
En un impulso, se aproximó y comenzó una conversación con los niños. Supo que no tenían padre y que la madre estaba trabajando para proveer el sustento de la casa. Dijeron también, que nada habían comido aun, en aquel día, y que sólo comerían cuando la madre volviese del trabajo.
Apenado, Fernando deseó ayudar. ¿Pero, cómo? Tampoco tenía recursos y su padre trabajaba mucho para que nada le faltase en el hogar.
Tuvo una idea. Tenía muchos amigos y, si él sólo casi nada podía hacer, en conjunto ellos podrían hacer mucho.
Reunió a los amigos y expuso su plan. Si cada uno contribuyese con un poco, ayudarían a aquella familia sustancialmente. Todos aprobaron la idea de Fernando. Y más, entusiasmados, decidieron pedir la colaboración de los parientes, amigos y vecinos, pues, consiguiendo más recursos, extenderían la ayuda a otras familias necesitadas.
Y así fue hecho. No sólo recibiendo géneros alimenticios, ropas, calzados, sino cada uno también donando tiempo de trabajo, haciendo compañía a los niños, ayudando en la limpieza doméstica y enseñando los deberes de la escuela.
Poco a poco, como ellos preveían, la asistencia se extendió a otras familias igualmente necesitadas y que residían allí cerca.
Todos estaban felices y optimistas.
Pidiendo la colaboración de uno de los muchachos en la escuela, que Fernando sabía que era muy rico, quedó grandemente decepcionado, pues el chico respondió indiferente:
- Nada tengo que dar.
- ¿Cómo? ¡Tú eres el niño más rico de la escuela! – se extrañó.
Como Fernando continuaba insistiendo, de mala voluntad el chico cogió una pequeña moneda del bolsillo y se la entregó diciendo:
- Esta moneda es sólo lo que puedo dar.
Perplejo, Fernando miró la moneda y tuvo ganas de no aceptarla, por ser de un valor insignificante. Sin embargo, cogió la moneda, lo agradeció y se apartó indignado.
Llegando a casa, comentó con la madre lo ocurrido, y terminó diciendo:
- ¡Tuve ganas de no aceptar la moneda, que es un insulto a las necesidades ajenas! ¡No vale nada!
La madre lo miró y dijo serena:
- Pues harías muy mal, hijo mío. Tú debes aprender que en la vida, cada cual da lo que tiene. Y eso, muchas veces, no tiene relación con lo que la persona cree poseer.
Sorprendido, Fernando preguntó:
- ¿Cómo es eso, mamá? No lo entiendo. ¡Él es muy rico!...
- Exactamente. Pero no aprendió a dar de sí. Por eso, hijo mío, esa moneda que tú desprecias tanto es la oportunidad de tu amigo dar alguna cosa, y que, para él, representa mucho. ¿Comprendes?
- Comprendí. Tú querías decir que dar es un aprendizaje que tenemos que ejercitar – respondió el niño, admirado de las sabias palabras de su madre.
- Eso mismo, hijo mío. El egoísmo es una dolencia de la cual nos liberamos muy lentamente. Y tu amigo está dando los primeros pasos para vencer esa terrible llaga.
Fernando miró para aquella monedita que brillaba en su mano con ojos diferentes y agradeció la lección que recibió.
Hizo un cuadro con la moneda, colocando un marco y lo colgó en su cuarto, en un lugar bien visible, para que nunca más se olvidase de la lección.
Un año después, aquel su amigo ya estaba plenamente integrado en el grupo y alegremente colaborando, muy feliz de la vida, para espanto general.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Gabriel estaba muy contento. Habían tenido una bella Navidad en familia y el Año Nuevo comenzaba bien.
Tía Celia.
Su padre había decidido que irían a pasar algunos días en la playa y era necesario correr con los preparativos.
¡Tantas cosas por arreglar! ¡Tantas cosas para llevar! Ropa, zapatos, esteras, sombrilla, sillas. ¡Ah! ¡No podrían olvidar la pelota, los patines, las raquetas, el gorro y el protector solar! – pensaba Gabriel.
En la víspera del día indicado todos se despertaron temprano. Saldrían antes de que el sol saliera. Gabriel no consiguió dormir. Estaba ansioso y no veía la hora de colocar el pie en tierra.
Después de mucha confusión, se acomodaron en el coche y partieron eufóricos.
Viajaron muchas horas sin problemas. Todo era fiesta.
Alrededor del medio día ya estaban todos cansados y con hambre. El padre prometió que pararían para almorzar en el primer restaurante que encontrasen.
En eso, vieron un coche estacionado a la vera de la carretera. Parecían estar con problemas y Jorge, el padre de Gabriel, decidió parar y ver si ellos necesitaban ayuda.
Roberto, el hermano más mayor, protesto:
-¿Tú vas a parar, papá? ¡Ah! ¡No pares, no! Estamos cansados y con hambre. ¡Además de eso, ni conocemos a esa gente!
Jorge se volvió para el hijo y afirmó, serio:
- ¡Roberto, tenemos que ser solidarios, hijo mío! ¿Y si fuésemos nosotros los que estuviésemos en dificultad en una carretera desierta? ¿También no nos gustaría recibir ayuda?
- ¡Claro! – respondió el muchacho de mala voluntad, suspirando.
Jorge descendió, mientras la familia se quedó en el coche esperando. El otro vehículo estaba con problemas y Jorge, que entendía de mecánica, se dispuso a examinarlo.
No tardó mucho, y las familias estaban charlando fuera de los coches. Las madres cambiaban informaciones, mientras los niños jugaban, comían dulces y bebían agua.
Descubrieron, por coincidencia, que irían para la misma ciudad del litoral.
Jorge terminó el arreglo y se despidieron, ya como viejos amigos. Claudio abrazó a Jorge diciendo:
- Ni sé como agradecertelo, Jorge. Si no fuese por ti, no sé que habría hecho. La ciudad más próxima está lejos y la ayuda tardaría en llegar.
- No me lo agradezcas, Claudio. Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.
Reiniciaron el viaje y algunas horas después llegaron al destino.
Ver el mar es siempre una alegría y ellos estaban muy animados.
El día soleado era una invitación que ellos no podían dejar de aprovechar. No vieron más a la familia de Claudio y hasta se olvidaron del incidente en la carretera.
Cierta mañana, la playa estaba llena de gente y de sombrillas. Gabriel estaba jugando con un cubito lleno de agua, cuando vio a un cangrejo. Salió corriendo detrás del bichito, pero por más que se esforzase, no conseguía alcanzarlo.
Cuando se cansó del juego, Gabriel quiso volver junto a sus padres y los hermanos, pero sólo vio gente desconocida. No sabía donde estaba.
Era muy pequeño y estaba exhausto. Miraba para arriba, y el sol alto no dejaba que viese la cara de las personas.
Desesperado, sin saber para dónde ir, se puso a llorar gritando:
- ¡Mamá! ¡Papá!....
Pero nadie atendía a sus gritos.
Gabriel estaba cansado de gritar cuando oyó una voz conocida decir:
- Eh, niño, ¿dónde están tus padres?
- No sé. Estoy perdido. ¡Buaaaa! ¡Buaaaaa!
Mirándolo atentamente, el hombre preguntó:
- ¡¿Pero tú no eres Gabriel?!...
- Lo soy.
- Entonces no te preocupes. Para de llorar. Vamos a buscar a tus padres. ¿Te acuerdas de mí? Soy Claudio, el hombre que vosotros ayudasteis en el camino.
Claudio se dirigió a un megáfono allí cerca y mandó a avisar a Jorge que el pequeño Gabriel estaba con él.
Después enseguida aparecieron los familiares del niño. Mostrando gran alivio, la madre abrazó al hijito, llorando de alegría.
Jorge, sorprendio, se lo agradeció al amigo Claudio.
- Gracias a Dios que tú encontraste a mi hijo. Estábamos desesperados y ya no sabíamos donde buscar. ¡No sé como agradecértelo!
Claudio hizo una gran sonrisa y respondió:
- ¡No lo necesitas! Tengo seguridad de que harías lo mismo por mí.
Roberto miró al padre con lágrimas en los ojos.
- Qué bien que Claudio reconoció a Gabriel. ¡Y eso fue gracias a ti, papá! Ahora entiendo que tenías razón cuando paraste a la vera de la carretera para ayudar a aquellas personas. Es dando que recibimos.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
A pesar de ser muy inteligente y de tener todas las condiciones para aprender, a Mateo no le gustaba estudiar.
Tía Celia.
Para el era un verdadero sacrificio abandonar los juegos e ir para la escuela. Le gustaba mucho andar por las hierbas cazando pajaritos y cogiendo frutos silvestres, jugar con sus juguetes o tirar la pelota a la calle con los amigos y vecinos.
Nunca encontraba tiempo para hacer los deberes de casa. En la escuela, no prestaba atención a lo que la profesaba enseñaba y no se daba el trabajo de copiar lo que ella ponía en la pizarra.
Al final del año, como no podía dejar de ser, el resultado de ese comportamiento: todos los amigos pasaron de curso y sólo Mateo fue suspendido.
Quedó muy triste, lloró, pero nada consiguió. Tendría que repetir el mismo curso en la escuela y procurar aprovechar las clases.
No obstante, Mateo continuaba llevando la misma vida de siempre, sin preocuparse por los estudios.
En el cumpleaños él tuvo un regalo de alguien, un piano y se interesó por el juguete. Él enrollaba la cuerda cuidadosamente alrededor del piano y después lo soltaba con gesto brusco, y era con satisfacción que veía al juguete rodar, rodar, rodar sobre sí mismo.
Un día, observando el piano que rodaba sin cesar, él comentó con el padre, que leía el periódico allí cerca:
- ¿Qué gracioso es el piano, no papá? ¿Cómo será que él gira siempre y no sale del lugar?
El padre que estaba preocupado con el comportamiento del hijo, aprovechó el momento para informar:
- Es verdad, hijo mío. ¿Y tú sabes que no es sólo con el piano que ocurre eso?
- ¿Cómo es eso, papá? – preguntó mateo sin entender lo que el padre decía.
- Sí, hijo mío. También muchas personas, como el piano, quedan dando vueltas sólo alrededor de sí mismas y no salen del lugar. Nunca aprenden nada porque no se interesan en ver el mundo que existe alrededor. Son egoístas. Sólo piensan en la propia persona. Y, en ese caso, son personas que ni siquiera piensan en el propio bien, o sabrían que sólo aprendiendo y participando del mundo es como consiguen progresar en la vida.
Mateo miró al padre interrogativamente y enseguida miró al piano que aun rodaba, rodaba, rodaba, sin parar.
Quedó callado, pensando...
Entendió la lección.
Al día siguiente, para sorpresa de su madre, nadie necesitó llamarlo para ir a la escuela. Cuando ella se levantó, Mateo ya estaba listo.
Tomó el café de la mañana sin decir nada, y salió para las clases.
A partir de ese día, Mateo comenzó a dedicarse a los estudios. Hacía los deberes de casa y después aun cogía un libro para leer. Y, aun así, sobraba mucho tiempo para jugar y divertirse.
Nunca más se olvidó de la lección del piano y, cuando alguien no quería estudiar, él decía:
- ¿Quieres ser como un piano, rodando en torno de sí mismo sin salir nunca del lugar?
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Cierta vez un castor encontró un agujero existente en el tronco de un árbol grande y fuerte.
Tía Celia.
Era el cobijo ideal para el pequeño castor vivir. Muy satisfecho de la vida, se mudó para allá.
El árbol pasó a protegerlo del viento, de la lluvia, del frío y de los animales salvajes, que siempre representaban un peligro.
Contento, el castor pasó a pensar en arreglar su casa. Como la consideraba muy pequeña, deseó aumentarla.
Con sus dientes fuertes y afilados, comenzó a roer las paredes para aumentar su casa. Soñaba en tener una familia y necesitaba de espacio para la esposa y los hijitos de vinieran.
Así el aumentó el agujero haciendo un cuarto más, una sala donde pudiesen comer y un depósito para guardar las nueces que encontrase. El invierno acostumbraba a ser riguroso y era preciso almacenar el alimento de modo a no pasar hambre.
El castor arregló su casa con mucho amor, adornando y limpiando para esperar la llegada de la familia.
Como no estaba satisfecho con lo que tenía, deseando siempre más, fue aumentando la casa y haciendo nuevas habitaciones.
Los otros moradores del árbol, pajaritos, insectos y pequeños animales, protestaban:
- ¡Castor, tú estás destruyendo nuestra casa! Nuestro amigo el árbol está débil.
A lo que el replicaba, indiferente:
-- Vosotros estáis engañados. El árbol es fuerte y tiene raíces robustas.
Cierto día, ya en el inicio del invierno, él había salido para buscar comida y tardó algunas horas. A la vuelta, tuvo una gran sorpresa. Miró de lejos para admirar su linda casa y se extrañó:
-- ¿Dónde está mi casa, el árbol frondoso y amigo?...
Asustado no podía creer lo que sus ojos veían: ¡el árbol, que era tan fuerte, tan firme, estaba caído en el suelo!
¿Cómo se desmoronó de aquel modo?
Intentando encontrar la razón de aquel desastre, el castor llegó más cerca para ver lo que había pasado, y notó que el, sin darse cuenta, le había roído las raíces, haciendo que ellas perdiesen la fuerza, con el inmenso agujero que se hizo dentro del tronco del árbol.
El castor notó entonces, demasiado tarde, que él mismo había sido el responsable por la caída del árbol. Que, en su ambición desmedida, había destruido las condiciones de la morada que el Señor le concedió, no sólo a el, sino también a todos los otros seres que la habitaban.
Bastaría que se hubiese contentado con lo poco que le había sido dado, para que el pudiese vivir allí largos años en paz y seguridad. Con todo, él deseo de tener siempre más, hizo que destruyese su hogar y el hogar de los pajaritos, de los pequeños animales y de los insectos que allí vivían.
Ahora, decepcionado y triste, el castor lamentaba el error que cometió. Estaba al inicio del invierno y era necesario buscar otro cobijo, si no quería quedar al relente y expuesto a la intemperie.
Sin embargo el tenía confianza en Dios. Sabía que, como había encontrado aquel agujero, encontraría otro. Era necesario no desanimarse y aprender con los propios errores.
Entonces, humildemente, él se dirigió a los compañeros de infortunio que allí estaban tristes, y les dijo:
-- Os pido perdón. Cometí un gran error y ahora todos nosotros estamos sin hogar. Pero no podemos desanimarnos. Os prometo que encontraremos otro árbol para vivir. ¡Confiad en Dios!
Las aves, los animalitos y los insectos quedaron más animados, sintiendo una nueva esperanza brotar en sus corazones.
El castor, de aquel día en adelante, nunca más cometería el mismo error, aceptando y adaptándose a las condiciones de vida que Dios le ofreciese.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Albino era un niño que nunca terminaba lo que había comenzado a hacer. Dejaba todo por la mitad.
Tía Celia.
¡Era un horror! Por la mañana iba a cepillarse los dientes y dejaba la pasta dental sin tapar. Salía del baño y el grifo de la ducha quedaba goteando. A la hora de vestirse, abría la puerta del armario o un cajón, y no lo cerraba. Abría la galería para coger alguna cosa y dejaba la puerta abierta. Se sentaba para hacer los deberes de la escuela y olvidaba los libros y cuadernos encima de la mesa.
Así, sus ropas estaban siempre desarregladas, los juguetes fuera de su sitio, los patines en medio de la sala, la pasta dental sin tapón y así siempre.
La madre intentaba enseñarlo a ser más ordenado, colocando cada cosa en su lugar, ¡pero nada! Albino continuaba del mismo modo. Su respuesta era siempre la misma.
-- X¡¡¡¡, lo olvidé!
Un día la madre de Albino decidió darle una lección.
Después pronto, cuando el niño fue a vestirse el uniforme para ir a la escuela vio que estaba arrugado. Él se quejó:
-- ¡Mamaaaá!... ¡Mira como está mi uniforme! ¡Todo arrugado!
La madre respondió:
-- ¡Olvidé de plancharlo! Tú vas a tener que ir con el así mismo, hijo mío.
Y allá se fue Albino con la ropa arrugada para la escuela.
Más tarde, cuando él volvió, se sentó para comer. ¡Estaba con mucha hambre!
Al abrir la cazuela de arroz para servirse, vio que estaba aun llena de agua y los granos duros.
-- ¡Mamá! ¿Qué pasó? ¡El arroz está horrible!
Y la madre respondió, fingiendo sorpresa:
-- ¡¡¡¡¡! Olvidé de encender el fuego! Espera un poco, hijo mío, que voy a acabar de preparar el arroz.
Y así fue el resto del día. La cama estaba arreglada por la mitad, el baño todo mojado, la tarta medio cruda, y hasta la ropa sucia Albino la encontró en el armario.
La respuesta era siempre la misma. La madre decía que se había olvidado.
Al final del día, no aguantó más, Albino se quejó:
-- ¿Qué ocurrió hoy, mamá? La casa esta patas arriba, y tú estás muy desmemoriada. ¡Así no es!
Al oír la queja del hijo, la señora respondió:
-- ¡No sé de que te quejas tú, Albino! ¡Hice exactamente lo que tú haces todos los días! Olvidas lo que estás haciendo y lo dejas todo por la mitad.
Comprendiendo que la madre tenía razón, Albino aceptó la lección y se prometió a sí mismo tener más cuidado con sus actitudes de ahí en delante.
¡Reconoció cuanta paciencia tuvo su familia con él durante todo el tiempo, cuando él no conseguía aguantar aquella situación un solo día!
A partir de esa fecha, Albino se volvió un niño más atento y organizado, con sus propias cosas y con las cosas de la casa, de uso de toda la familia.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
En este domingo que coincide con el Día de los Muertos, fecha en que se homenajea a los muertos, es preciso parar y reflexionar.
Tía Celia.
Jesús dejó bien claro que la muerte no existe. La muerte del cuerpo físico representa sólo el pasaje de un mundo para el otro. El Espíritu deja el mundo material y pasa a vivir en el mundo espiritual, que es su verdadera vida.
El Maestro no sólo habló sobre la importancia de la vida futura, ejemplificó sus enseñanzas volviendo después de su muerte en la cruz para mostrar a los discípulos la verdad que enseñó.
Por eso, amiguito mío, no sirve que busquemos a nuestros muertos queridos en el cementerio, porque ellos no están allí. Bajo la tierra permanecen sólo los restos mortales, que no importan más. Es como una ropa vieja que no sirve más para usar, de tan estropeada que está.
Y además de eso, ¿quién es al que le gusta los lugares tristes?
Si pudiésemos escoger, naturalmente iríamos a los mejores lugares, más agradables y alegres. Así también ocurre con el Espíritu que ya dejó la Tierra.
La realidad del mundo espiritual es muy bonita. La vida allá es mucho mejor que la nuestra, que estamos aun aquí encarnados. Todo lo que vemos aquí en la Tierra, y que nos parece bello, es sólo una pálida e imperfecta copia de lo que existe en la Espiritualidad.
De esa forma, si tenemos algún ente querido que ya partió para la realidad mayor, nos acordemos de el con alegría, recordando los momentos felices que pasamos juntos o pasajes graciosos de nuestra vida en común, emitiendo pensamientos de cariño y de nostalgia, pero sin rebeldía o desesperación. Hagamos oraciones envolviéndolos en vibraciones afectuosas para que el se sienta amado y protegido. Si sentimos necesidad de ofrecerle alguna cosa, que no sea nuestra ida al cementerio, donde a el ciertamente no le gustará volver.
Coloquemos un jarrón de flores en nuestra casa igual, recordando su presencia querida. Podemos dar algo a alguien más necesitado, en su nombre, lo que lo dejará gratificado.
O entonces, mi amiguito, tú puedes enviarle un ramo de flores.
¿Cómo? Bien, piensa en las flores que a tu ente querido más le gustaba o, entonces, aquellas que a ti te parezcan más bonitas. Imagina un bonito ramo de flores, adórnalo con el papel y la cinta que desees, demostrando tu cariño. Después, escribe mentalmente una bella postal, con las palabras que te gustaría decirle. Enseguida, entrega tu ofrenda diciendo:
- ¡Estas flores son para ti!
Ten la seguridad de que tu ente querido recibirá tu presente. Así, el va realmente a sentirse homenajeado y agradecerá el feliz recuerdo que tú tuviste.
¡Prueba!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Carlos estaba en la preadolescencia, edad en que la rebeldía y la irritación eran constantes. Se quejaba de todo y nunca estaba contento con nada. Reclamaba de la familia, de la escuela, de la comida, de las ropas, de la casa, de los amigos.
Tía Celia.
En razón de eso, las personas comenzaron a apartarse de el, pues no hay a quien le guste alguien siempre malhumorado.
Cierto día, el estaba particularmente desagradable. Había peleado con su hermanita, roto un saltador de ella a propósito y pegado al cachorro.
La madre lo reprendió con cariño, diciendo:
– Hijo mio, para vivir bien con las personas, es preciso que aprendamos a amar y a respetar a todos los que conviven con nosotros y a todo lo que nos rodea. Todos nosotros lo amamos, pero nadie está obligado a aguantar su mal humor constante. ¿Qué es lo que le está pasando?
¡Usted tiene de todo y esta siempre asqueado! Deje de ser tan egoísta. Tiene gente que tienen menos que usted y no reclaman. ¡Piense en eso!
Carlos rojo de rabia, y más irritado aun con las palabras de la madre, se aparto refunfuñando:
– ¡Nadie me entiende en esta casa! ¡Todo es por culpa mía!
Atravesó el jardín para salir; al abrir el portón, paró, viendo a un chaval en la calle.
En otra ocasión, el habría acorralado al niño.
Contra su voluntad, sin embargo, quedo pensativo. Las palabras de la madre continuaban vibrando en sus oídos. Sabía que tenía razón. Sentía a sus amigos distantes, evitando aproximarse a el; la hermanita que siempre lo, lo estimaba, ahora lo miraba recelosa.
– Tengo hambre. ¿Tiene pan duro? – preguntó el chaval con la mirada triste.
Las palabras del niño lo tocaron hondo. Debe ser muy duro sentir hambre – pensó.
Con el corazón más calmado, Carlos entró corriendo y volvió enseguida con un poco de leche y un bocadillo que el mismo había preparado.
Mientras el niño comía, se sentó cerca de el en la calzada, y se puso a conversar.
– Mi nombre es Carlos. ¿Y el suyo? – pregunto.
– Pedro.
– ¿Y donde vives, Pedro?- pregunto.
– Moro en un barrio bien apartado, con unas personas que me acogieron. No tengo familia – dijo el chavalillo, bajando la cabeza, tristoncillo.
Al ver Pedro lamentar no tener familia, Carlos replico, sin pensar:
– ¡Lo envidio a usted; Pedro. Tener familia es muy chungo! Especialmente madre, que regaña mucho con motivo según la gente. ¡Asimismo me gustaría vivir solito!
El chaval irguió la cabeza y Carlos percibió que sus ojos estaban llenos de lágrimas.
– Usted no sabe lo que es vivir solito, Carlos. No tener una casa, no tener familia, no tener padre, ni madre; no tener a alguien que le haga un cariño, que lo oriente, hasta que riña con usted. Alguien con quien usted pueda conversar hablar de sus problemas, de sus dudas. Alguien que, cuando usted este enfermo, le de el remedio y se quede a su lado. Usted no sabe lo que es estar solo. Especialmente, sin tener una madre.
Carlos percibió que dio una patada, y, constreñido concordó:
– Tiene razón, Pedro. Hablé sin pensar. ¿Más, y la familia que lo acogió? ¿No es buena?
– Es muy buena. Mira, no conocí a mi padre, y cuando mi madre quedo enferma y murió, esa familia me socorrió. Entonces, no quiero ser ingrato, debo mucho a ella. A pesar de extremadamente pobre, me ayudo cuando más lo precise. Más no es la misma cosa. Siento falta de “mi madre”, ¿entiende?
– Entiendo.
En aquel momento es cuando Carlos sintió la importancia de tener una familia, de tener una madre. Su corazón se llenó de un sentimiento nuevo que brotaba en su interior y del cual es se diera cuenta, preocupado consigo mismo: EL AMOR.
Los dos niños no percibieron que, allí mismo, abrazándolos con amor, estaba la madrecita de Pedro, desencarnada.
En la mente de Carlos brotaba una idea. Una inmensa compasión por Pedro que hizo que lo invitase a entrar.
– Venga. Quiero que conozca a mi madre.
Entraron. Carlos presentó a Pedro a la madrecita. El estaba tan diferente, emocionado, que ella percibió luego que algo había acontecido con el hijo.
– Sea bienvenido, Pedro. ¿Más, que oigo, de mi hijo?
– ¿Mama! Se que el día de las Madres se aproxima y acostumbro a darle un presente. ¿a señora aceptará cualquier presente que yo le desee?
– ¡Claro, hijo mio! Sin embargo, no preciso de regalos. ¡Los tengo a ustedes!
– Más yo quiero darle un presente, madre.
– Sea lo que sea, acepto con placer, hijo mio.
Aproximándose a Pedro, que lo oía la conversación sin entender nada, Carlos coloco el brazo en sus hombros, y, con los ojos llenos de agua, hablo:
– ¿Aceptas un nuevo hijo, mama? ¡De castigo, tendré otro hermano!
– ¿Más… y la familia de Pedro, hijo mio?
Carlos contó a la madre la situación del nuevo amigo, más ella, aun con duda, cuestiono:
– ¿Pedro, y esa familia con la cual usted mora? ¡Son sus amigos! ¿No quedaran tristes sin usted?
Sorprendido y encantado con la idea de Carlos, sin poder ni acreditar en esa felicidad, el respondió:
– No, señora. Son mis amigos si, me gusta mucho ellos y estare siempre agradecido. Me ayudaron en una hora de necesidad, cuando mi madre murió y quede solo. Más acredito que para ellos seria un alivio no tener una boca más que alimentar. Sabe como es, la vida esta tan difícil…
– ¿Y a usted le gustaría morar con nosotros? ¡Bien, parece que Carlitos no pidió su opinión y precisamos saber lo que usted realmente desea!
El niño sonrió, emocionado:
– ¡Yo seria muy feliz de tener una nueva familia!
También conmovida con la situación de Pedro, la madre no tuvo más dudas. Corrió para ellos, abrazándolos, emocionada diciendo al hijo:
– Carlos, su padre y yo siempre quisimos adoptar un hijo más, sin embargo teníamos miedo por su reacción. Su padre y su hermanita también quedaran muy felices.
Después, dirigiéndose a Pedro, completo:
– Sea bien venido, hijo mio, a su nuevo hogar.
Y aquel día, la alegría voltio a aquella casa, con las bendiciones de Dios.
Carlos se torno un muchacho más comprensivo, con buen humor y feliz, porque dejó de pensar apenas en si mismo, extendiendo amor a otro más necesitado.
Algunos días después, reunidos para almorzar, la familia actual y aquella que ayudó a Pedro, conmemoraron el Día de las Madres juntos, como si todos fuesen parte de una única familia.
Allí, junto a ellos, radiante de alegría estaba la madrecita de Pedro, que envolvió a todos con infinito amor y gratitud.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
En un armario de cocina hablaban un pedazo de tarta, un pastel, algunas rosquillas y un humilde pedazo de pan.
Tía Celia.
Decía la tarta, toda orgullosa:
- Todos me adoran, pues soy blanda y suave.
Una rosquilla replicó en su rincón:
- Puede ser. ¡Pero, para la merienda de la familia, los niños no dispensan mi presencia!
Y el pastel, torciendo la nariz, respondía, irónico:
- En días comunes tal vez. Yo, sin embargo, soy siempre indispensable en cualquier mesa de fiesta. Mi presencia es esperada con mucha satisfacción, pues soy sabroso y gusto a los más exigentes paladares.
Delante de las palabras de los otros compañeros, el pedazo de pan se encogió más aun en su rincón, humillado.
La tarta, mirándolo con aire arrogante, preguntó:
- ¿Y tú, no dices nada?
El pobre pedazo de pan bajó la cabeza, triste. Se sentía disminuido delante de los compañeros, y sin valor ninguno. Al final, era sólo un pan.
El pastel replicó, sarcastico:
- Déjalo. ¿No ves que él no sirve para nada? Sólo lo utilizan cuando no tienen una cosa mejor. Con tantos manjares gustosos como nosotros, su fin es quedarse aquí, escarnecido en este armario, hasta ser tirado a la basura.
Triste, el pan no respondió. Sabía que no tenía importancia alguna.
En eso, oyen un ruido en la cocina. Alguien se aproxima. Se callan.
La puerta del armario se abre y aparece la dueña de la casa y su hijo Paulito.
- ¿Tú que deseas comer, hijo mío? – pregunta la madre, atenta. – ¿Tal vez algunas rosquitas?
- No, mamá. Están un poco húmedas. Ellas me gustan sequitas.
- Bien, ¿tal vez un pedazo de tarta? ¿O de pastel?
- No, no. Son muy dulces – replicó el muchachito.
Y, mirando el pedazo de pan, el niño lo cogió con cariño mientras afirmaba:
- Cuando estoy realmente con hambre, mamá, ¡no dejo mi pedazo de pan!
Con alegría, el pan dejó el armario, bajo las miradas consternadas de los compañeros.
También nosotros, en la vida, por más insignificantes que nos sintamos, tenemos nuestro valor y una tarea que cumplir.
Por eso no debemos considerarnos mejores que los otros, dejando que el orgullo se instale en nuestro corazón.
Tampoco no debemos considerarnos peores que los otros. Cada uno de nosotros es diferente y único, pero todos somos hermanos delante de Dios.
Todos nosotros tenemos valor.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Caminando por la calle, Celso estaba desanimado. Golpeó una lata y pensó:
Tía Celia.
- Las fiestas no están siendo como yo soñé.
Durante el año escolar, teniendo que hacer tareas y enfrentar pruebas, él tenía ansias por las fiestas escolares prometiéndose a sí mismo no hacer nada, de nada. Quería descansar.
Hasta avisó Celso a su madre, firme:
- Mamá, en las fiestas no quiero hacer nada. Nada de trabajo, nada de actividades. ¡No me despiertes! ¡Quiero dormir bastante.
La madre estuvo de acuerdo. Ahora, Celso dormía hasta mediodía, despertándose sólo a la hora del almuerzo. Después, estaba el resto del día sin hacer nada. Al principio hallaba esa vida, buena, después, sin saber porqué, empezó a sentirse irritado y descontento, reclamando por todo.
Los colegas insistían para que fuese con ellos a jugar a fútbol o para ir a la piscina, pero el niño se negaba diciendo:
- No voy, no.
¡Quiero descansar!
Cierto día una amiguita de Celso, pasando por su casa y viéndolo en el portal, le invitó:
- Tengo un grupo que va a llevar sopa a una favela y voy a juntarme con ellos. ¿Quieres ir también?
- ¿Estás bromeando? ¿Con ese sol y ese calor que está haciendo? ¡Ni pensarlo!
- Pasó una semana…dos semanas…
En la tercera, Celso ya no aguantaba más la monotonía.
Observando a su madre lavar ropa, el niño se desahogó:
- Mamá, no sé lo que está pasando conmigo. Estoy sin ánimo. He perdido el hambre. No he conseguido dormir seguido toda la noche. Paso las horas acostado, sin sueño. ¡Y, lo peor, es que vivo cansado!
- La madrecita se secó las manos en el delantal, miró a su hijo desanimado y sonrió, comprensiva:
Es exactamente porque tú no estás teniendo ninguna actividad útil, hijo mío. Cuanto menos hagas, más cansado estarás.
- Se sentó al lado de Celso en un banco allí cerca y continuó:
- Para poder vivir, Dios nos dotó de energías. Esas energías tienen que ser bien utilizadas por nosotros. Por eso sentimos necesidad de trabajo, de movimiento, y de actividades.
Pero cuando acabó el año escolar yo estaba muy cansado y no quería ver libros frente a mí.
- Muy justo, porque estudiaste y te esforzaste bastante durante el año, hijo mío, y necesitabas descansar. Ahora ya estás descansado y necesitando poner el cuerpo en movimiento y la mente. Existen otro tipo de actividades que nos distraen, alegran y animan. Leer un buen libro, hacer deporte, una visita, ayudar a alguien, son cosas útiles y agradables.
Celso pensó un poco y concluyó que la madre tenía razón.
Aquella tarde, acompañó a los amigos al club para un partido de fútbol. Volvió para casa con otro aspecto.
Al día siguiente encontró a la niña que iba a llevar sopa a la favela y se dispuso a acompañarla. Vio tanta necesidad y sufrimiento, que se conmovió. Ayudó a distribuir la sopa y el pan, habló con los niños, visitó a las familias y volvió a casa con nuevo ánimo.
- Acalorado y sonriente, entró en casa y relató a la madre lo que hiciera. Estaba con otro aspecto y tenía un brillo diferente en la mirada.
- Se sentó y comió sin protestar. Con las actividades del día, se sentía cansado pero satisfecho. Aquella noche durmió y tuvo el sueño tranquilo. Al día siguiente despertó pronto, bien dispuesto y animado, afirmando:
- ¡Mamá, yo quiero aprovechar mis vacaciones!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Caminando por la calle, sin prisa, Roberta de ocho años, se encaminó para el parquecito próximo de su casa. Se sentó en el columpio preferido y allí se quedó quieta, pensando en la vida.
Tía Celia.
El año había sido bueno. A pesar de no haberse dedicado especialmente a los estudios, había sido aprobada en la escuela, y se sentía aliviada.
La fiesta de Navidad había sido muy buena, con comida abundante, frutas, dulces, chocolates y caramelos. Además de eso, le dieron varios regalos, inclusive una nueva bicicleta, exactamente la que deseaba.
No obstante, a pesar de estar todo bien, algo la incomodaba. Recordando la Navidad, cuya fecha representaba el aniversario de Jesús, llegó a la conclusión de que sólo pensó en sí misma. El año estaba terminando y eso le daba cierta tristeza.
Como el año nuevo llegaría dentro de algunos días, Roberto pensó que le gustaría cambiar su vida para que ella fuese mejor aun.
¿Pero cambiar qué?
En relación a la escuela debería estudiar más, no sólo para pasar de curso, sino para aprender realmente.
Al pensar en la escuela, inmediatamente la imagen de Tereza surgió en su mente. Era una compañera con quien tuvo una pelea por un motivo cualquiera, y no se habían hablado más. Y ella sentía la falta de la amiga.
Acordándose de la fiesta de fin de curso, Roberta revivió el momento en que un grupo de alumnas presentó bonitos números de danza. ¡Ella se había emocionado porque el ballet era su sueño! ¡Siempre quiso aprender a bailar! ¿Quién sabe si la hora había llegado?
En ese momento, Roberta vio a una niña bien pobre que llegó al parquecito, tímida, sin saber qué hacer. Mientras la madre de ella, parada en la calzada, se entretenía hablando con una muchacha, la niña se quedó parada, indecisa.
Íntimamente, Roberta tomó una decisión:
- ¡Eso mismo! ¡El año nuevo será diferente! Y voy a empezar ahora.
Entonces Roberta dejó el columpio y se acercó a la niña, invitándola:
- ¿Quieres ir al columpio? ¡Venga, yo te ayudo!
Se sentó la niña y se puso a balancearla, mientras la niña reía, feliz. Luego se hicieron amigas. Roberta supo que el nombre de ella era Carolina, tenía 4 años y vivía en un barrio muy distante. Cuando la madre de la niñita llegó, ellas hablaban y Roberta dijo:
- Tengo algunos juguetes y quiero dárselos para Carolina. Tengo también ropa y calzados que no me sirven más, además de dulces y caramelos que me dieron en Navidad. Vengan conmigo hasta mi casa. Es aquí cerquita.
La madre quedó toda contenta y agradecida:
- Tú no imaginas lo que eso significa para nosotros. Sin dinero, nada pude comprar para Carolina en Navidad. Ni comida tenemos nosotros en casa.
Apenada, Roberta llevó a la madre e hija hasta su casa, las presentó a su madre y, como el almuerzo estaba listo y su padre ya había llegado, se sentaron y almorzaron todos juntos.
Al despedirse, la mujer estaba emocionada. Se sentía agradecida por la ayuda y por el acogimiento que tuvo en aquel hogar. Carolina se tiró a los brazos de Roberta y dijo:
- Gracias, Roberta. ¡Tú eres ahora mi amiga del corazón!
Al recibir el abrazo la niña, Roberta sintió que jamás había experimentado tal sensación de bienestar, paz y felicidad.
Más tarde, ella fue hasta la casa de Tereza. Tocó la campañilla y, para su sorpresa, fue la propia amiga la que le abrió la puerta. Al verla, la niña abrió los ojos, sorprendida.
- ¡Roberta! ¿Tú, aquí en casa?...
- Vine para pedirte disculpas, Tereza. Siento mucho lo que ocurrió aquel día.
- Roberta, soy yo quien debe pedirte disculpas. Dije cosas que no debía y acabamos peleando. ¿Tú me perdonas?
Las dos cambiaron una mirada y cayeron en la risa.
- Bien, creo que somos amigas de nuevo, ¿no es así?
Ellas se abrazaron con cariño, contentas por haber resuelto la cuestión.
Dejando la casa de Tereza, Roberta volvió para su casa y le contó a su madre lo que había pasado, que había hecho las paces con Tereza y concluyó:
- Mamá, gracias a Dios ahora está todo bien entre nosotras.
- Me siento feliz, hija mía, que tú y Tereza os hayáis acercado. Nunca estaremos bien si alguien tiene algo contra nosotros.
- Tienes razón, mamá. Estoy aliviada. ¡Ah! También decidí que el año nuevo sea diferente, por eso me gustaría pedirte: ¿puedo estudiar ballet el año que viene?
- Si tú realmente lo deseas, ¡está claro que puedes!
- ¡Gracias, mamá! Voy a telefonear a la profesora y a matricularme en el curso.
En los próximos días, Roberta hizo una programación de todo lo que le gustaría hacer para el próximo año, y aprovechó para realizar algunas cosas que estaban faltando antes de fin de año: hizo una visita a sus abuelos y a un amigo que estaba enfermo, dio un baño al perro; arregló su cuarto separando lo que iba a necesitar de aquello que podría disponer y muchas otras cosas.
El día 31 de diciembre, se sentía en paz consigo misma y con el mundo.
Cuando sonó la media noche y los festejos comenzaron, el cielo quedó todo iluminado con la quema de los fuegos artificiales. La ciudad ganó nueva vida, con las bocinas de los coches sonando, gritos de alegría y personas que dejaban sus casas para saludar a los vecinos, parientes y amigos.
Bajo el cielo iluminado, la madre miró para la hija y dijo con amor:
- ¡Feliz Año Nuevo, hija mía!
- ¡Feliz Año Nuevo, mamá!
Roberta ahora tenía la seguridad de lo que quería: ¡AÑO NUEVO, VIDA NUEVA!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Aprovechando la aproximación de diciembre, la profesora hablaba sobre el asunto, ponderando con los alumnos:
Tía Celia.
- Nuestras aulas están terminando y después vosotros estaréis de vacaciones. La Navidad esta llegando y hoy vamos a hablar sobre ese asunto tan importante para nosotros que somos cristianos. ¡Todos los días debemos acordarnos de Jesús y buscar estar junto a él! Con todo, la Navidad es un momento especial porque toda la cristiandad conmemora en ese día la venida de Cristo al mundo. Entonces, me gustaría saber: ¿Cómo esperáis vosotros conmemorar la Navidad?
El entusiasmo fue general. ¡El asunto era palpitante! Cada niño habló sobre sus expectativas para la fiesta: Las visitas a los parientes que vendrían de lejos, los preparativos y las compras que estaban siendo hechas para el gran momento y, especialmente, los regalos que esperaban conseguir
La profesora oía con atención las informaciones infantiles, dejando que hablasen a gusto. Después, comento, con una sonrisa:
- ¡Bien! ¡Veo que están animados y saben lo que quieren! ¿Pero será que alguien se acordó de que es el aniversario de Jesús y, por tanto, la fiesta es para El?
Silencio general. Los alumnos cambiaban entre sí miradas sorprendidas y consternadas. ¡Nadie había pensado en eso!
Un alumno rompió el silencio, arriesgando:
- Bien, si el aniversario es de Jesús, entonces debemos pensar como a El le gustaría que preparásemos la conmemoración, ¿no es así?
Todos estuvieron de acuerdo. Sin embargo, ¿como hacer eso? ¿Preguntando a Jesús?
Otro muchacho, que oía pensativo, dijo:
- Bien, profesora, creo que sólo podemos hacer eso buscando en las enseñanzas de Jesús. Mi madre me enseñó que a Cristo le gustaba estar siempre junto a los sufridores y necesitados del mundo.
- Excelente, Juanito. ¿Alguien se acuerda de alguna cosa más?
Dorita, una niña estudiosa y disciplinada, comentó:
- Profesora, el otro día abrí la Biblia al azar y leí un trecho en el que decía Jesús, al dar una fiesta, que no deberíamos invitar a los ricos, si no a los que no podrían retribuir la gentileza.
- Muy bien, Dorita. Tú probaste que entendiste el mensaje del Maestro.
Ismael, el menor del grupo, que acompañaba todo con atención, se levantó y dijo:
- Profesora, mi padre dice que Jesús ama a todos mucho: las personas, los bichitos, las plantas. ¿Es verdad?
- Sin duda, Ismael. El amor de nuestro Maestro se refleja en toda la naturaleza.
- Entonces, creo que a Jesús no le gustaría llegar a nuestra casa y encontrar la mesa llena de animales muertos. ¡A mí no me gusta!
Delante de la ponderación de aquel niño, que recordaba el respeto a la vida, los demás se callaron. La profesora pasó la mirada por la sala, donde los alumnos se mantenían en silencio, pensativos, y sugirió:
- La clase ya se manifestó abordando cosas importantes que deben ser analizadas con seriedad. Me gustaría que el grupo reflexionara sobre el asunto y encontrase la mejor solución para festejar la Navidad de Jesús. Vosotros tendréis hasta el final de esta clase para solucionarlo, ¿está bien? Después de ese tiempo, volveré para saber lo que decidisteis.
Los niños pasaron a reflexionar en el asunto, cada uno dando una sugerencia. Al final, después de mucha charla, decidieron. La decisión fue unánime y estaban todos entusiasmados.
Volviendo, la maestra miró para la clase e indagó:
- ¿Y entonces? ¿Llegasteis a una decisión?
El líder del grupo, se levantó e informó:
- Sí, profesora. Después de todo lo que se habló, decidimos que la mejor manera de festejar la Navidad, es hacer visitas a los hospitales. Jesús se acercaba especialmente a los sufridores y enfermos, y ¿dónde encontrarlos en mayor numero que no sea en un hospital? Debe ser muy triste ser niño y tener que pasar la Navidad separado de la familia, ¿no es así? Podemos ensayar un teatro, llevar alegría, músicas, juegos y algunas golosinas que ellos puedan comer. ¿Que piensa la señora?
La profesora acompañaba conmovida la explicación del alumno, que era interrumpida por los demás con palmas y gritos de alegría. Con lágrimas en los ojos, ella lo aprobó:
- Felicidades, vosotros decidísteis sabiamente. ¡Por cierto este año tendremos una Navidad diferente!
A partir de aquel día, con la cooperación de las familias que aceptaron eufóricas la idea de los hijos, buscaron recursos para realizar el proyecto, consiguieron dulces y regalos. Cada alumno contribuiría con sus tendencias, mostrando lo que tenía de mejor. Así, surgieron actores para un pequeño teatro; payasos, magos y, cómo no podría faltar, ensayaron las músicas navideñas.
Llegó el gran día.
Era víspera de Navidad. En un gran transporte se dirigieron para el primer hospital. ¡Fue un momento inolvidable! Médicos, enfermeras, cuidadores, todos aprobaron las iniciativa. Los pacientes entonces, ¡ni que decir! Acompañaban con ojos brillantes de animación y alegría las presentaciones variadas y llenas de humor. Recibieron regalos, balones coloridos y dulces. Naturalmente, los alumnos se habían informado antes para saber lo que los pacientes podrían comer, incluso los diabéticos, que recibieron golosinas especiales.
Notablemente, en el Hospital del Cáncer, la emoción fue mayor, delante de los niños pálidos, abatidos, muchos sin cabellos, con heridas, pero todos demostrando en la mirada la felicidad de aquel momento.
El ambiente saturado de luz se derramaba en bendiciones de paz, de amor y de alegría para todos.
¡Ciertamente, tanto los niños enfermos como los alumnos de aquella clase, jamás olvidarían esa Navidad, cuando tuvieron la oportunidad de sentir la presencia de Jesús, tan viva y tan fuerte entre ellos!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Hace mucho, mucho tiempo atrás, en un humilde y pequeño establo, algunos animales hablaban, cambiando ideas sobre sus vidas.
Tía Celia.
Y el buey, muy manso decía con su voz grave y paciente:
- Todo lo que hacemos es trabajar de sol a sol. Empujo el arado revolviendo la tierra para la siembra, y conduzco la carroza con tranquilidad y alegría ejecutando mi trabajo sin protestar. El señor puede contar conmigo, que estoy siempre firme en el servicio, pero jamás recibí una sola palabra de ánimo.
El caballo, que rumiaba en un rincón, estaba de acuerdo balanceando la cabeza:
- También he dado lo mejor de mí, llevando al señor para todas partes, caminando grandes distancias bajo el sol abrasador, la lluvia fría o el frío inclemente. Pero he recibido apenas el latigazo en el lomo como pago por mis servicios.
El borrico levantó la cabeza, triste y suspiró:
- He cargado cargas muy pesadas y nunca las derramé, ni me negué a cumplir mis tareas, aun nunca recibí una ración extra en agradecimiento por mis esfuerzos.
La vaca, que amamantaba a su becerrito recién nacido, irguió los ojos grandes y húmedos y comentó:
- También yo he sentido en la piel la ingratitud del hombre. No contento en retirarme la leche con que alimentar a sus hijos, no es raro que desagregue a nuestra familia, matándonos por placer para alimentarse de nuestras carnes, utilizando la piel para la confección de calzados y ropas.
La ovejita que todo oía en silencio, y que de mirada soñadora observaba a través de la puerta el cielo de un azul profundo y limpio, cubierto de estrellas, suspiró y dijo con su voz tierna:
- Estoy de acuerdo que todos tenéis una parcela de razón. Tampoco yo no estoy libre de malos tratos, aunque colabore siempre con mi lana para que el hombre confeccione abrigos con que protegerse del frió. ¿Pero sabéis lo que oí decir el otro día? Que es esperado un Mesías con toda ansiedad. Dicen que él vendrá del cielo para amar a los hombres en la Tierra, y para conducirlos al regazo de Nuestro Padre.
Y los animales, atentos y curiosos, sintiendo una esperanza nueva, le pedían a una sola voz:
- ¿Y qué más dicen de ese Mesías enviado por Dios? Cuéntanos... cuéntanos...
Y la ovejita, orgullosa de sus informaciones, proseguía:
- Dicen también que él dará a cada uno según sus propias obras. Por eso, tengamos confianza en Dios que nunca nos desampara.
Mas reconfortados y confiados, los animales en aquella noche soñaron con el Mesías, que cada uno imaginaba conforme sus gustos y necesidades, y que sería el Salvador del Mundo.
Al día siguiente vieron que se aproximaba, viniendo por el camino, un hombre que conducía un borrico, cargando a una joven de bello y dulce semblante.
Como no habían conseguido alojamiento para pasar la noche, se contentaron con aquel humilde establo.
Parecían exhaustos del largo viaje y la joven esperaba a un hijo pronto.
Con espanto, los animales vieron al hombre amontonar la paja, improvisando una cama para la joven.
Algunas horas después nacía un lindo bebé, bajo la vista cariñosa y atenta de los animales.
En el cielo una gran estrella surgía, prenunciando un acontecimiento nada común y, rodeando el pesebre, transformado en una improvisada cuna para el recién nacido, los animales se sintieron compensados por todo el sufrimiento de sus vidas, conscientes de la gran importancia de aquel acontecimiento.
Y, en la paz y quietud del ambiente sencillo, reconocieron en aquella criatura al Mesías, el Cristo de Dios, que nació en la Tierra para enseñar el Amor, pero que prefería como testimonios mudos de su nacimiento, no a los hombres, si no a los humildes, laboriosos y dulces animales de la creación.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Estaban en el mes de diciembre. Los últimos días de aulas traían alegría a los alumnos porque representaban la llegada de las vacaciones, las fiestas de final de año, viajes y diversiones. Pero también traían cierta tristeza, pues la convivencia diaria con los colegas a que estaba acostumbrado y que les daba tanto placer, dejarían de existir.
Tía Celia.
Al cierre del año de actividades, al despedirse de sus alumnos, la profesora habló sobre la Navidad, explicando la importancia de la venida de Jesús al mundo, y concluyo diciendo:
- Nunca os olvidéis que el espíritu navideño representa, sobre todo, repartir lo que tenemos con el prójimo, incluso aunque sea poco. Eso es lo que el Maestro espera de nosotros: que podamos obrar como verdaderos hermanos.
Nico se quedo con aquellas palabras en la cabeza.
¿Qué tendría él para repartir con alguien? No era rico. Al contrario, era de familia bien pobre. Las ropas y calzados que usaba le eran necesarios. El no tenía juguetes. Se acordó de los libros escolares que ya no le servirían más. Sí, podría donarlos a algún niño pobre.
Sonrió con esa idea. Encontró algo para repartir.
Íntimamente, sin embargo, no se sentía satisfecho. Dando los libros escolares a alguien, no estaría repartiendo nada, ¡y solo daría algo que no le haría falta! En aquel gesto suyo estaba faltando alguna cosa...
Algunos días después, ya bien próximos a la Navidad, fue a visitar a su abuelo y le regalo una moneda. ¡Una bonita moneda!
- ¿Que haría con ella? ¡Ya se! voy a comprar aquel perrito caliente que siempre soñé comer y que nunca pude.
Nico salió corriendo rumbo a “aquella” barraquita de perritos calientes que el tan bien conocía de tanto oír a las personas elogiarla.
Pidió el sándwich y, lleno de ansiedad, ya con el agua en la boca, mal podía esperar que estuviera listo. Aumento el maíz y todo a lo que tenía derecho, y se acomodo en el bordillo para apreciarlo debidamente.
Satisfecho, respiró hondo y abrió bien la boca para dar el primer bocado. En ese instante, vio a su lado, también sentado en el bordillo, a un negrito sucio y harapiento, cuyos ojos hambrientos no se despegaban de su sándwich.
Nico, al principio, intentó no dar atención al niño. Pero aquellos ojos de mendigo lo incomodaban.
En aquel momento, se acordó de las palabras de la profesora el último día de aula, y entendió finalmente lo que ella quería decir.
Se levanto y, poco después volvió con el perrito caliente dividido por el medio. Entregó una parte para el niño, que se lo agradeció con una enorme sonrisa, y el se quedó con la otra.
Y juntos, lado a lado, saborearon el delicioso sándwich.
Jamás Nico había experimentado tal sensación de bienestar y de felicidad. La gratitud del niño de la calle tenía para el un sentido tan especial.
Finalmente entendió lo que era el espíritu navideño. El consiguió renunciar, dividiendo algo que deseaba mucho. Repartió el pan con alguien aún mas necesitado que el, y tenía seguridad de que Jesús aprobaba su gesto. ¡Ni sabía el nombre del negrito! ¿Pero qué importancia tenía eso?
Se volvió para el niño que lo miraba con ojos brillantes y llenos de alegría. Sonrieron. Había ganado un nuevo amigo.
- ¡Feliz Navidad! – exclamó satisfecho.
- ¡Feliz Navidad! – repitió el niño.
Y se abrazaron contentos.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Rogério era un conejito de familia buena y preocupada con su educación.
Tía Celia.
Vivía en un sitio muy bonito, cerquita de la ciudad, con muchos otros animales.
Percibiendo que a Rogério no le gustaba trabajar, la mamá Coneja lo orientaba diciendo:
-- Hijo mío, en esta vida todos tenemos que ser útiles de alguna forma. Todos nosotros necesitamos realizar alguna tarea. Dios no nos concedió la vida para que seamos un peso para la naturaleza.
Pero el conejito huía a todo esfuerzo noble.
Cierto día él salió de casa contrariado porque la madre le pidió que la ayudase en las tareas domésticas barriendo la pequeña cueva donde vivían.
Andando a saltos por un c amino, Rogério iba protestando. Cansado, se sentó a la sombra de un árbol, a la vera de un río pequeño.
Perezoso, él suspiró y dijo:
-- ¡Ah! Me gustaría ser como ese riachuelo que no hace nada!
Para su sorpresa, oyó una voz que le decía:
-- Puro engaño. Trabajo bastante. Trasporto con mucho cuidado el agua que va a beneficiar las plantaciones y que será usada por las criaturas humanas en los más diversos servicios, y las aves y animales viene hasta mí para saciar la sed. Además de eso, sirvo de morada para muchos peces.
Asustado, Rogério pensó un poco y, contemplando una vaca manchada que rumiaba en el pasto, allí cerca, replicó:
-- Bien, entonces a mí me gustaría ser como aquella vaca que pasa todo el tiempo sin hacer nada. Sólo come y duerme.
La vaca que oyó las palabras del conejito, se apoyó en la cerca y mugió:
-- Múuuuu... múuuuu... ¿Cómo que no hago nada? Ofrezco leche todas las mañanas. Sin contar que, muchas veces, tenemos hermanas nuestras que dan hasta la vida para que los hombres puedan alimentarse.
Decepcionado por la reacción del animal, el conejito miró a su alrededor buscando a alguien que no hiciese absolutamente nada.
El árbol, que se mantuvo callado hasta aquel instante, entró en la conversación:
-- ¡No mires para mí! También trabajo. Doy flores y frutos que sirven de alimento. Acojo a los pájaros, pequeños animales e insectos en mis ramas fuertes. Además de eso, a todos les gusta descansar en mi sombra acogedora. ¡Como tú, por ejemplo!
El carnero que se aproximaba para participar de la conversación, aclaró que ofrecía la lana para dar calor; la gallina que picoteaba allí cerca, afirmó que entregaba sus huevos para la alimentación y, hasta una araña que tejía su red en una rama, tenía tarea:
-- ¡Si no fuese por mí, que me alimento de las moscas y pequeños insectos que existen en el aire, tu vida sería imposible! – afirmó orgullosa.
El conejito estaba muy avergonzado. Sólo a él no le gustaba hacer nada.
Pensativo, Rogério volvió para casa.
Encontró a su madre atareada en arreglar el alimento para la familia. Sin decir nada, cogió la escoba y se puso a trabajar.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Carlos y Luisa se sentían extremadamente desanimados y sufriendo. Su único hijo, Octavio, un niño de seis años de edad, falleció repentinamente víctima de una dolencia incurable.
Tía Celia.
Inconformes, Carlos y Luisa buscaban explicación para su dolor. ¿Por qué fue a ocurrir esto con ellos? Octavio era un niño bueno, obediente, cariñoso, un verdadero ángel caído del cielo. ¿Por qué Dios lo retiraba de sus brazos, de los padres que lo amaban tanto?
Así, rebelados, buscaban consuelo en todos los lugares y de todas las formas, sin encontrar alivio o respuesta para sus sufrimientos.
Cierto día, ellos entraron en una Casa Espírita, a pesar de no creer en nada. Oyeron el comentario evangélico y después tomaron pases. De alguna manera, se sintieron más aliviados.
Terminada la reunión, el dirigente fue a hablar con ellos. Así, le contaron sobre la muerte del niño. Luisa, profundamente rebelde, terminó su relato diciendo:
- Desde ese día, y ya van seis meses, no tuvimos más paz o alegría de vivir. Sereno, el responsable por la reunión los miró apenado y preguntó:
- ¿No creen en la inmortalidad del alma?
Sorprendido el matrimonio cambiaron una mirada, mientras Luisa exclamaba:
- ¡Nunca pensamos en eso!
Con una sonrisa tierna, el espírita consideró:
- Pues es bueno que comiencen a pensar en esa posibilidad. El Espíritu es inmortal y sobrevive a la muerte del cuerpo físico. ¡Su querido hijo Octavio está más vivo que nunca!
Con el corazón latiendo rápido y los ojos brillantes de esperanza, Luisa preguntó:
- ¿El señor tiene seguridad de eso?
- Absoluta. Ciertamente necesita de la ayuda de ustedes. Sus lágrimas no deben estar haciéndole bien a él. Es probable que esté sufriendo mucho.
- ¿Qué hacer entonces, para ayudarlo? – preguntó la madre, preocupada.
- Oren por él. Procuren acordarse de las cosas alegres, de los momentos felices que tuvieron y, quién sabe, un día podrán encontrarse.
El bondadoso anciano les dio algunas explicaciones necesarias sobre la Doctrina Espírita y, antes que se retirasen, les entregó algunos libros cuya lectura podría ofrecerles nociones más claras y precisas.
Carlos y Luisa dejaron el Centro Espírita con una nueva esperanza.
A partir de aquel día, Luisa pasó a hacer oraciones por el hijito desencarnado, pidiendo siempre a Jesús que, si fuera posible, le permitiese verlo nuevamente.
Cierto día se adormeció en llanto. Hacía exactamente un año que su hijo volvió al mundo espiritual.
Luisa se vio en un bonito jardín, todo florido, y donde muchos niños jugaban despreocupados.
Se sentó en un banco para observarlos cuando vio a alguien caminando a su encuentro: era Octavio.
Llena de alegría lo abrazó, feliz. Él estaba de la misma forma; no cambió en nada.
Después de los primeros besos y abrazos, Octavio le habló con cariño:
- Mamá, estoy muy bien. No llores más porque yo también me quedo triste. Tus oraciones me han ayudado mucho.
- ¡Ah! ¡Hijo mío, que felicidad! ¡Qué pena que estoy soñando!
- No, mamá, estamos encontrándonos de verdad.
Cogiendo una rosa del jardín, él se la ofreció a la mamaíta, despidiéndose:
- Para ti, mamá, con todo mi amor. Da un beso a papá.
- ¡No te vayas, hijo mío! – suplico, afligida.
- Es necesario que me vaya ahora. No te preocupes, mamá. Yo volveré para tus brazos.
Ayuda a otros niños necesitados. ¡Hasta pronto!
Despertando, Luisa no contuvo las lágrimas de emoción. Estuvo con Octavio. Que pena que sólo fuera un sueño.
Cual no fue su espanto, no obstante, cuando mirando para la mesita de cabecera, vio una bella rosa. La misma que su hijo le dio, aun con gotas de rocío en los pétalos, como si hubiese sido cogida hacía poco.
Tomando la flor entre los dedos, enternecida, la llevó a los labios, mientras el pensamiento se elevaba en una oración de agradecimiento al Creador por la dádiva que le concedió.
Entendió el mensaje. Ahora ya no podría dudar de la inmortalidad del alma y su corazón se lleno de alivio y paz.
Algún tiempo después, en las tareas a que se vinculó en el auxilio a las familias necesitadas de unas chabolas de la ciudad, recibió a un niño cuya madre falleció al dar a luz, y cuyo padre no era conocido.
Llena de compasión, Luisa tomó en los brazos al recién nacido y, al abrazarlo en su pecho, una onda de amor la envolvió. En aquel momento, ella decidió llevarlo para la casa y adoptarlo como hijo del corazón.
Sin saberlo, Luisa recibía, con ese gesto generoso, a su querido hijo Octavio que, gracias a la Misericordia Divina, volvía a sus brazos amorosos como hijo del corazón.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
José Antonio era su nombre. Pero todos lo llamaban Zequinha.
Tía Celia.
Zequinha, que más tarde cumpliría ocho años, era un niño bueno, sin embargo tenía un hábito muy feo: no conseguía hacer nada sin protestar.
La madre, con mucha paciencia, intentaba hacer que el hijo entendiese la necesidad de modificar su comportamiento, sin gran resultado.
Como eran espíritas, los padres se preocupaban con las actitudes de Zequinha, notando que, si continuaba así, tendría muchos problemas en el futuro.
Un día la madre le dijo:
- Zequinha, sé que te gusta jugar, lo que es natural, pues eres un niño. No obstante, todos nosotros necesitamos colaborar, dando nuestra contribución para el bienestar de la familia. Jesús está triste cuando nosotros no estamos satisfechos, pues en la existencia tenemos mucho que agradecer a Dios, nuestro Padre. Nada nos falta. Por eso, es preciso mantener el optimismo y la alegría de vivir en las actividades de cada día, hijo mío.
- ¿Entendiste, hijo mío?
- Entendí , mamá.
El niño prometió que procuraría ser diferente de aquel día en adelante.
Al día siguiente, después que Zequinha volvió de la escuela, la madre le dio una tarea: comprar jabón en el supermercado de la esquina, pues se había terminado. El niño salió murmurando.
Después, la madre le pidió que preparase la mesa para el almuerzo. De mala gana, Zequinha obedeció.
No pudiendo salir, la madre le pidió el favor de llevar al hermano menor para la escuela. Más tarde, le dio el trabajo de enjuagar la vajilla y barrer el patio. Siempre protestando, Zequinha obedeció.
Por la noche, a la hora del Evangelio en el Hogar, la madre preguntó si Zequinha había cumplido todas sus obligaciones de aquel día.
- Sí, mamá. Hice todo lo que tú me mandaste. Jesús debe estar contento conmigo hoy.
La señora movió la cabeza, afirmando:
- No, hijo mío. Aun falta una cosa.
Zequinha pensó... pensó... pensó... pero no conseguía descubrir qué era lo que había dejado de hacer.
- Mira, mamá, tú debes estar engañada. Hice todas las tareas que me fueron pedidas.
Y, contando con los dedos, relató todas las actividades del día:
- Fui a la escuela, al supermercado, preparé la mesa para el almuerzo, llevé a mi hermanito para la escuela, barrí el patio y enjuagué la vajilla. ¡Vaya!
¡Trabajé el día entero! – protestó el niño, descontento.
- Pero aun falta una cosa, hijo mío.
- ¿Qué mamá?
- Si tú hiciste todo lo que te fue pedido, aun falta haber hechos las tareas con alegría.
Solamente entonces Zequinha se acordó de lo que había prometido el día anterior.
Bajó la cabeza, reconociendo que la madre tenía razón.
Con ternura, ella acarició sus cabellos y dijo:
- No tiene importancia, hijo mío. Mañana será otro día. Dios nos concederá nuevas oportunidades para que podamos corregirnos, practicando lo que aprendemos.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Caminando desolado por las calles, Alberto encontró a un viejo amigo de su padre, el señor Juan.
Tía Celia.
El niño estaba triste y angustiado. El anciano, andando a su lado, le preguntó la razón de su tristeza.
- ¡Nada va bien! – respondió Alberto. – ¡Parece que el mundo va a desmoronarse sobre mi cabeza! Estoy de vuelta del hospital donde fui a visitar a mi madre y el estado de ella necesita cuidados. Mi padre esta desempleado y los gastos con el hospital aumentan cada día causándonos preocupación. Si no fuese bastante eso, aun fui mal en un examen en la escuela y no sé si voy a pasar de curso.
Hizo una pausa y, con la voz embargada por la emoción, conteniendo a toda costa las lágrimas, concluyó:
- Como el señor puede ver, tengo motivos de sobra para estar desesperado.
El bondadoso hombre oyó sin interrumpir el desánimo del niño. Enseguida miró para el cielo y dijo:
- Observa. Las nubes pesadas son anuncios de una lluvia breve. Debemos apresurarnos. Alberto miró para lo alto sin gran interés. Oscuras y pesadas nubes habían tomado todo el cielo. Indicando que no tardaría en llover.
- Las nubes se van acumulando, acumulando hasta que la tempestad termina limpiando la atmósfera. Así también ocurre con nosotros, Alberto. Muchas veces la tormenta nos agita nuestro interior y es preciso que “limpiemos” nuestro interior también. Sé que tú eres un chico valiente y decidido, pero no temas llorar. Las lágrimas hacen bien y alivian la tensión.
Alberto miró para el compañero y, no resistiendo más, dejó que las lágrimas corriesen por su rostro, lavándole el alma.
El anciano lo abrazó y permanecieron así por algún tiempo viendo la lluvia caer.
Media hora después paró de llover. Las nubes, tocadas por el viento, se fueron y el sol volvió a surgir, aclarando todo.
- ¿Estás viendo, Alberto? – comentó el generoso anciano. – El sol brilla nuevamente, cuando hace pocos minutos atrás estaba todo oscuro y lluvioso. Mira como el aire está limpio y claro. ¡Parece un milagro! ¡Las hojas y flores ganaron nueva vida y hasta un lindo arco-iris surgió en el cielo! Por eso, hay que tener esperanza, hijo mío. Confiar en Dios y tener fe. Las cosas cambian y lo que en un momento nos parece sin solución, en el momento siguiente podrá ser resuelto.
Alberto miró al amigo con gratitud.
- Muchas gracias, señor Juan. El señor me ayudó mucho. Ya estoy bastante mejor y más optimista.
Se separaron amistosamente. El hombre estaba a camino de su trabajo y el niño tenía que ir a la escuela para saber el resultado del examen.
Más confiado, Alberto se dirigió al colegio y tuvo una grata sorpresa: ¡Fue aprobado!
Lleno de alegría, corrió para casa y contó al padre la novedad. El padre, que también andaba preocupado, se mostraba más alegre porque tenía la promesa de un empleo.
- ¡Qué bueno, hijo mío! También tengo buenas noticias. Un amigo mío está necesitando a un ayudante y me invitó para trabajar en su taller. No sé mucho de mecánica, pero tengo buena voluntad y voy a aprender, hijo mío.
Más tarde, ellos fueron al hospital a llevar las buenas noticias para la madre que, ciertamente, quedaría muy feliz.
Otra sorpresa agradable. El médico estaba bastante optimista y les aseguró que, si todo continuaba bien, después la paciente recibiría el alta del hospital.
Para felicidad del chico, el señor Juan fue también a visitar a su madre y le contaron las novedades. Y Alberto concluyó:
- El señor tenía razón. ¡Las cosas cambian y es preciso tener fe en Dios! Ahora está todo bien. ¡La tempestad pasó!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Fabiana andaba sin destino por las calles de la ciudad. Se sentía triste y desolada. Miraba con admiración a las mujeres bien arregladas, perfumadas, llevando de la mano niños alegres y bien vestidos, que ni notaban su presencia.
Tía Celia.
De familia muy pobre, ella vivía en un barrio apartado donde faltaba de todo. Deseaba tener una vida mejor, pero su padre era un trabajador de una fábrica y ganaba poco; su madre lavaba ropas, lo que le rendía algunos beneficios, mientras Fabiana cuidaba de los dos hermanos menores.
Fabiana deseaba estudiar, tener una profesión y ganar dinero para ayudar a su familia, sin embargo tenía apenas doce años aun.
Pasando por un jardín, se sentó para descansar. Luego, oyó llanto allí cerca. Se levantó, buscando de donde venía aquellos sollozos, y encontró a una niñita en el suelo, llorando.
- ¿Qué ocurrió? – preguntó, preocupada.
- Yo me caí y me golpeé mi rodilla. ¡Mira! – dijo la pequeña, limpiando las lágrimas y mostrando la rodilla raspada, de donde la sangre corría.
Condolida por la situación de la niña, que no debería tener más de tres años, Fabiana la consoló:
- Eso no es nada. Vas a sanar después. ¿Dónde están tus padres?
- Mi padre murió. Y mi madre está trabajando. Huí de casa. Quería hablar con alguien que me diese un poco de atención. ¡Tú eres la única que habló conmigo!
Sin que ellas lo notasen, Octavio, el padre de la niña, desencarnado, preocupado con la hija, estaba allí intentando ayudarla. Sonrió satisfecho al ver la atención que Fabiana le daba a ella.
- ¿Cómo es su nombre? – preguntó Fabiana, apenada, sintiendo un interés muy especial.
- Sofía.
- Un bonito nombre. ¿Y dónde vives tú, Sofía?
- Aquí cerca. ¡Allá en aquella casa! – respondió la niña, apuntando con el dedito.
Fabiana, acompañada por Octavio, cogió a la niña en brazos, atravesó la calle y la llevó hasta el portón. Tocó la campanilla y esperó. Después una empleada apareció. Cuando vio a la niña en los brazos de una desconocida, puso las manos en la cintura, irritada y sorprendida:
- ¡Sofía! ¿Tú huiste de casa? ¿Cómo conseguiste salir?
- Aproveché cuando el jardinero llegó. ¡Salí, y él ni me vio!
Con la cara contraída, la empleada gritó:
- ¡Muy bonito! Entonces, ¿huiste de la casa, no es así? ¡Y aun llegas en los brazos de una desconocida! ¿Tú no sabes que está prohibido hablar con extraños?
- Fabiana no es una extraña, Ema. Es mi amiga.
Viendo que la empleada estaba muy nerviosa, Fabiana explicó:
- No pelee con Sofía, por favor. Yo la encontré caída en el suelo, herida, y la traje para casa. Ella necesita de una cura.
Irritada, Ema gritó:
- Pues no voy a hacer cura ninguna. Ella se golpeó porque quiso. ¡Pasa ya para adentro, Sofía!
La niñita, no obstante, encogida de miedo, no quería entrar sin la nueva amiga. Preocupada con ella, Fabiana la acompañó.
Entrando en la casa, que era un verdadero palacete, Fabiana quedó impresionada con la belleza y el lujo de la decoración.
Como la empleada no se preocupaba con la herida, Sofía fue a buscar la caja de primeros auxilios y, con cariño, Fabiana hizo una pequeña cura, en cuanto Ema continuaba protestando gritando.
Pero Clara, la madre de Sofía, que había salido de un recado más pronto, llegó justo en el momento en que Ema abría la puerta y, sin ser notada, oyó todo. Estacionó el coche en la calle, entró en la casa y se quedó parada en la puerta, muy espantada, observando la escena.
Cuando Ema vio a la dueña, se quedó blanca de susto. Hizo una sonrisa forzada, intentando justificarse:
- Doña Clara, estaba diciendo a Sofía que ella necesita…
Con la expresión grave, la dueña de la casa le impidió continuar:
- No te preocupes en explicaciones, Ema. Oí perfectamente lo que tú dijiste. Hablaremos después.
Sofía corrió al encuentro de la madre, feliz. Abrazada fuertemente a la madre, suplicaba:
-- ¡Mamá! ¡Que bien que llegaste! ¡Qué bien que tú estás aquí! ¡Quédate conmigo! No quiero quedarme más sola.
Al ver a la niña desconocida, la señora la saludó, gentilmente, en cuanto Sofía explicaba:
- Mamá, esta es mi amiga Fabiana. Yo huí de casa para pasear y caí en el jardín. ¡Fabiana me trajo en los brazos y mira la cura que ella hizo en mi rodilla!
Con una sonrisa, la madre agradeció a Fabiana la atención a su hija. La invitó para sentarse y habló con ella, haciéndole algunas preguntas. Y así supo como vivía ella, dónde vivía, y las dificultades de la familia.
Mientras hablaban, Ema arreglaba la mesa para la cena, y la madre notó que toda vez que Ema se aproximaba, la hija se encogía de miedo, agarrándose aun más a la madre. Percibiendo el pavor que la empleada generaba en la niña, la señora ordenó que esta volviese a la cocina.
Cuando Ema salió de la sala, Sofía pidió:
- Mamá, ¿dejas a Fabiana quedarse conmigo?
- Eso es imposible, querida. Fabiana tiene familia y necesita volver a su casa – explicó la madrecita, cariñosamente.
- Si ella va yo también voy, mamá. Ella es mi amiga. Le gusto y no quiero quedarme más sola con Ema – insistió la niña.
Fabiana pensó que, con seguridad, vivir en una casa como aquella, sería un sueño para ella. Todavía, no podría dejar a su familia, que necesitaba de ella.
Al pensar en la familia, Fabiana se acordó que estaba haciéndose tarde. Se despidió de Sofía, dejó la dirección y prometió que siempre que pusiese vendría a visitarla.
Volviendo para la casa, la niñita encontró a la madre ocupada en poner la mesa para la comida, mientras el padre enchufaba la luz eléctrica y los hermanos jugaban en la sala.
Había tanto amor en todo, tanta armonía en aquella vida simple y pobre, que ella se emocionó.
- ¡Mamá! ¡Papá! Sé que anduve protestando de nuestra vida. Pero hoy pienso diferente. No cambiaría esa vida por ninguna otra. Podemos sentir la falta de algunas cosas, pero aquí tenemos el amor de una verdadera familia y eso no hay dinero que lo pague.
Todos se abrazaron felices.
Al día siguiente, al anochecer, Sofía y su madre aparecieron para hacer una visita a la casa de Fabiana, y conocieron a José y Ana.
Clara notó la pobreza de aquel hogar; habló con los padres de Fabiana, los encontró muy simpáticos. Después, aceptando la sugerencia de Octavio, desencarnado, que estaba allí, tuvo una idea y explicó:
- ¡José y Ana! Soy una mujer sola y trabajo mucho. Desde que Octavio, mi marido, falleció, tengo que cuidar de los negocios. De ese modo, estoy obligada a dejar a mi hija con personas que pueden no ser buenas para ella.
Sofía, desde el momento que conoció a Fabiana, le gustó mucho. Ahora que estoy aquí, que conocí a ustedes, sentí el deseo de hacerles una propuesta: Tengo una casita al fondo de mi jardín. Necesito de alguien de confianza para tomar las riendas de la casa y de mí hija mientras trabajo, lo que Ana tiene condiciones de hacer. Y usted, José, puede continuar en su trabajo y, en las horas de descanso, cuidar del jardín y de otras pequeñas tareas de nuestra casa. Además de eso, los niños podrían ir a la escuela, aquí cerca; yo misma cuidaré de todo. ¿Qué piensan? ¡De esa forma creo que nos ayudaremos mutuamente!
Todos quedaron contentos con la solución del problema, especialmente Octavio que dio la sugerencia, y Sofía aun más, pues no se separaría de su querida Fabiana. ¡Además de eso, aun tendría a los hermanitos de ella para jugar!
La pequeña Sofía, emocionada, sintiendo la presencia del padre que partía para el mundo espiritual, dijo con sabiduría:
- Siento que papá está muy feliz.
En la espiritualidad, Octavio agradecía a Dios por la ayuda que dieran a su familia, conmovido con las palabras de la hijita, testimoniando que nadie muere y que, después de la muerte, continuamos amando a la familia y a ayudarla en sus dificultades, siempre que es posible.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Paulino era un niño que fue criado con todo amor y cariño por sus padres.
Tía Celia.
Estudiaba en una buena escuela y confortable, tenía una profesora dedicada y amigos con quien se divertía en las horas de recreo. En fin, era un buen alumno.
Con todo, cierta vez entró en su clase un niño mayor que vino transferido de otra escuela. De una personalidad absolvente, Roberto comenzó a dominar a Paulino, que pasó a ver en el nuevo amigo un líder.
Desde ese día en adelante, Paulino mostró un rendimiento bajo escolar, no hacía los deberes más en su casa, se volvió malcriado y salía por la noche volviendo tarde al hogar, sin que su madre supiese donde había estado.
No valieron consejos y recomendaciones de los padres y de la profesora; el muchacho cada vez mostraba más indisciplina, falta de respeto y desinterés por todo lo que fuera enseñado hasta entonces.
Sus padres, muy preocupados, no sabían qué hacer más.
En esa época, el padre de Paulino comenzó a tener problemas de salud. El corazón estaba seriamente afectado y era necesario un tratamiento riguroso y mucho cuidado.
Cierto día, Paulino llegó tarde por la noche y encontró todo cerrado y silencioso. Nadie en casa.
Sin saber qué hacer, buscó informarse con el vecino. Así, recibió la noticia de que su padre se sintió mal y fue llevado deprisa para el hospital.
Con el corazón angustiado, corrió hasta el hospital y encontró a su madre llorando.
-- Gracias a Dios que llegaste, hijo mío – dijo ella.
-- ¿Cómo está papá? – preguntó, afligido.
-- Está siendo atendido por el médico, Paulino, pero tardamos mucho para venir y temo que el socorro llegue tarde.
-- Pero, ¿por qué mamá? ¿Por qué no pediste a Anita después que llamara por un teléfono público?
-- Yo lo pedí, hijo mío, pero el teléfono está roto.
Muy confundido, el chico se acordó de que fue él mismo y su banda quienes destruyeron el aparato, por jugar. Tartamudeando, insistió:
-- Pero hay un centro de salud próximo de nuestra casa- ¿Por qué no llamaste a una ambulancia?
Moviendo la cabeza, la madre informó algo desanimada:
-- Lo intentamos, Paulino... Pero la ambulancia, infelizmente, estaba con las cuatro ruedas cortadas, hecho por una banda de muchachos desocupados que andan por ahí, según me informaron.
Colorado hasta la raíz de los cabellos, Paulino se acordó que, también por diversión, ellos habían estropeado las ruedas de la ambulancia que estaba estacionada en el patio de enfrente del centro de salud.
Lleno de vergüenza y arrepentido, con lágrimas, Paulino confesó a su madre todo lo que hizo, y concluyó:
-- Si papá muere, nunca más voy a perdonarme. Por mi culpa él no recibió la asistencia urgente de que tanto necesitaba.
La madrecita que oía callada le acarició los cabellos y habló con cariño:
-- Siempre es tiempo de arrepentirnos de nuestras malas acciones, hijo mío. Ora y pide a Dios en favor de tu padre. Él nunca deja de ampararnos en nuestras necesidades.
Algún tiempo después, el médico vino a avisar que estaba todo trascurriendo bien y que el paciente más tarde estaría recuperado.
Llenos de alegría, madre e hijo se abrazaron, agradeciendo a Dios que atendiera a sus suplicas.
Y, a partir de aquel día, Paulino volvió a ser el niño que era antes, reconociendo que el respeto a la propiedad ajena es muy importante, especialmente a las cosas públicas que prestan un servicio inestimable a la población, y que nunca sabremos cuando nosotros también podemos necesitar.
Que él, en vez de transmitir sus buenas cualidades a los amigos indisciplinados, se dejó contaminar por ellos.
Paulino se prometió a sí mismo que haría todo lo que pudiese para que sus amigos también comprendiesen que solamente el respeto y el amor al prójimo podrán volvernos personas mejores y más feliz.
Fiel a las promesas de cambio interior que hiciera a sí mismo, Paulino buscó a la compañía telefónica y la dirección del centro de salud responsabilizándose por los estragos verificados y se apresuraría a pagar con su trabajo los perjuicios que causó.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Existió cierta vez en un país muy distante, un hombre que vivía siempre muy infeliz y disgustado de la vida que llevaba.
Tía Celia.
Todo servicio era pesado y desagradable. No había tarea que desease realizar y cualquier pequeño servicio que se le ordenase era hecho de mala gana.
Vivía renegando por los rincones y acabó por volverse una compañía indeseable hasta al lado de los otros siervos de la casa.
Si el patrón lo mandaba lavar y tratar a los caballos, se quejaba que el olor de los animales le causaba malestar. Si la tarea solicitada era ir hasta la ciudad a comprar mantenimientos, alegaba que el sol le daba problemas y que era siempre él para hacer el servicio pesado. Si él era mandado a recoger el rebaño en el pasto al anochecer, alegaba que el sereno era malo para su salud delicada.
En fin, cualquier tarea que le fuese conferida era ejecutada de mal humor y mucha mala voluntad, aunque tuviese el cuerpo sano y los brazos fuertes.
Cierto día, él y otro siervo fueron mandados a la ciudad para hacer un servicio y, como no podía dejar de ser, él iba quejándose de la vida para el compañero que lo escuchaba con paciencia infinita.
- Pues es como te digo. Todo servicio desagradable es para mí. Hago siempre las obligaciones más pesadas y, si no bastase eso, vivo con problemas de salud y dolores en todo el cuerpo. ¡Ya no aguanto más!
El otro, con delicadeza replicaba, convencido:
- No es así eso, amigo mío. Todos nosotros trabajamos bastante, es verdad. Pero somos recompensados, pues el patrón es bueno y generoso. No podemos quejarnos de la suerte. Más allá de eso, todo servicio es bendición de Dios.
- ¡Que nada! Somos tratados como animales y trabajamos como un burro de carga para ganar una miseria. ¡Ah! ¡Como me gustaría tener una vida diferente, de no necesitar trabajar!
Y avistando en el camino, más adelante, un hombre sentado bajo un árbol, frente a un pequeño portal que daba acceso a una casa simple pero que exhalaba limpieza, lo apuntó en cuanto hablaba:
- Mira aquel hombre allí calmadamente sentado a la vera del camino. Su fisonomía serena muestra que no debe tener problemas. Y, para estar sentado a esa hora del día, es señal de que no trabaja. ¡Eso si que es vida!
Se aproximaron. El hombre los miraba con tranquilidad. Como aun estuviese un poco frío, tenía una manta bastante usada, pero limpia, que lo cubría hasta la cintura.
Entablaron conversación, y el siervo infeliz le preguntó curioso:
- Dígame, buen hombre, ¿qué hace en la vida? ¡Con seguridad no debe trabajar! ¡Ah, como lo envidio!
El extraño lo miró serenamente y respondió:
- Es verdad. No trabajo más como antiguamente porque no puedo. Toda mi vida fue un hombre trabajador. Llegaba todas las noches a la casa exhausto, pero feliz, porque cumplía bien mis obligaciones. Un día, sin embrago, conducía una carroza rumbo al poblado cuando sufrí un accidente. Los caballos se asustaron y la carroza se desorganizó. Intentando detener a los animales, que salieron en un galope desenfrenado, salté sobre los caballos y quedé entre ellos, cogiéndolos con mis fuertes puños. El madero, sin embargo, se partió, y yo perdí el equilibrio, cayendo entre las patas de los animales. Quedé muy herido, no obstante con la bendición de Dios, estoy aun vivo.
Y, haciendo una pausa, retiró la manta sobre las piernas, concluyendo:
- Me quedé sin mis piernas, pero no lo lamento. Aun puedo hacer muchas cosas, muchachotes. Tengo aun los brazos fuertes, los dedos ágiles y la cabeza lúcida. Les dijo que no ejecutaba más el servicio antiguo…
Y, apuntando con la mano, mostró un muchachito sonriente que se aproximaba trayendo un fardo de hojas.
- Ahora hago cestas para vender. Mi hijo me ayuda y hemos conseguido sobrevivir con esta actividad.
Y elevando la frente para lo alto, habló con los ojos húmedos de lágrimas:
- ¡Dios es muy bueno! Tengo una familia amorosa, no me falta trabajo y estoy vivo con la gracia de Dios. Como pueden ver, tengo todo lo que necesito para ser feliz.
El siervo descontento bajó la cabeza, avergonzado por la lección que recibió. Conmovido, salió de allí meditando en todas las dádivas que Dios le dio y que nunca supo aprovechar y agradecer.
Desde ese día en adelante se volvió otro hombre. Con buen ánimo y alegría realizaba todas las tareas, recordando siempre de agradecer a dios las oportunidades que le concedió en la vida.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Caminando apresurado rumbo a la escuela, Orlando encontró a un grupo de compañeros con quien estaba teniendo problemas. Sin motivo, desde algún tiempo, Pedro sintió antipatía por él y pasó a tratarlo mal en cualquier lugar donde estuviese.
Tía Celia.
Por eso, viendo que el grupo se aproximaba, Orlando quedó preocupado.
Y no se equivocaba. Pasando por él, Pedro tiró la mochila de Orlando al suelo, en una actitud provocadora, y después se apartó dando una carcajada.
Orlando, sin embargo, no reaccionó. Con tranquilidad, se agachó, cogió la mochila, y continuó su trayecto como si nada hubiese ocurrido.
En la escuela, en cuanto a la profesora escribía en la pizarra, Pedro se levantó de su sitio y tiró todo el material de Orlando al suelo.
Oyendo el ruido, la profesora se volvió. Pedro, ya en su lugar, reía disfrazadamente, acompañado por los demás alumnos.
- ¿Qué pasó, Orlando? – preguntó ella al ver los cuadernos y libros esparcidos en el suelo.
Recogiendo el material, el niño se disculpo:
- No fue nada, profesora. Lo tiré sin querer.
Y eso se repetía todos los días. Pedro encontraba siempre nuevas maneras de agredir al compañero: en el juego de fútbol, en la escuela o en la calle.
Orlando nunca reaccionaba, lo que dejaba a Pedro cada vez más irritado.
Cierto día, Orlando estaba paseando con la bicicleta cuando vio a Pedro y su grupo que venían en sentido contrario. Intentó esquivarlos, pero no tuvo forma. Ellos lo acorralaron contra un muro.
Orlando descendió de la bicicleta, en cuanto los chicos lo rodeaban. Pedro se aproximó con aire amenazador.
-- ¡Es ahora que yo te reviento la cara, so niñato!
Y diciendo así, levantó los puños cerrados, listos para maltratar al otro. Orlando continuó mirándolo sin decir nada
-- ¡Vamos, so cobarde! ¡Lucha!
Pero Orlando continuó callado, aunque las lágrimas surgiesen en sus ojos.
El grupo reía, incentivando a Pedro que, cansado de esperar, saltó sobre el niño.
En eso, un hombre que pasaba vio lo que estaba ocurriendo y corrió para socorrer a Orlando. La banda, asustada, salió corriendo, pero aun a tiempo de oír al hombre preguntar:
-- ¿Sabes quienes son aquellos chicos? ¿Quieres que los siga?
Enjugando las lágrimas, el pequeño Orlando respondió:
-- No. No fue nada. Ellos no lo hicieron por mal. Déjelos irse, señor.
A pesar de estar admirado, el hombre respetó la voluntad de Orlando. Y, después de asegurarse de que él estaba bien, se apartó, aconsejándolo a tener cuidado porque el grupo podría volver.
En la tarde del día siguiente, Orlando salía para hacer un recado y vio a Pedro que venía en bicicleta descendiendo por la calle. Ciertamente estuvo haciendo compras para su madre, porque traía una bolsa llena en la canastilla.
De pronto, intentando arreglar mejor la bolsa, Pedro no vio un boquete en el asfalto. La bicicleta se desequilibro y él fue tirado sobre los adoquines, golpeándose la cabeza en el bordillo de la calzada. Un hilo de sangre corría por su cabeza. Sintiendo mucho dolor, Pedro gemía.
Orlando se aproximó, atento:
-- ¿Estás bien? ¿Quieres ir para un hospital? Estás herido y necesitas de cuidados.
Sorprendido al ver quien lo estaba socorriendo, Pedro respondió aturdido:
-- No fue nada. Fue sólo un susto.
-- ¡Gracias a Dios! ¿Quieres que te ayude a llegar a casa? – preguntó Orlando, recogiendo los tomates y zanahorias que estaban esparcidos por el suelo.
Pedro estaba perplejo. No entendía porque Orlando se mostraba tan bondadoso con él. Pensativo, se quedó mirando para el chico a su frente. Al final, no se contuvo:
-- Orlando, tú tienes muchos motivos para detestarme. Te trato mal y no pierdo oportunidad de desafiarte, humillar y hacerte de menos delante de los compañeros. ¡¿Por qué me estás ayudando?!...
-- Porque aprendí que no se debe devolver el mal con el mal – respondió el muchacho con simplicidad.
Espantado con la respuesta del compañero, Pedro habló:
-- Ahora entiendo porque nunca aceptaste una provocación. ¿Pero con quién aprendiste esas cosas?
-- Con Jesús. La profesora del aula de Moral Cristiana, del Centro Espírita que frecuento, habló sobre ese asunto el otro día. Jesús enseñó que debemos retribuir el mal con el bien. Que si alguien nos golpea en una mejilla, debemos presentar la otra. Y, más que eso, que debemos amar, no sólo a nuestros amigos, sino también a los enemigos. Es eso.
Callado, Pedro oyó las explicaciones de Orlando. En verdad, en aquel momento se dio cuenta de que nunca había hablado con él, y no sabía como era, ni lo que pensaba. Ahora, oyéndolo, percibió que Orlando era diferente de los otros compañeros, más consciente y responsable, a pesar de la poca edad.
Pedro sintió, en aquel instante, que el rencor y la animosidad habían desaparecido de su corazón.
-- ¡Gracias! --- dijo simplemente, apartándose.
El domingo, al llegar al Centro, Orlando tuvo una grata sorpresa.
Allí estaba Pedro, todo sonriente, aunque un poco tímido, para participar también del aula de evangelización.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Sentada en la puerta de su casa en compañía de Claudia, una amiga, Mariana se divertía observando a las personas que pasaban, haciendo comentarios en torno de cada una de ellas. Y decía, riendo:
Tía Celia.
-- Ves, Claudia, aquella mujer al otro lado de la calle. ¡Qué ropa más horrorosa!
En breve comentaba:
- ¿Y aquella otra? Mira el pelo de ella, desgreñados. ¡Parece una bruja! ¡Sólo falta la escoba! – y se carcajeaba.
Al ver a un niño que pasaba frente a ellas, criticó en voz alta, sin preocuparse que la oyese:
-- ¡Mira los tenis de ese niño! ¡Están todo sucio y roto! Debe haberlo encontrado en un cubo de basura.
El niño, que oyó la observación de Mariana hecha con desprecio, se volvió y miró para ellas con una expresión de tristeza y humillación y, bajando la cabeza, continuó su camino sin decir nada.
Claudia, de corazón bueno y generoso, quedó muy avergonzada con la actitud de la amiga.
-- Mariana, necesitamos tener respeto con las personas. No podemos tratarlas de esa manera. ¿Viste como el niño se quedó triste?
Indiferente, Mariana replicó, balanceando los hombros:
-- ¿Qué me importa? ¡Es bueno incluso que lo haya oído, así no saldrá más a la calle de ese modo!
-- Él no tiene culpa de ser un niño pobre, Mariana. ¡Con seguridad es el mejor par de zapatos que tiene! Además de eso, Jesús enseñó que debemos hacer a los otros lo que queremos que los otros nos hagan. ¿A ti te gustaría que alguien obrase así contigo?
Mariana, sin embargo, que no estaba acostumbrada a ser replicada por la amiga, protestó con malos modos:
-- ¡Tú eres una tonta! ¡Me voy!
Se levantó irritada y entró golpeando la puerta, dejando a Claudia sola en el portal.
La madre, al verla llegar de aquel modo, preguntó:
-- ¡Que falta de educación, hija mía! ¿Por qué golpeaste la puerta de esa manera?
Y Mariana, en una crisis de rabia, respondió nerviosa:
-- ¡Claudia me irrita, mamá! No quiero saber más de ella. No soy más su amiga.
La madre no dijo nada, limitándose a llamándola para almorzar.
La familia se acomodó para comida. Sentados a la mesa, Mariana continuaba de pésimo humor: quejándose del hermanito, que no comía bien; del abuelo, que hacía ruido al tomar la sopa; de la comida, que no estaba a su gusto; y hasta del perro, que ladraba en el patio.
Después de la comida, la madre llamó a Mariana, se sentó con ella en el sofá y, abrazándola al corazón con mucho cariño, le preguntó:
-- Hija mía, ¿quieres contarme que ocurrió que te dejó de tan mal humor?
Más calmada, Mariana contó todo lo que ocurrió. La madre oyó y, con serenidad, acordándose de todas las veces que había alertado a la hija sobre ese problema, consideró:
-- Tú amiga Claudia tiene razón, querida mía. Comienza a observar tu comportamiento y verás que tú sólo miras el lado negativo de todo. A la hora del almuerzo incluso, te limitaste a criticar al hermanito, al abuelo, la comida y hasta del perro que tanto te gusta. ¡Nada dices agradable para nadie!
La bondadosa señora paró de hablar, analizando el efecto de sus palabras, y prosiguió -- ¿No crees que debes cambiar de manera de encarar la vida, procurando ver más el lado positivo de las personas, de las situaciones y de las cosas? Tú serás mucho más feliz, puedes creerlo. Además de eso, Jesús enseñó que cada uno recibirá de acuerdo con las propias obras. Aquello que sembramos, recogemos. Es de Ley.
Mariana oyó las palabras de la madre y permaneció pensativa el resto del día.
Aquella noche, fueron a hacer una visita a la abuela que vivía al otro lado de la ciudad. De vuelta, el tiempo cambió para llover y hacía mucho viento. La temperatura cayó y, cuando llegaron a casa, ya estaba lloviendo.
Al día siguiente, Mariana despertó con dolor de garganta y completamente sin voz. Al ver a la madre en la cocina preparando el café, cogió una hoja de cuaderno y escribió:
-- Mamá tenías razón. ¡Ya estoy recogiendo!
Al leer lo que estaba escrito, la madrecita sonrió encontrándole gracia y respondió:
-- Es natural que tú estés con la garganta irritada, hija. ¡Ayer cogiste mucho frío!
Pero a pesar del comentario materno, Mariana conservó la íntima seguridad de que estaba recibiendo por lo que hacía a los otros. Había hablado demasiado, menospreciando a sus semejantes, y ahora estaba sin voz.
-- ¡¿Y si no puedo hablar nunca más?!... --- pensó ella asustada.
En aquel momento, Mariana tomó una decisión. Procuraría cambiar su manera de obrar, realzando el lado bueno de todo y pasaría a respetar a todas las personas.
Comenzó a poner en práctica sus buenas disposiciones después de salir de la casa para ir a la escuela, pidiendo disculpas a Claudia por lo que hizo. Pero, tranquila y de buen humor, la amiga ni se acordaba más del enfado.
Satisfecha de la vida, levantando la cabeza y mirando al cielo, Mariana exclamó contenta:
-- ¡Qué día bonito!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
El día estaba bonito y agradable. Marcelo, sin embargo, llegó a casa irritado y nervioso.
Tía Celia.
Entró pisando fuerte, golpeó la puerta con fuerza y tiró la mochila en una silla.
La madre, que lo observaba, se aproximó serena y le preguntó:
– ¿Por qué ese mal humor, hijo mío? ¡El sol está brillando allá fuera y la vida es bella! ¿Qué ocurrió tan grave que justifique la manera desagradable con que entraste en casa hoy?
Sombrío, el niño respondió:
– Estoy enfadado con Gabriel. Además de rasgar mí libro de evaluación, aun se peleó conmigo. ¡No voy a perdonarlo nunca!
La madrecita lo abrazó cariñosamente y le aconsejó:
– No digas eso, hijo mío. Todos nosotros necesitamos del perdón, pues también erramos. Jesús enseñó que debemos perdonar no siete veces sólo, sino setenta veces siete veces. Esto es, enseñó que debemos perdonar siempre. Además de eso, no debemos juzgar a nadie tampoco . ¿Será que Gabriel rasgó tu libro a propósito?
– No sé y ni me interesa. No quiero más la amistad de él – afirmó el niño, categórico.
La madre pasó la mano por los cabellos del hijo y ponderó:
– Intenta perdonar, Marcelo. En cuanto tú no olvides la ofensa, no tendrás felicidad y paz.
– No lo consigo, mamá. Creo que no sé perdonar.
La señora pareció meditar por algunos instantes y después habló:
– ¿Te acuerdas cuando conseguiste la bicicleta?
– ¿Cómo no? – respondió Marcelo. – ¡Cuantas veces caí hasta conseguir equilibrarme y salir andando!
– Es verdad, hijo mío. Hoy, sin embargo, tú no te acuerdas más de eso cuando sales a pasear. ¿Y cuándo aprendiste a nadar?
– ¡También me costó mucho esfuerzo! – recordó el niño.
– ¿Y cuándo entraste en la escuela para ser alfabetizado? – insistió la madre.
– Ah, fue muy difícil. Gracias a Dios ya sé leer y escribir bien – respondió el pequeño contento consigo mismo.
– Entonces, hijo mío, nada se consigue sin esfuerzo. También nuestras imperfecciones necesitan de mucha buena voluntad de nuestra parte para ser retiradas de nuestro interior. Y el resentimiento es una de ellas. Necesitamos aprender a perdonar.
– ¡Ah! Ya entendí. ¿Tú quieres decir que necesito ejercitar el perdón, no es así?
– Exactamente.
– Está bien, mamá. Voy a intentarlo.
Al día siguiente, muy coincidentemente, Marcelo fue a jugar con un vecino y, sin querer, rompió un carrito muy apreciado del niño.
Triste, pero conforme, el niño aceptó su petición de discúlpas, diciendo:
– No tiene importancia, Marcelo. Sé que tú no lo hiciste a propósito.
Al oír las palabras del amigo, que con justa razón debería estar enfadado con él, Marcelo se acordó de las palabras de la madre cuando afirmó que todos necesitamos de perdón.
En aquel mismo día, buscó al amigo en la escuela y, con una sonrisa alegre, dijo:
– Quiero que tu me discúlpes si fui grosero el otro día, Gabriel.
– Tú tenías razón, Marcelo. Yo rasgué tu libro – respondio el niño.
– Pero tengo seguridad de que no fue queriendo – afirmó convencido.
– Es verdad. Él cayó de mis manos e, intentando cogerlo, lo rasgué.
Se abrazaron contentos, prometiendo mutua amistad.
Después de las clases, Marcelo llevó a Gabriel a su casa y se lo presentó a su madre.
– Mamá, este es mí “amigo” Gabriel – dijo acentuando la palabra.
Muy satisfecha, por la sonrisa del hijo la madre notó que el malentendido terminó y que Marcelo había aprendido a perdonar.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Después de las clases, Carlitos volvía para la casa cuando, andando por una calle de gran movimiento, vio a un hombre caído en la calzada.
Tía Celia.
Condolido de la situación del mendigo, Carlitos deseó hacer alguna cosa para ayudar.
¿Pero, cómo? Era pequeño y nadie le prestaba atención.
Intentó despertar al pobre indigente, pero él no se movió.
Asustado , el chico intentó pedir ayuda a los transeuntes, pero todos estaban con prisas, sin dirigirle una mirada siquiera.
Un tanto desanimado, Carlitos vio a un sacerdote que se aproximaba y se llenó de esperanza. Abordó al religioso, suplicando:
– ¡Padre, ayude a este pobre hombre que esta pasándolo mal!
El sacerdote lanzó una mirada indiferente al mendigo y respondió:
– Infelizmente, no puedo. Tengo el tiempo contado. Me dirijo a la iglesia donde deberé rezar una misa dentro de pocos minutos.
Y diciendo así, siguió su camino, dejando al niño muy desorientado.
No pasó mucho, Carlitos vio a un señor simpático que se aproximaba, sujentando algunos libros.
Llenándose de valor, pidió:
– Oh señor, que debe ser un hombre bueno y que debe leer mucho, a juzgar por los libros que lleva, ¿podría auxiliar a este pobre hombre?
El extraño miró al infeliz estirado en la calzada y, tocandose las gafas, replicó:
– No puedo. Estoy a camino de la biblioteca donde debo entregarme a importantes estudios. Además de eso, él no tiene nada que un café bien fuerte y sin azúcar no cure. ¡Está bebido!
Friamente, sin preocuparse con la aflicción del niño, continuó su camino, apresurado.
Carlitos estaba casi desanimado cuando vio a su profesora de Evangelización Infantil, viniendo en su dirección. Con ánimo renovado, el niño corrió a su encuentro, afirmando satisfecho:
– Gracias a Dios tía Marta que apareciste. ¡Mira, este pobre hombre necesita de ayuda urgente!
La profesora se aproximó, mirando al infeliz que continuaba caído en la calzada. Después, mirando el reloj, dijo compungida:
– Me gustaría poder ayudar a ese desdichado, Carlitos, pero infelizmente estoy yendo para casa y necesito preparar la comida. Estaba justamente a camino del supermercado donde deberé comprar lo necesario antes que cierre.
Al oír esa disculpa, el muchacho no contuvo su impotencia. Sus ojos se humedecieron y murmuró más para sí mismo:
– ¿Será que ese pobre hombre no encontrará tampoco a un buen samaritano?
Sorprendida, la profesora preguntó:
– ¿Qué dices?
– Sí, tía Marta. Acuérdate de la Parábola del Buen Samaritano que tú contaste el último domingo? ¡Es esto! Estoy aquí hace bastante tiempo y nadie atiende mis suplicas. Ya pasó hasta un sacerdote, un profesor, y nadie quiso socorrerlo.
Hizo una pausa y, mirando a la profesora con los ojos grandes y lúcidos, preguntó?
– ¿Será que no va a aparecer un buen samaritano, como en la parábola que Jesús contó?
Profundamente tocada por las palabras del chico, la profesora respondió, avergonzada:
– Tienes razón, Carlitos. Necesitamos hacer alguna cosa por este hombre.
Ella pensó un poco y se acordó que, no lejos de allí, existía un centro de urgencia.
Decidida, telefoneó y, no tardando mucho, una ambulancia recogía al mendigo, llevándolo para atenderlo.
Marta fue con el niño hasta el hospital, donde el médico examinaba al paciente. Algún tiempo después, el doctor informó:
– Felizmente él llegó a tiempo. Está enfermo y en un estado de debilidad tan grande que, si no fuese por ustedes, habría muerto.
Ahora recibirá el tratamiento necesario para su restablecimiento. Ya está tomando el suero y medicado, después deberá quedar bien.
Llenos de alegría, Marta y Carlitos se abrazaron. Quedaron, después, que todos los días irían a visitar al nuevo amigo en el hospital.
Emocionada, la profesora afirmó:
– Gracias a ti, Carlitos, ¡hoy nosotros obramos como verdaderos cristianos!
(Adaptación de la Parábola del Buen Samaritano, Lucas 10:30 a 37.)
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Aunque no fuese rica, Clarinha era una niña a quien nada le faltaba. Vivía en una casa confortable, tenía una familia amorosa y, todo lo que deseaba, en la medida de lo posible, su padre le compraba.
Tía Celia.
Pero Clarinha tenía un gran problema: la mentira.
Mentía a todo instante, para cualquier persona y en cualquier ocasión. De tanto mentir, Clarinha no conseguía parar más. La mentira se volvía un hábito en su vida y cuando menos se esperaba, allá estaba ella inventando cosas.
En verdad, ella sentía verdadero placer en eso y sus ojos brillaban de satisfacción al inventar una historia.
Cierto día, Clarinha estaba en la escuela cuando un vecino vino a preguntar si ella sabía del paradero de sus padres.
Más que deprisa ella colocó la cabecita imaginativa para funcionar:
__ ¡Ah! ¡Sí sé! Papá y mamá fueron a visitar a mi tío Joâo que está enfermo. ¿Sabe? Él está con un problema terrible en el estómago y...
__ ¿Y dónde vive tú tío Joâo?
-- Vive en la ciudad aquí cerca. No sé la dirección, pero es proximo al supermercado.
El amigo de su padre le dio las gracias y salió rápidamente, afligido.
Cuando Clarinha salió de la escuela, después de las clases, fue para casa jugando por el camino, cogiendo flores y parando para ver los escaparates de las tiendas de juguetes.
Llegando cerca de su casa, notó un movimiento incomún. Una gruesa cortina de humo cubría todo y los vecinos intentaban apagar el fuego inútilmente.
Vio a sus padres sudando y cansados, que hacían esfuerzos para retirar sus pertenencias del interior de la casa en llamas. Con los ojos abiertos de espanto, Clarinha preguntó:
-- ¿Qué ocurrió, papá?...
Volviéndose para ella, él respondió con severidad:
-- Cocurrió, hija mía, que tú madre olvidó el cable eléctrico conectado y la casa pegó fuego. Nuestros vecinos notaron que algo extraño estaba ocurriendo por el olor a quemado que se esparcía alrededor, y no sabiendo donde encontrarnos, te preguntaron a ti.
Clarinha, muy roja, bajó la cabeza avergonzada.
-- Entonces, ¿fuímos a visitar a tu tío Joâo que está enfermo?
Tartamureando, Clarinha procuró disculparse:
-- Pa... papá, disculpa. ¡No pensé que fuese a causar ningún problema!
-- ¿“Algún problema”? Hija mía, ¿tú te das cuenta lo que pasó con tu mentira? ¡Casi perdemos todo! Bastaría que hubiéses dicho la verdad, esto es, que fuímos a un lugar, cerca de la ciudad, para que gran parte del problema fuese evitado. Aunque deseosos de ayudar, nuestros amigos no consiguieron abrir la puerta, que estaba cerrada. Si nos hubiésen encontrado antes, nada de eso habría ocurrido.
-- ¡Estoy tan avergonzada!...
-- Espero que esto te sirva de lección, hija mía. Gracias a Dios, perdimos sólo bienes materiales. Nuestra familia nada sufrió – completó con un suspiro de alivio.
Con los ojos llenos de lágrimas, Clarinha prometió:
-- Voy a intentar corregirme, papá. Nunca más diré una mentira. De aquí en adelante quiero decir sólo la verdad.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Carlitos, un niño muy travieso, entró en la casa sintiéndose muy enfadado. Estaba en la hacienda jugando con la pelota con los amigos y, sin querer, rompió el cristal de una de las ventanas.
Tía Celia.
El padre, que leía el periódico en el porche, notó lo que había pasado. Se levantó en ese momento y fue a llamar la atención del hijo:
- ¡Hijo mío, ten cuidado! No golpees la pelota con tanta fuerza. Tú rompiste un cristal de nuestra ventana. ¿Y si fuese de la casa del vecino? ¡Tú padre tendría que pagarla! ¿Y si tú hubieses golpeado a alguien?
- ¡Pero, papá, yo no tuve la culpa!
- Sea como sea, tu causaste un perjuicio y te lo descontare de tu paga.
Entrando en la cocina, Carlitos se sento en una silla, rebelde. María, la empleada de su madre, que lavaba unos platos, preguntó:
- ¿Qué pasó esta vez, Carlitos?
- Mi padre peleo conmigo sólo porque rompí el cristal de una ventana. Dijo que lo va a descontar de mi paga. ¡Siempre la culpa es mía! ¡Todo yo! ¡Todo yo!
María, a la que le gustaba mucho el niño, con cariño respondió:
- Carlitos, todos tenemos que ser responsables por nuestras acciones. Y tú padre está sólo intentando enseñarte la responsabilidad, disciplina y respeto a las cosas ajenas.
- ¡María, pero el pelea conmigo todo el tiempo! Para tomar el baño, hacer las tareas de la escuela, arreglar los juguetes. ¡Uf! ¡Estoy cansado! Me gustaría tener otro padre.
Mira, María, creo que no voy a darle el regalo en el día del Padre.
- Él hace eso por amor, Carlitos. Y no es verdad que tu padre te llame la atención todo el tiempo. ¡Piénsalo bien!
Carlitos, ya más calmado, pensó un poco y estuvo de acuerdo.
Se acordó de todas las veces que el padre lo había llevado para pasear, pescar, tomar un helado, andar en bicicleta, al parque de atracciones. Todas las veces que el padre había llegado cansado del trabajo, pero se había sentado para enseñarle los deberes de la escuela, que él no conseguía hacerlo solo.
Más aun: se acordó de las veces que el padre había entrado de puntillas en su habitación para desearle buenas noches.
- Tu tienes razón, María. Mi padre se preocupa conmigo.
Y María, que era una mujer muy sufrida, puso la mano en la cabeza de él, se sentó a su lado y dijo:
- Voy a contarte una historia, Carlitos. Había un niño que, desde pequeño, fue muy vago, hacía cosas equivocadas, peleaba con los vecinos, no respetaba a las personas, sin embargo nunca tuvo a nadie que lo enseñase. La madre lo amaba mucho y, como el niño ya no tenía padre, ella no quería que él sufriese. Y así, siempre disculpaba todo lo que él hacía, rodeándole de cuidados y de atenciones. Nunca creía en las profesoras de la escuela y ni a a las personas que veían a alertarla sobre el mal comportamiento del hijo. Un día, él comenzó a robar. Al principio, eran pequeños hurtos, después pasó a robar cosas mayores, aparatos de sonido, televisores, y hasta coches.
Carlito oía con los ojos abiertos de espanto:
- ¿Y después? – preguntó interesado.
- Después, acabó siendo apresado. La madre lamenta hasta hoy no haber dado la educación que el necesitaba.
El niño estaba impresionado.
- ¿Tú lo conoces, María?
Con los ojos humedos ella respondió:
- Lo conozco sí, Carlito. Ese muchacho es mí hijo.
Solamente en aquel momento el muchacho notó que, aunque María trabajase en su casa desde que él había nacido, no sabía nada sobre la vida de ella.
María paró de hablar, enjugó los ojos con el delantal, y completó:
- Por eso, Carlitos, agradece a Dios todos los días por tener un padre que se preocupa contigo y que te ama mucho. Si yo me hubiese preocupado en dar una buena educación y orientación religiosa a mi hijo, probablemente hoy él sería diferente.
Carlito, muy serio, recordó:
- Es por eso que el papá y la mamá siempre dicen que el Evangelio de Jesús nos ayudará a ser mejores personas.
- Eso mismo, Carlitos. Sin embargo, en esa época, yo no lo sabía.
Volviendo de las compras, la madre entró en la casa y Carlito corrió a su encuentro.
- ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Necesitamos comprar el regalo de papá!
- ¡Calma, hijo mío! ¿Pero que ocurrió para que estés así tan ansioso?
- ¡Es que descubrí que tengo un padre maravilloso! ¡EL MEJOR PADRE DEL MUNDO!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Laurita estudiaba en la escuela de su barrio, y estaba en la tercera serie del primer grado. No se preocupaba mucho con los estudios, pero conseguía siempre ser aprobada, aunque con dificultad.
Tía Celia.
Ahora, ya casi al final del año, Laurita iba a hacer una prueba muy importante.
Su madre la aconsejaba a estudiar, pero Laurita respondía:
- Después. Ahora estoy jugando.
- ¡Laurita, ven a estudiar, hija mía!
- Más tarde, mamá. Ahora necesito hablar con mi amiga.
Algunas horas después la madre atenta la llamaba nuevamente, y ella replicaba:
- Mañana, mamá. ¿Puedo ver la televisión? ¡Sólo un poquito!
Después estaba con sueño y se iba a la cama y, al día siguiente, todo se repetía de la misma manera.
Hasta que llegó el día de la prueba.
Nerviosa, Laurita fue a la escuela y volvió bastante deprimida.
¡Una vergüenza! Recibió una nota de CERO en la prueba y fue la burla de toda la clase. A los otros alumnos les fue bien y encontraron las preguntas fáciles. Sólo ella no sabía nada y, por tanto, nada respondió.
La profesora la llamo a su lado, preguntando la razón de aquel tremendo fracaso, sin embargo Laurita, con la cabeza baja y muy avergonzada, nada respondió.
Al llegar a casa se lo contó a su madre, llorando mucho. Se sentía humillada delante de los compañeros de clase, creía que no gustaba a nadie. Y tomó una decisión:
- ¡No voy más a la escuela! No quiero ver más a nadie.
La madre, con cariño, le apartó los cabellos diciéndole con ternura:
- No te comportes de esa manera, hija mía. En verdad, tu recibiste una lección merecida. Cogiste lo que plantaste, ¿entiendes? Como no estudias nada, nada podrías saber, ¿no es? ¡Tú fracaso es, por tanto, responsabilidad tuya!
La niña miró a la madre, sorprendida, ya parando de llorar.
- Puede ser. Pero no vuelvo más a la escuela. ¡Nunca más! ¡Y, después, voy a perder el año entero!
Su madre sonrió, sabiendo que no era el momento para insistir en el tema. Laurita iba a reflexionar y, probablemente, cambiaría de actitud.
Para entretenerla, la invitó para ir juntas a la panadería de la esquina. En el camino, la niña, que se distraía con el movimiento de la calle, piso una cáscara de plátano que alguien tiró en la calzada. ¡Se llevó el mayor golpe!
Rápidamente, toda dolorida y mirando alrededor, para ver si alguien presenció su caída, Laurita se levantó, avergonzada.
La madre vio en aquel incidente la oportunidad para una lección, y no perdió tiempo:
- ¿Por qué tú nos te quedaste tirada en el suelo?
Laurita miró a la madre, sorprendida y sin entender la pregunta.
- ¿Qué? ¿Por qué no me quedé tirada en el suelo? ¡Claro que no!
- ¡Ah! ¿Tú no pensaste en quedarte tirada en la calzada?
Laurita replicó, horrorizada:
- ¡Qué idea, mamá! Naturalmente que no. ¡Me levante lo más rápido posible!
La señora moviendo la cabeza, estando de acuerdo:
- Eso mismo, hija mía. Es así como debemos obrar siempre. ¿No piensas que tu situación en la escuela sea más o menos la misma?
Laurita escuchó y pareció meditar por momentos.
- Piensa bien, querida. En nuestras vidas las dificultades son obstáculos que necesitamos superar. Y no importa cuantas veces tengamos una caída, tenemos siempre que levantarnos y seguir adelante.
La niña sonrió y sus ojos se iluminaron.
- ¡Tienes razón, mamá! Una prueba mal hecha no significa nada, a no ser que necesite esforzarme más. Mañana voy a la escuela.
Al día siguiente, pronto, Laurita volvió a las aulas y, para su alegría, la profesora le dio una nueva oportunidad para que pudiese recuperar los puntos perdidos.
Al final, aquel problema que le pareció tan grande y sin solución, en verdad era bien pequeño.
Y Laurita, de ese día en adelante, siempre que se veía en dificultades y tenía ganas de desistir, se acordaba de la lección que le dio una humilde y despreciada cáscara de plátano.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Silvia vivía en una casa confortable, tenía unos padres amorosos, frecuentaba una buena escuela y nada le faltaba.
Tía Celia.
Hija única, ella se acostumbró a ver satisfechas todas sus voluntades, y jamás aceptaba un “no” como respuesta.
Con el pasar de los años, los padres de Silvia notaron como se habían equivocado en la educación de la hija. Reconocieron que habían transformado a la niña, ahora con ocho años, en una criatura egoísta, arrogante, insatisfecha, orgullosa y exigente. Cuando no hacían su voluntad, se tiraba al suelo y pataleaba, gritando a pleno pulmón.
Después de pasar por numerosos vejámenes, los padres de Silvia decidieron que era preciso cambiar, antes de que fuese demasiado tarde. Lo que era gracioso en una niña de dos años se volvió inaceptable en una jovencita de ocho.
Queriendo ponerla delante de la realidad, cierto día la madre le dijo:
- Ven, hija mía. Vamos a salir.
- ¡Bien! ¿Vamos a hacer compras? ¡Estoy necesitando ya de un montón de cosas! Quiero comprar algunas camisetas, tres pantalones jeans, algunos zapatos y también juguetes. Estoy cansada de los que tengo. ¡Son viejos e inútiles! – consideró la niña, haciendo una carantoña.
La madre, tranquilamente, afirmó:
- No vamos a hacer compras, Silvia.
- ¡Ah! ¿No? ¿Y dónde vamos, puedo saberlo?
- Vamos a hacer una visita.
- ¡No quiero hacer una visita! ¡Quiero hacer compras! – respondió la niña, mal-humorada.
Sin perder la calma, la madre insistió:
- Primero la visita. ¡Después, si tú te comportas, veremos!
Sin dar mayores explicaciones, Olinda cogió a la hija por la mano y la llevó hasta el coche. Con mala cara, la niña miraba por la ventana.
El coche dejó las calles de mayor movimiento, encaminándose para un barrio en la periferia.
¿Adónde irían? – pensó Silvia.
Estacionaron en una calle muy pobre. Las casas eran miserables, las personas sucias y mal vestidas. En las calles, no había aceras ni asfalto. Los niños jugaban en la tierra, en medio los pozos de barro mal oliente.
Silvia sintió enojo. ¡Qué lugar tan horrible!
La madre parecía no notar tanta suciedad. Caminaba serena, saludando a las personas con una sonrisa amistosa. Delante de una casa paró. Tocó en la puerta y alguien fue a abrir. Era una mujer toda despeinada, el rostro sucio y ropas remendadas.
- Buenos días. Vinimos a hacerle una visita.
El semblante de la dueña de la casa se iluminó al ver a la recién llegada.
- ¡Doña Olinda! ¡Qué placer tenerla en nuestra casa! ¡Entre! ¡Entre!
Silvia se extrañó. Nunca pensó que su madre tuviese relación con “ese populacho”.
Entraron. La vivienda era muy pequeña. En la sala, que también servía de dormitorio, Silvia vio una cama. Aproximándose curiosa.
Una niña que parecía tener su edad, estaba echada.
- ¿Ella está enferma? – preguntó sorprendida.
- Marcia, cuando era bebé, estuvo muy enferma. A partir de ahí, no salió más de la cama. No anda, no habla, no ve. Sólo oye. Tengo que darle la comida en la boca. Hace las necesidades ahí mismo, por eso no hay ropa que aguante. Ahora mismo, ya está mojada. Hizo pipi y necesito cambiarla.
Silvia se quedó mirando a aquella niña que allí estaba echada, sin poder salir de la cama, jugar, ir a la escuela o pasear. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sintió el corazón inundarse de compasión.
En ese momento oyó que su madre decía:
- María, traigo cosas alimenticias, leche y dulces; para Marciña, ropas y zapatos. Además de eso, coja este dinero. No es mucho, pero será lo suficiente para pagar las facturas del agua, electricidad y comprar gas. Si necesita de alguna cosa más, avíseme. Sé que usted está sola y no puede trabajar porque tiene que cuidar de Marcia.
La pobre mujer no cabía en sí de felicidad. Con lágrimas en los ojos lo agradeció, conmovida:
- Doña Olinda, fue Jesús quien envió a la señora. ¡Dios se lo pague! Nunca ha de faltar nada para la señora y para su hija.
Se despidieron. Entrando en el coche, iniciaron el camino de vuelta. Llegando al centro de la ciudad, olinda preguntó:
- ¿Quieres hacer compras ahora, hija mía?
Silvia enjugó una lágrima y movió la cabeza:
- No, mamá. Descubrí que no necesito nada. Ya tengo demasiado.
El resto del trayecto la niña se mantuvo callada.
Más tarde, Silvia llamó a su madre al cuarto. Dos cajas de cartón se encontraban en medio de la habitación, abarrotadas de ropas, calzados y juguetes. Con una sonrisa radiante, Silvia preguntó:
- ¿Qué piensas, mamá, de llevar todas estas cosas para Marciña? Al final, no las necesito. Tengo seguridad de que, allá, tendrán mucho más utilidad. También tengo algunos libros que quiero dar. Como ella oye, quiero leer para ella.
Olinda abrazó a la hija con cariño. La lección fue bien aprovechada. Ahora estaba segura de que Silvia jamás volvería a ser la misma niña exigente y egoísta.
- Tienes toda la razón, querida. Hoy mismo llevaremos todo para Marciña. ¡A ella le va a encantar!
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
El señor Manuel era un hombre muy bueno y compasivo. Vivía del trabajo de la tierra y sus tareas eran ejecutadas siempre con amor y dedicación. Él tenía un hijo que, no obstante la educación que le daba, era indisciplinado y obraba siempre sin preocuparse de los otros, jamás pensando si perjudicaba a alguien o no.
Tía Celia.
El padre cariñoso intentaba orientarlo para el bien, afirmándole que siempre debemos amar al prójimo y respetarlo, como Jesús nos enseñó.
- ¿Y los animales? – preguntaba Tonino, impaciente.
- Los animales también, hijo mío. Son nuestros hermanos menores, acreedores de toda nuestra consideración y respeto, necesitando de nuestra ayuda, tanto como nosotros no prescindimos del concurso de ellos para nuestras tareas del día a día.
Como estaban en el campo, el padre hizo una pausa y ejemplificó, apuntando a un animal atado al arado.
- Mira a Gentil, por ejemplo. Es dócil y manso, nunca desdeña el trabajo arduo del campo y, en todos estos años en que trabajamos juntos, nunca lo vi rebelde e indisciplinado. ¡Jamás agredió a alguien!
- Con Gentil aun estoy de acuerdo, pues él ayuda, papá. ¡Pero los otros!...- replicó Tonino con desprecio.
- Los otros animales también ayudan, hijo mío. Cada cual tiene una tarea diferente, pero no menos importante. Mimosa, nuestra vaquita, ofrece la leche tan buena que bebemos todas las mañanas; las gallinas ofrecen los huevos para nuestra alimentación y nuestro perro trabaja sin descanso, cuidando de la defensa de nuestra casa. Por tanto, todos merecen nuestro cariño y gratitud.
Pero Tonino aun no estaba convencido.
Al día siguiente, el señor Manuel invitó a Tonino para ir a la ciudad a hacer unas compras. Tonino, eufórico con el paseo, se alojó en la pequeña carroza, feliz de la vida.
Al llegar a la ciudad, en cuanto su padre entró en el almacén para hacer compras, Tonino se quedó viendo el movimiento de la calle.
El tiempo fue pasando y su padre no volvía. El niño fue quedando impaciente.
Miro para gentil, que permanecía parado, con los ojos bajos, humilde, sin dar demostraciones de impaciencia. Tuvo ganas de agredir al animal para ver su reacción.
- Voy a dar una vuelta. Veremos si él es realmente obediente.
Tonino miró a su alrededor y vio un pedazo de tabla, larga y fina, en una construcción allí cerca.
Cogió la madera y, sin titubear, subió a la carroza y ordenó a Gentil que andase. El animal, no reconociendo la voz del dueño a la que estaba habituado, no salió del sitio.
Tonino, cogiendo la madera, dio con ella sobre el lomo del caballo. Este relinchó de dolor y, levantando las patas delanteras, empinó peligrosamente la frágil carroza, tirando a Tonino al suelo.
Al oír los gritos en la calle, el Sr. Manuel acudió corriendo, encontrando al hijo en el suelo, gritando.
Al saber lo que ocurrió, a través de las personas que asistieron al hecho, Manuel se sintió indignado.
- ¡Pero papá, tú dijiste que Gentil era manso y él me derrumbó! – gritaba el chico, sorprendido.
Y el padre, cogiendo al hijo y levantándolo hasta junto al animal, le dijo:
- ¿Y encuentras que él podría obrar diferente? ¡Mira lo que hiciste con el pobre animal!
Del lomo del caballo corría un hilo de sangre. Tonino no notó que en la punta de la madera existía un clavo y fue el dolor de la herida que hizo a Gentil reaccionar.
Aprovechando la oportunidad que se le ofrecía, Manuel completó:
- Gentil es manso como un cordero. Sólo se defendió de una agresión, instintivamente. Todos nosotros, hijo mío, recibimos de acuerdo con lo que hubimos hecho. Si tú le hubieses dado cariño y amor, habrías recibido la retribución correspondiente.
Como tú agrediste, fuiste agredido. ¿Entendiste?
Muy avergonzado, Tonino movió la cabeza en señal de asentimiento y se prometió a sí mismo que nunca más cometería el mismo error.
Traducción: ISABEL PORRAS GONZÁLES - isy@divulgacion.org
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Juquinha volvía de la escuela con la mochila colgada a la espalda y una pelota en las manos.
Tía Celia.
Saltando, el chutó la pelota y rompió el cristal de la ventana de una residencia por la cual estaba pasando.
Temeroso por lo que hizo, el salio corriendo y dobló la esquina, deprisa.
Zeze, su colega, que venia un poco más detrás, preocupado con una prueba que aria al día siguiente, ni noto lo que había acontecido.
Al pasar delante de la casa, se topo con un hombre muy enojado, que, agarrándolo por el brazo, grito:
¡Páguela usted, bellaco desvergonzado¡
Asustado, sin entender lo que estaba aconteciendo, Zeze se defendió:
- ¡Yo no hice nada! No se de lo que el señor me acusa.
-¿Como que no lo sabe? ¿Usted acaba de romper el cristal de la ventana de mi casa y no lo sabe?...
- ¡No lo se no, señor!. ¡No fui yo! ¡No fui Yo!
- ¿Ah, no? ¿Y esa pelota de quien es?
Zeze había reconocido la pelota, nueva y bonita, que pertenecía a su amigo Juquinha. Sin embargo el no era acusador y no entregaría al compañero. Entonces, apenas respondió:
- ¡No es mía, señor, yo lo juro!
- Si usted esta mintiéndome, se arrepentirá. ¡Vamos! Voy a llevarlo hasta su casa y hablare con sus padres.
- ¡Por favor, señor, suélteme! Mis padres están trabajando y no hay nadie en mi casa.
Zeze lloraba y suplicaba tanto, que el hombre cedió.
Soltó el brazo de el y le pidió la dirección. Que el chaval le dio. Después, volviendo poco a poco a la normalidad, el informo:
- Mañana iré a la escuela a hablar con su profesora. ¿Cómo es su nombre?
- José Luiz Barbosa, más todos me llama Zeze.
- Muy bien, Zeze. Se puede ir ahora.
Zeze continuó su camino, aliviado. Al día siguiente todo se aclararía, tenia la certeza. Ciertamente Juquinha no dejaría que el fuese acusado injustamente.
Por la mañana Zeze se levantó, confiado, y fue a la escuela.
Eran las diez de la mañana cuando el hombre apareció en la puerta de la sala de la clase.
La profesora Dorinha lo recibió y pregunto lo que deseaba. El entró y explico lo que había acontecido delante de toda la clase.
Juquinha se encogió en la cartera.
Ante la acusación de aquel hombre, Zeze espero que Juquinha asumiese la culpa, no dejando que el fuese acusado injustamente.
Como juquinha continuaba callado, Zeze bajo la cabeza triste y desilusionado.
La profesora Dorinha, viendo la situación creada, salio en defensa del alumno.
- El señor tiene toda la razón de reclamar y hasta desear una reparación, sin embargo no puede venir aquí y acusar a un alumno mio sin la certeza de la culpa de el. Más allá de eso, esta pelota no es de Zeze, se lo puedo afirmar.
- Pero alguien rompió mi ventana con esta pelota y quiero saber quien fue.
El miraba para toda la clase, mirando uno por uno.
Todavía nadie se manifestó, irritado, el dijo:
- Muy bien. Ustedes se están protegiendo, más yo voy a descubrir quien fue y, ahí, tomaré providencias. Dejaré la pelota aquí en la mesa. Que el dueño la pegue después, si tiene coraje. Pásenlo bien.
El hombre se retiro pisando duro. Después a la salida de ella, Dorinha miro a su clase, tiste, y consideró:
- Estoy bastante decepcionada con ustedes. No importa lo que hayamos hecho, tenemos la obligación moral de asumir nuestros errores. Mentir es muy feo y, omitir nuestra responsabilidad, dejando que alguien sea acusado en nuestro lugar, es peor aun.
Zeze con la cabeza entre las manos, lloraba bajito. En ese momento, Juquinha se levanto, tímido y avergonzado:
- Profesora, fui yo quien rompió el cristal. ¡Más no fue queriendo! ¡Fue un accidente!
Después, volviéndose para el amigo que lloraba, dijo:
¡Zeze, discúlpeme! No quise crear un problema para usted, apenas quede con miedo de la reacción de mis padres al enterarse. Sin embargo, usted sabía que yo era culpable y no me entregó, y eso me dejo como avergonzado de mi mismo. ¿Podrá perdonarme?
Zeze levanto la cabeza, limpio las lágrimas y sonrió:
- ¡Claro Juquinha. Sabia que usted no dejarías que yo fuese acusado injustamente. Al final somos buenos amigos!
Juquinha caminó hasta Zeze y se abrazaron, contentos por haber resuelto bien la situación.
Después, Joquinhau, también emocionado, prometió:
- Profesora, yo prometo que al salir de aquí iré a la casa de ese señor, le contaré la verdad y me responsabilizaré por los daños que cause.
- Optimo, Juquinha. Usted decidió muy bien – concordó Dorinha.
Y Zeze, al lado de el, afirmo:
- Yo le acompaño a usted, Juquinha.
La profesora abrazó a ambos, después mirando para los demás alumnos, informo:
- En este día tuvimos una lección a lo vivo. Una situación difícil se resolvió de una forma pacifica, todos enmudecieron un poco más. Juquinha aprendió que la mentira solo perjudica, y puede comprobar la grandeza de Zeze que no entregó al amigo, aun mismo sabiéndolo culpable.
Ella paro de hablar por algunos momentos, después prosiguió conmovida:
- Juquinha aun va a enfrentar dificultades con el hombre a quien perjudico, y también con sus padres, más todo quedará más fácil ante su reacción de decir la verdad.
Que todos podamos haber aprendido la lección.
Al terminar la clase, Zeze acompañó a Juquinha, que le explicó al hombre lo que le habia acontecido, despues, disculpandose y prometiendo pagar los daños causados, usan su paga para comprarle un cristal nuevo.
Les contaría a sus padres lo que había acontecido, y tenía la certeza de que el problema seria resuelto con tranquilidad.
Lo más difícil fue admitir la culpa. Todo lo demás no tenía importancia.
Sereno y confiado, Juquinha retorno para casa, seguro de que, de allí en adelante, no habría problema que no consiguiese resolver.
Aprendería, también, que una amistad sincera como la de Zeze, no tenia precio y precisaba ser valorizada. Y desde ese día en adelante, se tornaron aun más amigos.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Morando en una casa confortable, Ricardo era un niño que llevaba una vida tranquila y segura una familia amorosa le suplía las necesidades, y el frecuentaba una buena escuela donde tenia muchos amiguitos.
Tía Celia.
Ricardo, sin embargo, no se contentaba con lo que Dios le había concedido.
Estaba siempre deseando algo más y suspirando por todo lo que sus amigos tenían.
¿Saben lo que es eso? Es un sentimiento muy feo llamado: ENVIDIA.
Si los padres lo obsequiaban con un cochecito, el reclamaba con rabia:
- ¡No quiero esa fealdad. Quiero un coche de control remoto, como el que Dudu gano en el cumpleaños!
- ¡Más, hijito, es muy caro! – decía la madrecita, triste. - No me interesa. ¡Lo quiero, lo quiero! – gritaba, golpeando con los pies.
Cuando la mama cariñosa le compraba alguna ropa, el hablaba con desprecio:
- ¡Que cosa más horrible! ¿Cree que voy a usar “eso”? ¡Esa ropa no vale nada!
- Cuando la vi en la tienda la vi bonita y me acorde de usted, hijo mio – se justificaba la madre, pesarosa.
- Pues la puede devolver. No la voy a usar. Me gustan las ropas caras y de tiendas elegantes. En verdad, yo lo que quiero es una cazadora “jeans” como la de Beto.
A la hora de la refección era el mismo problema siempre. Ricardo reclamaba por todo:
- ¿Legumbres nuevamente?
- Si, hijo mio. Las legumbres son muy buenas para la salud y son sabrosas.
- ¡Pues no las como! Gritaba el niño, empujando el plato con grosería. – Si fuera un pollo asado, como el que yo vi el otro día en la casa de Adriano, yo lo comería.
- Hijo mio – respondía la madre disgustada – esas cosas son caras y la vida está difícil. Usted sabe que no nos falta de nada, más el papa trabaja mucho para mantener la casa. Debemos agradecer a Dios por todo lo que poseemos y por la vida tranquila que tenemos.
El chaval movía los brazos con desprecio y salía refunfuñando.
La madre de Ricardo, en sus oraciones, siempre pedía a Dios que ayudase a su hijo, tan envidioso y egoísta, a ver la vida con otros ojos.
Cierto día, el chaval había discutido con los padres; exigía el que le comprasen una bicicleta nueva y, como ellos se negaron, el niño salio golpeando la puerta, llorando y reclamando:
_¡Nadie me quiere! ¡Nadie me da lo que pido! Soy un infeliz abandonado. ¿Tengo deseos de desaparecer de esta casa!
Ricardo llego hasta una plaza y se sentó en un banco. Disgustado, quedó allí, decidido a no volver luego a casa; quería dar un susto a sus padres.
Después de algunos minutos percibió un niño un poco menor que el, sentado en el suelo, parecía muy triste.
Se aproximo sin saber por que. En verdad, nunca se había interesado por los problema de los otros.
- ¡Hola! – dijo, a manera de cumplimiento.
El niño levanto la cabeza y Ricardo percibió que lloraba.
- ¿Le paso alguna cosa? – pregunto sin mucho interés.
- Es que me siento muy solito. No tengo a nadie que me quiera. Soy huérfano y vivo en la calle – murmuro el chaval.
- ¿Cómo es eso? ¿No tiene casa?
- No. Cuando mis padres murieron fui a vivir con una tía. Más ella me maltrataba y me obligaba a robar, alegando que yo comía bastante y le daba muchos problemas. Después de algún tiempo, no aguante más; huí de casa, y, desde ese día, duermo en los bancos de las plazas.
- ¿Y donde come usted?
El chaval sonrio. Una sonrisa triste y desconsolada.
- Normalmente, pido un plato de comida en alguna casa rica, más siempre no lo consigo. Entonces, reviso las altas de basura para conseguir algo que comer. ¡Usted no se imagina cuantas cosas buenas la gente tira al cubo de basura!
Ricardo, que nunca imaginara que existiesen personas pasando por tanta necesidad, estaba sorprendido y pesaroso.
- ¿Cuantos años tiene usted? ¿Como se llama?
- Tengo ocho años y me llamo Zeze. ¿Y usted? ¡Yo también estoy triste! ¿Tampoco no tiene aa nadie !
- Tengo si, Zeze – hablo Ricardo con satisfacción – Tengo una familia maravillosa y me gustaría que usted la conociese. Mi madre es muy buena y hace comidas sencillas, más muy sabrosas. ¿Quiere almorzar conmigo?
Zeze acepto con alegria. Desde el día anterior no se alimentaba y estaba hambriento.
Llegaron a su hogar, Ricardo presento al nuevo amiguito, y con lágrimas, pidió disculpas por su comportamiento.
- Mama, yo comprendo ahora que Dios fue muy bueno dándome una casa buena y confortable y una familia amorosa que se preocupa por mi. ¿Qué más puedo desear?
Muy contento con el cambio que se había operado en su hijo, la madre lo abrazo emocionada diciéndole con cariño:
- Qué bueno, hijo mio, que usted piense así. Dios escucho mis oraciones y, si no somos ricos de dinero, somos ricos de amor, de paz, de alegría y de salud. ¿No es verdad?
- Es verdad, mama – concordó Ricardo sonriendo.
Zeze quedo por algunos días en aquel hogar y, tan bien se adaptó al ambiente de la casa que, Ricardo le pidió, por haberle tomado mucho cariño, que fuese adoptado, pasando a formar parte de la familia, para alegría de todos.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Morando en un lindo recanto del campo, entre flores coloridas y perfumadas, árboles frondosos y amigas, Vavá la luciérnaga, vivía siempre insatisfecho.
Tía Celia.
Se sentia pequeño e inútil. Volaba sobre las rosas y admiraba la belleza y el perfume, se deleitaba con las mariposas que pasaban vestidas elegantemente de multicolores. Oía con asombro el canto mágico de los pájaros en las ramas del arbolado y se entristecía por no conseguir emitir una nota siquiera. En el fondo, tenia una envidia profunda de ellos, de las rosas, de las mariposas y de todos los que eran diferentes de el.
¿Por qué Dios lo haría así? ¡El no era bonito como las mariposas, no era perfumado como las rosas y no sabia cantar como los pájaros!
La única cosa que poseía era aquella incomoda linternita en la parte trasera de su cuerpo y que nadie más tenia. ¡Solo el!
Si aun fuese una luz bonita y brillante, como la de las estrellas que Vavá contemplaba por la noche, o como aquellos postes de luz que el veía de vez en cuando en la ciudad, seria diferente. Tendría orgullo de ella. ¡Más como! ¡Esa luz debil y oscilante no servia para nada!
Cierto día, Doña Coelha apareció dando saltos, muy preocupada con su hijo defectuoso. El pequeño estaba enfermo y ella precisaba de una determinada planta para hacer una infusión.
Pidió ayuda a la mariposa:
Más la borboleta respondió, abriendo las alas coloridas:
- ¿Como procurar? ¡Esta poniéndose oscuro y no veo nada!
- Amiga Borboleta, ayúdeme a encontrar el remedio para mi hijo.
- ¡Me gustaría de ayudarla, más, infelizmente, no puedo andar, y, aun mismo que pudiese, con esa oscuridad seria imposible!
Doña Coelha agradeció y, encontrando al pajarillo, le pidió:
- ¿Usted que anda por tantos lugares, podría ayudarme a procurar la planta que necesito para curar a mi hijo?
El pajarillo quedó pensativo y después respondió, atento:
- Creo que se donde encontrar la planta que la señora procura, Dola Coelha, más está muy oscuro y no puedo volar, pues toparía en los árboles. Más Allá de eso, no se el lugar exacto y ahora de noche seria imposible encontrarla.
La pobre conejilla quedó muy triste y ya se disponía a desistir de su intento y retornar a su hogar sin la planta necesaria. Más los bichitos que se juntaron para analizar el problema, preocupados con la situación de la pobre madre, comenzaron a discutir cual era la mejor solución.
Doña Coruja, que oía todo en silencio, acomodada en un hueco de un árbol, sugirió:
- Solo conozco a alguien capaz de ayudar en este momento tan difícil.
- ¿Quien?¡¡ - preguntaron todos al mismo tiempo:
- ¡La luciernaga Vavá!
Se miraron sorprendidos. ¿Como no pensaron en eso antes?
- EU???...
- ¡Claro! ¿Quien más poseía una linterna? – explico la Coruja, satisfecha.
Se encaminaron, entonces, para la región donde el pajarillo viera la planta, siempre guiados por Vavá, que iba al frente, todo orgulloso, iluminando el camino.
Caminaron... caminaron.... Caminaron... hasta que, bien escondida, allá estaba ella.
Doña Coelha, muito feliz y aliviada, no sabia como agradecer:
- ¡Agradecida, Vavá! ¡Si no fuese por usted y su linternita nunca habria conseguido. ¡Que Dios la bendiga!
Vavá, que, por primera vez se sentía útil y valorizado, quedo satisfecho. Y percibió que el don que Dios le dio era mucho…muy importante, y podría ayudar a mucha gente.
Ahora ya no se incomodaba más por no ser bello como las mariposas, o perfumado como las rosas, o tener voz melodiosa como los pájaros.
Ya no se sentía más como un pequeño e insignificante insecto, inútil y despreciado por todos. El era muy importante y tenía una tarea que solo el podía ejecutar: clarear las tinieblas.
Y, a partir de ese día, Vavá paseaba siempre por el campo, confiado en si mismo u orgulloso de su luz, agradeciendo a Dios la bendición que le concediera.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Beto, niño de nueve años, muy pobre, cierto día ganó un lindo y apetitoso pedazo de bollo.
Tía Celia.
Con los ojos brillantes, tomo el bollo con las manos, aspirando, con satisfacción, el buen olor que se desprendía de el, y abrió la boca preparándose para darle una mordida.
En ese exacto momento, sin embargo, paró, acordándose que a su hermano menor, Renato, de siete años, le gustaba mucho el bollo y que hacia mucho tiempo no comía un pedazo.
Con un suspiro, embrollo el pedazo de bollo y dijo:
- ¡Ya se! Voy a darlo como un presente a Renato. ¡Mi hermanito me va adorar!
Más tarde Beto entrego el pequeño embrollo al hermano que, abriéndolo, no contuvo la alegría:
- ¡Que Bueno! Me gusa mucho el bollo. Gracias, Beto.
Más cuando iba a morder el pedazo de bollo, Renato se acordó de su hermana Rosa con este pedazo de bollo. Ella había sido tan buena, al llevarme a la escuela, ayudarme con los deberes de casa y me invita para pasear.
Beto concordó y ambos llevaron el presente a la hermana.
Abriendo el embrollo, Rosa sintió agua en la boca. Cuando iba a darle la primera mordida, sin embargo, se acordó del hermano más viejo. Geraldo, y afirmo:
- Desde que papa desencarnó, nuestra situación ha sido muy difícil y Geraldo ha trabajado bastante para ayudar en la manutención de la casa. Hallo que el merece este pedazo de bollo por todo lo que ha hecho por nosotros.
Los otros concordaron y, como estaban en la hora de Geraldo llegar del trabajo, quedaron aguardándolo en la puerta, ansiosamente.
Mal lo divisaron, los tres hermanos corrieron a su encuentro. Rosa le entregó el embrollo.
Geraldo lo abrió y sonrió, feliz. Estaba cansado y con hambre. Trabajo todo el día y casi no se alimentó, y ese pedazo de bollo era muy bien venido.
Sin embargo, se acordó de la madre, que vivía exhausta de tanto trabajar y que los amaba tanto. Miro a los hermanos y dijo:
- Mis queridos hermanos. Agradezco la dadiva que me hacen, más creo que mama merece este bollo más que yo. Siempre se sacrificó por todos nosotros y es justo que gane este presente.
Los hermanos fueron unánimes en concordar.
Entraron en casa y se dirigieron a la cocina, donde la madre preparaba la humilde refección de la tarde. Geraldo, rodeado por los hermanos, explico lo que estaba aconteciendo y entregó el bollo a la madre.
Con los ojos rasos de lágrimas, la madrecita miró a los hijos y habló, sensibilizada:
- Beto, Reanto, Rosa y Geraldo. Estoy muy satisfecha con todos. Ustedes demostraron hoy que somos realmente una familia, que nos amamos mucho y que piensan unos en los otros con olvido de si mismos. Ustedes aprendieron la lección de Jesús que manda hacer a los otros aquello que nos gustaría que nos hicieran. Estoy muy feliz y papa, donde este. Con certeza también estará bastante satisfecho.
Los hijos estaban muy emocionados, y la madre sonrió con cariño, proponiendo:
- Y ahora vamos a cenar. Después, repartiremos fraternalmente este lindo bollo y cada uno comerá un pedacito.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Cierta vez, un pequeño pastor caminaba por los campos pastoreando sus ovejas.
Tía Celia.
Ya estaba cansado y con hambre cuando, sobre el césped verde y en medio de la vegetación, encontró una pequeña bolsa de cuero. La Abrió y, cual no fue su sorpresa: allí estaban cinco lindas monedas de oro brillando en el fondo de la bolsa.
¡Quedo eufórico! ¡Cuántas cosas podría hacer con ese dinero!
Pegando las rutilantes monedas en la mano, aun pensó que deberían pertenecer a alguien, y que ese alguien por cierto estaría desesperado.
El deseo de quedarse con las monedas, sin embargo, hablo más alto y, callando la conciencia, guardó el pequeño tesoro pensando, sin mucho entusiasmo:
_ Si por acaso encuentro a la persona que perdió las monedas, las devuelvo. En el caso contrario, ellas son mías por derecho, pues me las encontré.
Y pensando así, pasó el resto del día haciendo planes de cómo usaría el tesoro que tan inesperadamente le cayera en las manos.
Al caer de la tarde, llevó a las ovejillas de vuelta a casa, resolvió no contar nada a su madre, con el miedo de que ella hiciese devolver las monedas. Al final, no existen tantas casas así en las inmediaciones y, por cierto, alguien del valle las perdería.
Al llegar a casa se enteró de que su padre precisaba hacer un viaje para cerrar un negocio muy lucrativo.
Tres días después su padre volvio. Venia desanimado y triste, todo sucio y cubierto de porquería.
La mujer, preocupada, preguntó lo que le aconteciera, y el respondió:
- ¡Usted no imagina lo que me aconteció! Después de mucho viajar llegue a mi destino. Cuando fui a cerrar el negocio, sin embargo, eche en falta el dinero que llevaba separado para pagar las ovejas. Lo busque por todos lados, revise mis pertenencias, más nada hallé. Percibí, demasiado tarde, que la mochila que llevaba estaba con un agujero en el fondo y, por cierto deje caer por el camino la bolsa con el dinero. ¿Más, como encontrarla? Con certeza alguien ya habría hallado su dinero y nunca más vendría aquel que representaba las economías de mucho trabajo y dedicación.
Y el hombre tristemente concluyó:
- Mis recursos terminaron y tuve que recurrir a la caridad pública. No tenia donde abrigarme, ni que comer. Gracias a Dios, conseguí llegar hasta aquí a casa después de mucho sufrimiento. Sin embargo auque aya perdido todo lo que poseía hasta llegar aquí, los tengo a ustedes que son mi tesoro.
Diciendo eso, se abrazó al hijo y a la esposa, emocionado hasta con lágrimas.
El joven, acordándose del tesoro que poseía quedo contento. Al final, podría hacer algo para su querido padre.
Corrió hasta su cuarto y volvio con la pequeña bolsa de cuero conteniendo las cinco monedas y, con la sonrisa feliz, se la entregó al padre, diciéndole:
- ¡Pague, padre mío. Es todo suyo!
El pobre hombre al ver la bolsa la reconoció y pregunto sorprendido:
- ¿Dónde fue donde se lo encontró, hijo mio?
- En medio de la vegetación, cuando pastoreaba con las ovejas.
- ¡Es verdad! Yo quise ganar tiempo y corte camino por el campo, saliendo de la carretera. ¡O, hijo mio! Gracias a Dios, usted la encontró. ¡El Señor es muy bueno! ¿Más como supo, que era mía?
Con los ojos medio cerrados el rapaz respondió:
- No lo sabía papa. Nunca podría suponer que le pertenecieses. ¡Creí que era de otra persona!
El padre quedó serio repentinamente y, tomándolo por el brazo, le pregunto:
- ¿Qué es lo que hizo, hijo mío? ¿Encontró este tesoro que alguien perdió y se quedó con el, cuando no le pertenecía? ¿Cómo fui yo el que la perdió, pudo perderla cualquier otra persona de aquí del valle? ¿No pensó en la desesperación que, por cierto, tendría el dueño de las monedas y la falta que ellas le harían?
- No, papa. No pensé en nada de eso. Discúlpeme. Solamente ahora comienzo a percibir como fui de egoísta y ambicioso.
El pequeño pastor, arrepentido, bajo la cabeza, mientras las légrimas corrían por su rostro.
- ¡Perdóneme papa! Se que actué erróneamente y ahora comprendo la enormidad de mi falta.
El padre acarició la cabeza del hijo, diciendo:
- Hijo mío, nosotros tenemos que respetar lo que es de los otros, para que los otros también respeten lo que nos pertenece. Jesús, nuestro Maestro, enseño que seremos responsables por todos nuestros actos y que deberemos hacer al prójimo lo que nos gustaría que el nos hiciese. Ahora piense: ¿Si usted hubiese perdido las monedas, lo que le gustaría que le hiciesen?
- ¡Me haría muy feliz si quien las encontró me devolviese la bolsa, con las monedas, claro!
- Entonces, hijo mío, así también debe hacer usted para con los otros.
El pequeño pastor agradeció la lección recibida y prometió a si mismo que nunca más seria egoísta y ambicioso.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
En cierto sitio bastante agradable, vivía una gallina llamada Petita.
Tía Celia.
Normalmente, Petita estaba de mal humor, reclamando todo y de todos.
El pollero era muy alto, el nido muy duro, el maíz no tenía gusto, las lombrices no eran agradables, y el agua no era limpia ni fresca.
En fin nada estaba bueno para doña Petita.
Las otras aves del terreno andaban siempre alegres y felices, más doña Petita ya andaba mal con la vida.
Si el gallo cantaba muy temprano su co- co- ro-co – co, ella reclamaba que el no la dejaba dormir, si el cantaba más tarde atendiendo su voluntad, reñía con el porque hacia perder la hora de levantar. Cuando los animales hacían fiesta en la graja, ella reclamaba por el barullo; si no la invitaban para danzar y participar de los juegos, se afirmaba abandonada por todos. En fin, no sabían que hacer para agradarla.
Hasta que un bello día oyó a la patrona conversando con el empleado encargado de tratar a los animales:
- Mañana temprano quiero que usted coja a Petita y la mate. Yo deseo comer gallina ensopada en el almuerzo. Y ella está bien gordita, a punto para ir a la cazuela.
La gallina, que chiscaba por allí cerca, al oír eso se estremeció. ¡Querían botarla en una cazuela!
Y Petita ya comenzó a sentir los tormentos que la aguardaban.
Aquella noche, Petita no conseguía dormir. Y cuando, al final, cerro los ojos, exhausta, tuvo un sueño agitado. Soñó que el empleado corría tras de ella y la agarraba con fuerza; ya se sentía en un cazo con agua hirviendo, y después alguien la tiraba de las patas, dejándola peladita, peladita. Fue preparada con esmero, e iba a ser colocada en el fuego, cuando ella despertó, sintiendo frió y toda arropada.
La pobre Petita lloro… lloro mucho. ¡Quien podría ayudarla? ¡Ella a nadie le gustaba! Tenia la certeza de que se quedarían muy felices con su sufrimiento y nadie sentiría su ausencia.
El día comenzó a clarear y Petita lamento, acordándose que nunca más oiría el co- co- ro – co-co del gallo; que nunca más pondría los huevos en su nido, que ahora reconocía ser tan blando y calentito; que no comería más el maíz gustoso y las tiernas lombrices; que nunca más conversaría con nadie, y percibió como iba a sentir nostalgia de todo aquello.
Solo entonces petita se dio cuenta de cómo su vida siempre había sido de buena y agradable. ¡Cuánto tiempo ella perdió quejándose!
- ¡Ho! ¡Dios! Si yo pudiese volver a tras, haría todo diferente – pensaba suspirando profundamente.
El empleado ya se aproximaba para cogerla, cuando surgió la patrona conduciendo a su hijo de la mano.
El chaval, al ver la intención del empleado comenzó a llorar, gritando:
- ¡No! ¡No quiero que maten a Petita! ¡No quiero que maten a nadie!
Y la madre sorprendida con la actitud de niño, replicó:
- ¡Mira esa, hijo mio! ¡Gallina ensopada está muy buena!
- No quiero madre. Prefiero comer patatas, si fuera por sacrificar a alguien.
La madre pensó… en la actitud del hijo y al final concordó, diciéndole:
- Tienes razón, hijo mío. No debemos quitar la vida a nadie. De hoy en adelante todos los animales de este sitio están a salvo y podrán vivir tranquilos.
Petita respiró, aliviada. ¡Estaba salvada! ¡Y debía su vida justamente a aquel chaval que ella siempre considerara tan agradable, y que ahora afirmaba gustarle ella!
Satisfecha y carcajeando feliz, Petita abrazó a todos en el gallinero, e hicieron una gran fiesta.
A partir de ese día, Petita se transformó en una gallina alegre y satisfecha de la vida, no cansándose de agradecer la bondad de Dios, que le diera una nueva oportunidad, a través de la mano de un niño.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
En una claridad de la selva, habitaba una familia de esquilos que vivía en paz y armonía.
Tía Celia.
La pequeña familia estaba constituida del papa Esquilo, de la mama Esquila y de una pareja de hijitos muy obedientes. Todos se estimaban sinceramente, pues entre ellos había comprensión y amistad.
Mientras el padre esquilo salía a la búsqueda del sustento de la familia, la mama esquila permanecía en casa cuidando de los hijos u de los quehaceres domésticos.
Cierto día, Esquila descubrió que iba a ser madre nuevamente. Todos quedaron muy felices. Al final las criaturas estaban creciditas y un bebe hacia falta en casa.
Dentro de poco tiempo, la familia aumento. ¡Era un lindo hijito!
El hijito creció rápido y se tornaba cada vez más exigente. La pequeña familia vivía en función de el, haciendo todas sus voluntades.
¿Más no todo podía ser permitido! Y cada vez que su madre lo reprendía, el quedaba enojado e infeliz.
Con el pasar del tiempo, comenzó a sentir que nadie lo amaba. Siempre vivían riñendo con el: ¡“No hagas esto, Esquilino! ¡No hagas aquello! ¡Recoja sus cosas!
Un día cansado de todo, sintiéndose muy triste, se decidió a vivir libre en la selva. Su madre siempre lo alertara de los peligros que encontraría, más el nunca se preocupo. El padre también jamás le permitió que el se internase en el bosque solito preocupado con su seguridad. Ahora, no en tanto, ele estaba libre y no precisaba obedecer las ordenes de nadie
– ¡AF! Al final voy a llevar la vida que siempre desee. Ya soy bastante crecido para cuidar de mi mismo – pensó.
Ando bastante por la selva, satisfecho de la vida.
A los pocos horas fue oscureciendo y el pequeño esquilo no había encontrado aun un lugar donde pudiese abrigarse. Los ruidos de la selva lo asustaban y el deseo estar al lado de su madre, siempre tan amorosa.
Más ahora estaba perdido. No sabía como volver. ¡Y, más allá de todo, estaba con un hambre terrible!
La oscuridad fue haciéndose cada vez mayor y más aterrorizante.
Cansado de tanto andar, Esquilino se cobijó en un tronco de un gran árbol y adormeció después de mucho llorar.
De madrugada, despertó oyendo el ruido de hojas secas. Alguien se aproximaba. Se levantó rápido. ¡Quien sabe si era alguien que pudiera ayudarlo?
Era un lobo enorme y amenazador.
Cuando el lobo vociferó, enseñando los dientes peligrosamente, el esquilino salio disparado.
Al percibir que no estaba más al alcance del lobo, paró para descansar – ¡AF! ¡Que sofocación! – dijo más aliviado.
En eso, oyó un ruido extraño, como si fuesen silbidos. Miró para el suelo y se deparó con una enorme cobra pronta para dar el salto.
Aterrorizado, huyo nuevamente tan rápido como le permitían las piernas.
Con el corazón dándola saltos y la respiración muy agitada, paró junto a una árbol. ¡Sus piernas estaban flojas! Se recostó en ellas para recuperar el aliento, cuando escucho un zumbido diferente.
¿Qué seria? Miró para un lado y percibió que casi tocara un gran nido de abejas. ¡Y ellas parecían realmente enfadadas!
Reuniendo las fuerzas, huyo de nuevo procurando escapar del enjambre que venia en su dirección.
Mirando para tras, no vio un riachuelo a su frente. Cayo dentro de el, quedando todo mojado.
Felizmente, las abejas lo perdieron de vista y Esquilino pudo salir del agua tranquilamente.
Mirando a su alrededor, reconoció el lugar. ¡Si! ¡Estaba cerca de casa!
Más confiado, tomo una pequilla trilla y en pocos minutos llegó a la claridad donde residía.
Todos quedaron felices y aliviados con su regreso y lo abrazaron repetidas veces.
Más rehecho, después de alimentarse convenientemente, Esquelino dijo a su madre:
– ¡Sabe, mama, descubrí que nada es mejor que el hogar de la gente! Pensé que no me amaban, porque vivían reprendiéndome. Ahora, se que es justamente por amarme mucho que actúan así. Pase por muchos peligros, sintiéndome solo y desamparado. Apenas aquí, junto a ustedes, estoy seguro y tranquilo.
Y la madre, con lágrimas en los ojos, afirmo risueña:
– Es verdad, hijo mio. Nada como el amor de la familia. Sin embargo, jamás estuvo desamparado. Dios velaba por usted y lo trajo sano y salvo a nuestro hogar.
Y Esquilino, bajando la cabeza, dijo conmovido:
– ¡Gracias, Dios mio, por la familia maravillosa que el señor me concedió!
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Janjao era un niño que poseía un buen corazón, más era muy desobediente.
Tía Celia.
Su madre vivía para darle consejos, diciéndole:
- ¡Janjao, no juegue con fuego, pues usted se puede quemar!
- ¡Janjao, baje de ese muro, usted se puede caer y machucarse!
- ¡Janjao, cuidado con ese cuchillo, hijo mio! ¡El es muy peligroso!
Más, como si nada. Janjao continuaba lo que estaba haciendo, fingiendo no oír las recomendaciones de su madrecita.
Cierto día, Janjao y Pedrito, su mejor amigo, estaban aburridos. Ya habían saltado en el escondite, jugando con las bolas de cristal, pega-pega, etc. Y no sabían más que hacer.
Janjao tuvo una idea luminosa:
- ¡Ya se! ¡Vamos a hacer un cohete!
- ¿Un cohete? – Repitió Pedrito, sorprendido - ¿Más no es peligroso?
- Si, una cohete. Y no es peligroso no, no soy miedoso. Ve a comprar el papel y la cola.
- ¿Yo? ¿Por qué yo? ¡La idea fue suya! Gruño Pedrito.
- Está bien. Entonces voy yo.
Trabajaron toda la tarde en un cuartito que existía en el fondo de la casa de Pedrito. Sabían que la madre de el estaría ocupada trabajando y no lo percibiría.
Después de pronto, aguardaron con mucha ansiedad el anochecer. Al final, para tener gracia, el cohete tenía que ser tirado por la noche.
Tiraron el cohete y quedaron observándolo para ver si subía.
El cohete fue henchido... henchido... henchido hasta que lentamente comenzó a subir.
Los chavales demostraban animación y alegria. En poco tiempo, el lindo cohete colorido fue subiendo... subiendo… subiendo para el cielo, cada vez más alto. Luego, se torno apenas un punto luminoso como si fuese otra estrella del firmamento. Después, se escondió detrás de unos grandes árboles y los chavales la perdieron de vista.
Del cohete colorido solo quedo el recuerdo. Aun conversaron un poco más recordando, emocionados, la linda subida del cohete.
Janjao, acordándose de que ya era tarde y sus padres deberían estar preocupados, se despidió y se retiro.
Moraba en un sitio y precisaba andar un poco por el campo para llegar hasta su casa. De lejos, divisó un inmenso claro que iluminaba el cielo, ahuyentando la oscuridad. Apretó el paso y luego percibió que el fuego venia de su casa.
Al aproximarse, vio las llamas devorando las paredes de su casa, los muebles en la calle, personas que corrían con cubos de agua, intentando contener el fuego. Su padre, preocupado, andando de un lado para otro, su madre y su hermana llorando. Afligido pregunto:
- ¿Qué aconteció, papa?
Estábamos preocupados sin saber donde estaba usted. Pensábamos hasta que podría estar dentro de la casa en llamas. Alguien ando soltando cohetes y, cuando nos dimos cuenta, el fuego ya extendido tomo cuenta de todo, como usted ve. Con ayuda de amigos conseguimos aun salvar alguna cosa, gracias a Dios.
El chaval, arrepentido, y percibiendo lo que había hecho, comenzó a sollozar:
- Papa pernoneme. La culpa es toda mia. Fue quien prendió el cohete, más nunca podría imaginar que causaría tantos daños.
El padre suspiró, comprendiendo el sufrimiento del hijo, y le dijo severo:
- ¿¡Esta viendo, hijo mio!? ¿Por ser desobediente, cuanto mal causo usted? Gracias a Dios, los prejuicios son apenas materiales, y, aunque seamos pobres, conseguiremos vencer y recuperar el prejuicio que tuvimos. ¿Más, y si alguien hubiese perdido la vida?
Janjao lloraba desconsoladamente.
- Perdoneme, papa. Ahora yo comprendo el mal que causé y que, cuando mama dice que es peligroso, es porque ella está viendo lo que puede acontecer.
El padre abrazó al hijo y desde ese día en adelante Janjao de volvio un chaval diferente, más responsable, y hasta comenzó a trabajar para ayudar a su padre a cubrir los daños que involuntariamente causara.
Traducción: MERCEDES CRUZ REYES - MERCHITA926@telefonica.net
Funte: El Consolador - Revista Semanal de Divulgación Espírita.
Autora: Célia Xavier Camargo.
[Inicio]
Los cerditos Juca, Pipo y Lilo ya son cerditos mayores y resolvieron cada uno construir su propia casa, que sería la vivienda de su familia, en el futuro.
[Haz clic aquí] ver y bajar el PowerPoint de la historia.
Juca construyó una casa de paja y así que terminó fue a dormir, que es lo que más le gusta hacer. Y Juca quiere dormir mucho, ahora que no tiene su madre cerca para alertar sobre su pereza.
Pipo es un poco más organizado y resolvió hacer una casa de madera y ramos de árboles, para soportar vientos y lluvias. Así que terminó su casa fue a descansar, pues estaba muy cansado.
El cerdito Lilo trabajó por varias semanas para construir una casa fuerte, con un buen cimiento, paredes de ladrillos y ventanas y puertas con cerraduras, todo mucho más seguro. Su nueva casa es bonita y segura como su antiguo hogar y Lilo, cuando terminó de construirla invitó a su madre para le hacer una visita.
Cerca de donde fueron a vivir Juca, Pipo y Lilo, vive un lobo, que ellos pensaban ser malo. Pero estaban engañados, pues el lobo ya estaba viejo, tendría orejas y nariz muy grandes y a pesar de la apariencia de malo era, en realidad, un buen lobo, quieto y sin muchos amigos.
Todo iba muy bien, hasta que llegó la primavera, la más bella de las estaciones. ¿Cuál el problema? El problema es que Zoé, este es el nombre del lobo, es alérgico al polen de las flores. Él suele espirrar mucho, tosir sin parar, quedarse con los ojos rojos y tener rascaduras en la nariz y, a veces, rascar todo el cuerpo sin conseguir parar.
A las primeras señales de la alergia, Zoé fue al médico, el Sr. Orestes, que le trataba hacía muchos años. En la vuelta para casa, pasó en la farmacia, que estaba llena, y compró la medicina.
Espirró por todo el trayecto, su nariz estaba roja como un pimiento y su cuerpo le rascaba todo. Quien le observó por el camino creó que el lobo parecía muy distinto: parecía muy feo y bravo, principalmente cuando tosía y se rascaba sin parar.
Llegando a casa, el lobo inmediatamente cogió un vaso de agua y la medicina para beber. Cogió la caja y luego percibió que le habían dado la medicina errada en la farmacia. La medicina de Zoé para alergia fue cambiada por otra parecida, además para el dolor de barriga.
Entre espirros, tosidas y rascadas, el lobo resolvió pedir ayuda a los cerditos, sus nuevos vecinos, pues si tuviera que irse hasta la farmacia iba a quedarse peor, pues el camino era lleno de flores en esta época.
Cuando llegó en la casa de Juca para preguntar si él le podría descambiar la medicina, Zoé golpeó la puerta y mientras esperaba el cerdito atender, sintió una enorme voluntad de espirrar y dio un enorme espirro, y más otro, y más otro., y otro, y otro... Cuando consiguió parar de espirrar vio que había derrumbado la frágil casita del cerdito.
El lobo no consiguió ni siquiera pedir disculpas al cerdito, mucho menos explicar que necesitaba de ayuda, pues Juca huyó aterrorizado y se fue a esconder en la casa de su hermano Pipo.
Como continuaba sintiéndose malo, tosiendo y espirrando, pero cierto de que tomaría más cuidado para no derrumbar la casa del próximo vecino, el lobo fue hasta la casa de Pipo.
Zoé llegó cerca y llamó por el vecino. Como su voz estaba flaca, y él espirraba y tosía mucho, el lobo imaginó que nadie le había conseguido oír. Llegó más cerca y, antes que consiguiera golpear la puerta y pedir ayuda, empezó a toser mucho, pues le parecía que alguien le pasaba una pluma en la garganta. Tosió alto, muchas veces y muy fuerte, para ver si la pluma paraba de molestarle. Cuando consiguió parar, percibió que la casa de su vecino estaba demolida, y que los dos cerditos corrían de miedo de él.
El lobo se quedo muy enfadado por lo ocurrido, pero decidió irse hasta la casa del cerdito Lilo, no sólo para que le ayudaran a descambiar la medicina, pero para pedir disculpas y avisar que así que mejorara de la alergia iba a ayudar a reconstruir las casas de los dos cerditos.
Llegando en la casa de Lilo, golpeó la puerta y esperó. Mientras esperaba espirró un poco, rascó la nariz, que se quedó más roja aún. Como nadie atendió, golpeó nuevamente. Después de un tiempo, apareció en la ventana Lilo, que gritó:
- Te marches, señor lobo. ¡Esta casa no va a conseguir derrumbar! ¡Estamos seguros acá, y no seremos su cena!
El lobo explicó entonces que era solo un viejo lobo enfermo y que necesitaba de alguien que fuera hasta la farmacia descambiar su medicina de la alergia.
- Por favor, no consigo parar de espirrar y toser. Mi nariz rasca mucho y mis ojos están rojos de tanto rascar. Necesito ayuda. Si yo tengo que ir hasta la farmacia, me quedo peor.
Los cerditos quedaron desconfiados y no abrieron la puerta. El viejo lobo pidió más una vez, mientras tosía y espirraba:
- Por favor, yo tengo alergia en la primavera, necesito de la medicina…
Los cerditos observaran al lobo un rato y percibieron que él parecía furioso y espirraba sin parar.
Lilo acordó a los hermanos que no debemos juzgar a los demás por la apariencia. Entonces ellos pensaron bien y resolvieron dejar el lobo entrar y oír mejor lo que él tenía para decir.
El lobo agradeció y contó que tenía esa alergia en la primavera desde que era niño y que necesitaba ayuda, pues no podría quedarse sin la medicina.
Los cerditos percibieron que el lobo no era malo como pensaban y, a pesar del aspecto distinto, parecía ser muy divertido.
Pipo, entonces, fue rápidamente hasta la farmacia y trajo la medicina cierta para Zoé. Él lobo tomó el remedio y luego empezó a sentirse mejor. Él agradeció mucho la ayuda, pidió disculpas por el susto que dio en los cerditos y prometió ayudar a construir la casa de ellos. Todos se rieron mucho cuando él contó que su apodo cuando niño era ATCHIM, como el enanito de la Blanca Nieves.
Lilo sirvió un vaso de zumo de frutas para todos y ellos se sentaron en la biblioteca, lejos de polen de las flores, para charlar, empezando allí una gran amistad.
Los cerditos siempre cuentan esta historia a sus hijos para que ellos perciban que no debemos juzgar a nadie por su apariencia física, pues podemos engañarnos sobre la persona y dejar de conocer a un nuevo amigo. Además de eso, Juca y Pipo, aprendieron que cuando tenemos que hacer algo, es importante hacer con cariño y dedicación, como su madre siempre les enseñara, pues trabajos mal hechos pueden acabar como los de sus casillas, que tuvieron de ser reconstruidas, y ahora con menos pereza y más cuidado.
Historia adaptada del clásico original “Los Tres Cerditos” del autor Joseph Jacobs.
[Haz clic aquí] para ver los dibujos hechos por la Cleusa Lupatini, evangelizadora do Grupo Espírita Seara do Mestre
[Haz clic aquí] para ver los dibujos hechos por la Sherazade Gomes - Evangelizadora - Centro Espírita Francisco de Assis - Eunápolis/BA
[Inicio]
- ¡Cumpleaños feliz! ¡Aproveche la vida!
Claudia Schmidt
Aquella última frase no salía de La cabeza de Bia: “¡Aproveche la vida!” La tía que le había aconsejado ya se había marchado, sin que la chica pudiera preguntar lo qué exactamente ella quería decir con eso.
Bia estaba haciendo diez años, y ganó un ordenador. Luego estaba poniendo en práctica sus clases de Informática de la escuela, y hasta mandando y recibiendo e-mails.
Fue en una tarde enfrente al ordenador que ella tuvo la idea de mandar para todos SUS contactos, La siguiente pregunta: “¿Qué es aprovechar la vida para usted?”
Cuando las respuestas llegaron, ellas eran las más variadas:
“¡Salir de vacaciones e ir a pescar!” – definió un tío a quien Bia le gustaba mucho. A la chica no le gustaba pescar, y no creyó que el concepto le sirviera.
“¡Ir para la discoteca y beber mucho!” – respondió un primo mayor. Bia no podría ir a la discoteca, no tenía edad aún, y cuando fuera, creía que no iba a beber mucho, pues sus padres le habían enseñado que la bebida alcohólica no es una buena escoja, pues hace mal a la salud.
“¡Quedar sin hacer nada, sólo descansando!” – decía uno de los e-mails recibidos. “Que cómico”. – pensó Bia. “A mí no me gusta quedar sin hacer nada, pues me quedo enfadada y mi madre reclama que yo le molesto, pidiendo algo para hacer”.
“¡Viajar, conocer el mundo!” – fue la respuesta de la hermana mayor de Bia, que hacía facultad en la capital. Viajar es bueno, pensó Bia, pero no todo el tiempo, a final, quedarse en casa con los amigos y la familia también es bueno...
“¡Tener mucho dinero para comprar todo que quiera!” – la respuesta de su mejor amiga sorprendió Bia. No obstante, muchas otras personas también asociaron la respuesta a cosas materiales como dinero, coche nuevo, posición social, viajes.
Una de las respuestas, sin embargo, era distinta y decía:
“Aprovechar la vida es estar con quien te gusta estar, haciendo lo que te gusta hacer”.
A Bia le gustó este e-mail, pero le gustó aún más este otro:
“El concepto de aprovechar la vida cambia de persona para persona, de acuerdo a los valores importantes para cada uno: familia, diversión, dinero, viajes, pudiendo ser cosas materiales o no. Como Espíritus inmortales que somos, estamos encarnados en la Tierra con el objetivo de aprender a amar, a perdonar, a convivir en familia, a hacer el bien a todos. ?Usted sabía que somos como pájaros? También tenemos dos asas: la asa de la sabiduría, que representa el conocimiento intelectual que debemos buscar a través del estudio y del trabajo; y la asa del amor, que es la práctica de la caridad, del perdón, de la paciencia, del respeto, de la comprensión, y de muchos otros valores eternos enseñados por Jesús”.
El e-mail terminaba diciendo que cabía a Bia definir, ella misma, lo que es aprovechar la vida, sin olvidar que somos Espíritus creados por Dios de pasaje por la Tierra, con la misión de aprender el amor y evolucionar.
Bia, después de pensar sobre el contenido, inspirada por su Espíritu Protector, guardó con cariño el e-mail, cierta de que él le había ayudado a entender lo qué su tía le había dicho en aquel cumple.
[Inicio]
Mariana era chiquitita, pero conocía bien la rutina del Grupo Espírita donde su familia trabajaba. Ella iba a menudo a la Evangelización, a los sábados por la tarde, y en los miércoles, a veces, acompañaba a sus padres a los trabajos del Grupo.
Claudia Schmidt
Ella ya conocía: Palestra Pública
Pase
Asistencia a las familias asistidas
Atendimiento Fraterno
Cuando la Palestra Pública terminó, su madre fue trabajar en el pase y ella tuvo que esperar. Ella siempre cogía un libro prestado en la Biblioteca. Ella sabía muchas cosas. ¡Hasta sabía lo qué era una obra psicografada!.
Sólo una cosa Mariana no conocía en el Centro (y ella estaba llena de curiosidad): era aquel tal de "Grupo Mediúnico o Reunión Mediúnica". Cuando terminaba la Palestra, varios adultos iban para un salón. Como la puerta no se quedaba abierta, Ella no tenía ni idea de lo qué ellos hacían…
En aquella noche, ella resolvió espiar. Luego oyó, bien bajito, una voz que decía:
- ¿Qué estás haciendo ahí, chica?
Era Hélio, el rapaz de la Biblioteca. ¡Pero qué susto la chica llevó! Y los dos se rieron bajito, para no perturbar a nadie...
Mariana explicó su curiosidad: quería saber qué era ese “Grupo Mediúnico”. Hélio le dijo que también tenía esa curiosidad... Él sabía qué era ser un médium y mediunidad, pero no sabía muy bien lo que hacían en esas reuniones…
¿Alguien sabe qué es un Médium?
¿Y Mediunidad?
Ellos esperaron la reunión terminar y fueron sacar sus dudas con el “Señor Diomar”, el dirigente del Grupo Mediúnico. Con la mayor paciencia, él explicó:
- Primero, hacemos una pequeña lectura para reflexión, después una oración, y, luego enseguida, con la ayuda de los médiums, los espíritus se comunican con nosotros: por escrito o por la voz, nosotros recibimos mensajes de ellos. Pero también hay los espíritus que están perdidos, que aún no se han acostumbrado con la vuelta a la vida espiritual: entonces nosotros hablamos con ellos, intentando ayudarles. Cerramos la reunión con una oración. Es eso lo que hacemos en una reunión mediúnica. Y enseñó una figura en una revista (enseñar una figura a los niños).
Hélio y Mariana pensaron ser muy interesante el trabajo de las reuniones Mediúnicas: encarnados y desencarnados ayudando unos a otros.
Y aprendieron que, al revés de quedaren imaginando muchas cosas, podrían tener preguntado antes.
[Inicio]
Teka es una niña que, con ocho años de edad, sufrió un accidente de carro y desencarno. ¿Que pasa con quién desencarna? Muere el cuerpo físico y el Espíritu continua vivo y va al Mundo Espiritual.
Claudia Schmidt y Cleusa Lupatini
Cuando Teka llego al Plano Espiritual, ella fue recibida por Espíritus amigos, algunos inclusive que ella conocía, como la vecina Tiana y el marido de ella Paul, que habían desencarnado antes que ella.
La niña también encontró al abuelo de Zezé, Doña Meri, y luego pregunto si continuaba haciendo caminatas, a lo que ella respondió que si. Al día siguiente, Teka pudo caminar con ella y conocer varios lugares diferentes de aquella Colonia Espiritual. ¿Que es una Colonia Espiritual? Es un local donde las personas viven, estudian, trabajan, en cuanto están en el Mundo de los Espíritus.
En la Colonia Espiritual, Teka estudiaba, jugaba con otros niños (también Espíritus desencarnados), ayudaba en algunas actividades que su edad permitía, frecuentaba las clases de Evangelización Espírita, como ella hacia antes de su desencarnación, por ahora, con otra evangelizadora y otros amiguitos.
Cierto día, Doña Meri llamo a Teka para una conversación: ella pregunto si le gustaría volver a vivir en el Planeta Tierra. La niña, muy contenta, respondió que si, pues adoraba jugar con Tiago, su hermano, y que sentía mucha falta de él y de sus papás. La abuela de Zezé le explico que cuando Teka volviese a la Tierra, ella reencarnaría bebecito y olvidaría quienes fueron sus padres y su hermano en la última reencarnación. Ella tendría otra familia, y viviría en otra ciudad, olvidándose temporalmente de todo lo que vivió como Teka. Doña Meri dijo también que, Teka es Espíritu y que va a tener un nuevo cuerpo, un cuerpo de bebe para continuar aprendiendo a ser una persona honesta, generosa, que perdona a los otros y hace la caridad. ¿Porque olvidamos las reencarnaciones anteriores? Para auxiliar nuestro conocimiento y para no quedarnos con vergüenza de los errores que ya cometimos y ni tener orgullo de lo que hacemos bien, pues eso podría entorpecer las nuevas lecciones que tenemos para aprender.
Teka, se quedo un poco triste, pero comprendió que reencarnar era una excelente oportunidad, y comenzó a prepararse: no perdía una sola clase de Evangelización, pues allá ella aprendía sobre la importancia de la familia, de los amigos y también sobre reencarnación. ¿Porque necesitamos reencarnar? Reencarnamos para continuar evoluyendo, para aprender a amar, a perdonar, a ser generosos, a decir la verdad, a amar y respetar a la naturaleza, a los animales y a las personas.
Así, pasado algún tiempo, Teka estaba lista para reencarnar. Ella conoció, a un amigo especial, que la acompañaría por toda la reencarnación. El iría a ayudarla en la reencarnación, inspirándole buenos pensamientos y sentimientos. ¿Alguien sabe quién es ese amigo? El Espíritu Protector, el Ángel de la Guarda. El siempre nos intuye para el bien y podemos pedir su ayuda a través de una oración.
Después de algún tiempo, en la Tierra, Doña Marta se quedo sabiendo que estaba esperando un bebe. Rafaela, la hija de ella, se quedo también muy feliz, pues iba a tener un hermanito o una hermanita.
El día esperado finalmente llego: nació un lindo niño que recibió el nombre de Ian. El era calvito y lloroncito, pero ya era muy amado por su familia. El papá de Ian cargo al niño en sus brazos así que él nació lo abrazo con mucho amor.
Y fue así que Ian fue recibido en la Tierra, lugar donde él iba a vivir por muchos años, aprendiendo cosas importantes para su evolución espiritual. Un día él va a desencarnar nuevamente y retornara al Mundo Espiritual, llevando todas las actitudes y pensamientos de esta vida. Y cuando vuelva a ser Espíritu desencarnado, él va a recordar que ya había reencarnado como Teka.
[Inicio]
En aquella noche, Estela leyó algo tranquilo e hizo una oración antes de adormecer, pues ella sabe que para tener una buena noche de sueño es necesario prepararse para dormir.
Como ocurre con todas las personas, cuando Estela adormece, su cuerpo físico reposa, pero ella, en espíritu, quedase despierta y puede alejarse del cuerpo, quedándose unida a él por un hilo, llamado cordón de plata.
En aquella noche, estela adormeció y soñó… En el otro día, cuando despertó, ella tenía un recuerdo de un sueño coloreado, lindo. No era la primera vez que ella soñaba con el tío Inacio, que había desencarnado hace un año. Fue luego a contar a su hermana mayor:
- Tío Inacio me dijo para que yo estudie, obedezca a mis padres, continúe a ir a las clases de evangelización y sólo hacer el bien.
- ¡Qué bueno! – dijo Marília. Cosa de tío Inacio mismo. A él le gustaba dar consejos, ¿te acuerdas? Eso ocurrió porque nosotros podemos encontrar, en espíritu, las personas que amamos, desencarnadas o encarnadas, ¿sabes de eso no?
- Sí, lo sé. Suelo soñar bastante – añadió Estela. Semana pasada soñé con una prueba de matemáticas que yo tenía que hacer el día siguiente.
- !Ah! Pero ese es un sueño distinto. Esclareció la hermana. Cuando soñaste con la prueba, llevaste para el sueño las preocupaciones del día. Eses sueños son llamados sueños psicológicos. Con el tío Inacio tuviste un sueño espiritual, pues tú, en espíritu, vivió la situación. Podemos acordarnos de este tipo de sueño o solo guardar una sensación buena o mala, dependiendo de lo que ocurrió.
- Yo ya he soñado que necesitaba mear, y salí buscando un baño en el sueño… - Estela contó a medio de risas.
- Yo también ya he soñado con eso… Por bien que me desperté a tiempo… - las dos chicas se rieron mucho. Y también ya he soñado que estaba en el Polo Norte y me desperté con mucho frío. Ese tipo de sueño que tiene que ver con lo que sentimos en el cuerpo son llamados sueños fisiológicos.
Estela se quedó muy contenta en saber que cuando dormimos, dependiendo de nuestro merecimiento y de los sentimientos que cultivamos, podemos encontrar personas, aprender, asistir clases, trabajar y hacer el bien en el Mundo Espiritual.
Cuando la charla terminó, ella estaba llena de planos: iba a pedir a su espíritu protector que, si posible, le gustaría aprender mientras su cuerpo físico dormía, y también deseaba encontrar su prima Ana, pues le echaba de menos a su amiga.
¿Y tú, qué pretendes hacer esta noche, mientras tu cuerpo duerme?
*Historia creada por evangelizadoras del segundo ciclo del Grupo Espírita Seara do Mestre (Santo Ângelo/RS) y utilizada en la clase “Sueños”.
Horacio es un chico de 10 años que ha ganado en su último cumpleaños un perrito llamado Cafuné.
Claudia Schmidt
Otro día, algo distinto ocurrió: Horacio se despertó en la casita de Cafuné, pero no se acordaba de haber ido allá. Luego notó que la casita necesitaba de una buena limpieza, cosa que Cafuné no sabía hacer. El perro no estaba y tampoco había agua limpia para beber.
Cuando el chico tentó salir de la casa, percibió que él, Horacio, era Cafuné. Se espantó y fue pedir ayuda a su madre. Doña Eunice mandó que el perro fuera jugar allá afuera.
Confuso, el chico perro se fue acostarse a la sombra. Percibió entonces que él pensaba como un chico, pero las otras personas creían que él era Cafuné, su perro. Vio su cuerpo un poco extraño: necesitaba de un baño y, además de eso, habían algunas señales extrañas, parecidas con cicatrices. ¿Qué serían? Vino entonces a su mente el recuerdo de un día en que estaba jugando con Cafuné y su padre le pidió que parasen, pues estaba lastimando el animal. Debe tener dolido mucho. Como él había sido tan malo con su compañero de juguetes… Sería más cuidadoso en la próxima vez. ¿Tendría otra oportunidad?
De repente, Horacio sintió una fuerte escocedura. ¡Pulgas! ¡Él estaba lleno de pulgas! Luego se acordó de que hace mucho tiempo no llevaba Cafuné al veterinario. Últimamente el chico tenía andado muy ocupado y se había olvidado de prestar los cuidados que un animalito de estimación merece, incluyendo juguetes, baño, agua fresca, comida, cariño y atención.
Triste y preocupado, el chico oyó su madre gritar:
- ¡Horacio! Al salir corriendo, El Chico perro tropezó en una piedra y se despertó en su cama, con Cafuné lamiendo sus piernas.
Cerca de allí, el espíritu protector sonrió, con la certeza del deber cumplido, pues el chico había aprendido la lección.
Seara Espírita Junho/2005.
[Diviértase]
[Inicio]
Augusta estaba muy aburrida porque Livia había perdido un DVD que llevó prestado. No obstante la chica ya hubiese pedido disculpas, Augusta no quería jugar con ella. Y aún dice que no perdonaba y que no quería más hablar del asunto.
Historia basada en mensaje sin autoría, recibida por Internet
La madre de Augusta, Doña Luisa, no entendía como una amistad tan antigua y tan bonita podría acabar, de repente, y por un motivo cualquiera. Sugirió, entonces:
- Vamos a hacer el siguiente: mientras usted estuvier lastimada con su amiga, usted va a llevar esta patata para todo el lado. Ella será su nueva amiga.
Augusta aceptó, con la idea de que no precisaba perdonar Livia, pues pensaba que así daría una buena reprimenda en la chica. Pasó entonces a llevar la patata por la casa. Cuando fue ducharse, duchó la patata, le puso perfume y hasta dibujó una carita en su nueva amiga.
El otro día, antes de ir a la escuela, su madre le preguntó:
- ¿Vas a hablar hoy con su amiga Livia?
- Ni pensar... – contestó Augusta.
- Entonces lleva la patata para la escuela. – dice firmemente la madre.
A Augusta no le pareció malo, pero en el medio de la mochila, nadie iba a percibir. Durante el intervalo, acordó que Livia era una amiga muy querida. Tuvo voluntad de disculparla, pero era orgullosa: creía que estaba cierta y que su amiga debería sufrir.
En el día siguiente la madre argumentó que alimentar sentimientos malos perjudicaba solamente a quien sentía. Pero nada hacía Augusta cambiar de idea. Y, conforme el combinado, mientras no perdonase la amiga, llevaría la patata.
- Para mí, está todo bien – murmuró la chica llena de pesar.
- Todavía, en el tercer día, la patata empezó a tener un olor muy malo. Preguntaron lo qué había en la mochila. Augusta nada dice.
- No puedo más! La patata está con un olor muy malo! – dice con aflicción al llegar a casa.
- Pero fue usted quien escogió llevar el pesar – dice Doña Luisa.
- ¿Y lo que tiene que ver la patata? – quiso luego saber.
Entonces, calmamente, la madre explicó que la patata simbolizaba el pesar que ella sentía por la amiga. Y que los sentimientos malos no hacían mal a Livia, pero sí a la hija, que estaba emitiendo energías negativas, semejantes a la patata de la cual salía un olor desagradable.
- Cuando solo decimos que perdonamos, pero no olvidamos lo qué nos ha lastimado es como guardar la patata en el armario… Quedamos con algo guardado que solo nos hará mal. ¿Ya has pensado después de un mes?
- Ni quiero imaginar. Augusta finalmente comprendió que el pesar y el odio son sentimientos que perjudican solamente q quien los siente.
Después de esta charla, Augusta habló con Livia y olvidó completamente lo que ocurrió.
Aún hoy, cuando piensa en no perdonar o guardar pesar de alguien, se acuerda luego del olor malo de la patata que llevó, y tarta luego de perdonar la persona y olvidar el ocurrido.
Claudia Schmidt
[Inicio]
Doguito es un perrito negro con pecas blancas. Él vive con sus padres, Doña Pintada y Don Negro, en una casa con un bonito jardín.
Claudia Schmidt
Doguito no es un perrito obediente. Siempre reclama para ayudar en las tareas de la casa y nunca quiere ducharse.
Doña Pintada siempre le dice:
- Usted tiene que ducharse mi hijo. ¡Si te quedas sucio va a enfermarse y llenarte de pulgas!
Pero él no obedecía. Creía que sus padres no tenían razón, reclamaba y se escondía debajo de la cama.
Un día Doguito resolvió huir. Pensó: “Si yo huyo no tendré que ducharme ni tampoco obedecer a nadie, nunca más”.
Y huyó. Caminó mucho, encontró con unos perritos y jugó todo el día. Cuando anocheció sus nuevos amigos fueron para casa y Doguito se quedó solo, en un sitio distinto, sin tener para dónde ir. Quiso volver a casa, pero estaba perdido. Con hambre y frío, ladró mucho, reclamó, paro nadie le dio atención.
El perrito pensó en su cama caliente, en el cariño de sus padres y se arrepintió de tener huido de casa. Se sentó en un banco de la acera y, con miedo, lloró bajito. Se acordó, entonces, de hacer una oración pidiendo a Dios que le ayudase a volver a casa.
Poco tiempo después, oyó un ladro:
- ¡Doguito! ¡Doguito!
Eran sus padres, buscando por él. Doguito se quedó muy contento en verlos. Agradeció a Dios por la ayuda y les dio un fuerte abrazo. Prometió ser un hijo obediente y nunca más huir de casa.
Dibujos de Cleusa Lupatini – Evangelizadora – Grupo Espírita Seara do Mestre – Santo Ângelo/RS
[Dibujos]
[Diviértase]
[Inicio]
¿Por qué mi hermana no se va a casar en la iglesia, de velo y guirnalda, como Débora, Elisa y Patricia se casaron? - preguntó Leticia, muy seria, a su madre.
Claudia Schmidt
Doña Ana recordó a su hija que la hermana y lo novio eran espíritas y que el Espiritismo no posee ceremonias de boda o rituales. Y dijo:
- ¿Tú sabía que ni tú, ni tu hermana, habían sido bautizadas? Los espíritas no tienen rituales como el bautizo, la primera comunión, eucaristía o confirmación.
- Con mucho amor, la madre explicó que, en cuanto las amigas de su hija tenían otras religiones, frecuentan la llamada “catequesis”, Letícia, porque es espírita, participa del Estudio de la Evangelización Infantil en el Grupo Espírita. y concluyó:
- Los espíritas estudian Espiritismo también en los Grupos de Jóvenes y en los Grupos de Estudio, pues no hay un momento en el que uno se “Gradue” en Espiritismo. La Doctrina Espírita es para ser estudiada por toda la vida, para comprender mejor las enseñanzas de Jesús y seguir siempre en el camino del Bien.
La niña comprendió, más todavía aun tenía una duda:
- Pero, entonces, ¿mi hermana no se va a casar, sólo va a convivir junto a su novio?
- Su hermana “Si” se va a casar, - explicó la madre. Será una boda civil, es decir, que no es religioso. No será en una iglesia, pero en presencia de un juez, que es alguien que casa las personas de acuerdo con las leyes que rigen la sociedad en que ellas viven.
Leticia, comprendió que la boda de la hermana no tendría ceremonia en una iglesia y que la hermana iba a vestir un lindo vestido rosado. Y que lo importante en una boda es el amor y lo respeto que une a los novios. Doña Ana, sin embargo, no pudo dejar de sonreír, cuando la niña de diez años suspiró y dijo:
- Esta bien... Yo tampoco voy a casarme vestida de blanco, voy a casarme vestida de espirita.
[Diviértase]
[Inicio]
- No, madre. No voy a mojar las plantas. ¡A mí no me gusta la naturaleza!
Claudia Schmidt
- Pero, hija, la naturaleza no son sólo las plantas. La naturaleza fue creada por Dios y es un regalo. Ella incluye las plantas, los animales, las flores, el agua, el aire, la lluvia, el mar, el cielo, las nubes…
- A mí no me interesa, madre. Por mí la naturaleza no necesitaba existir.
La madre de Marcia silenció por algunos minutos.
- ¿Y si ella no existiera para usted por un día?
- Por mí todo bien, contestó la chica. Sería muy bueno.
- Entonces está combinado. Mañana no habrá la naturaleza en su vida. ¿Qué tal?
Marcia desconfió un poco de la propuesta de su madre, pero concordó. Ella pensó que sería bueno no tener que regar las plantas, barrer las hojas del patio o cortar el césped.
En el día siguiente, cuando despertó, fue lavar el rostro y cepillar los dientes, pero no había agua. Fue poner su uniforme de la escuela, pero no encontró la camiseta. Llegando a la cocina, no encontró su café hecho. En la mesa sólo un billete:
“La leche viene de la vaca. El azúcar tiene su origen en la caña de azúcar y el café es una planta también. El pan viene del trigo y las frutas tienen su origen en la naturaleza”.
Marcia creyó ser bueno salir sin tomar café, pues estaba sin hambre mismo y la madre no insistiría para que ella comiera. Preguntó por la camiseta del uniforme, pero la madre le contestó que era de algodón, que era una planta y que, por lo tanto, no podría vestirla en aquel día. Extrañó a Vivi, su gata, que siempre le daba buenos días con un cariño especial, pero luego quedó sabiendo que ella estaba pasando el día en la vecina, pues los animales eran parte de la naturaleza.
Cuando entró en el coche la chica se rio de la madre al decir para ir de ojos cerrados hasta la escuela, pero quedó sabiendo que era para no ver los árboles y las flores que dejaban el camino tan bonito en la primavera.
En la escuela, cuando abrió su mochila no encontró a su cuaderno y sus lápices, pero sólo un billete:
“El cuaderno y el lápiz vienen de los árboles”. Un beso. Su madre”.
Aburrida, pidió una hoja y un lápiz prestado. En la hora del recreo, en lugar de su merienda había otro billete:
“No pensé en nada para usted comer que no viniera de la naturaleza. Lo siento”.
Al llegar a casa, sintió el olor del almuerzo y fue hablar con su madre.
En este momento de la historia el evangelizador puede cuestionar los evangelizandos: ¿Qué ustedes creen que ella ha hecho? ¿Qué ustedes harían?
Ella estaba con hambre y arrepentida de la tontería que dijo en el día anterior. Mientras ella hablaba con su madre, admitiendo que no podía vivir sin la naturaleza Vivi, la gata, vino a darle los bienvenidos.
La madre abrazó cariñosamente la hija y le pidió que hiciera una oración antes del almuerzo, como era de costumbre de la familia. En aquel día, Marcia pidió perdón a Dios y agradeció al Creador por Él tener creado la naturaleza, pues percibió que ella era un regalo de Dios a los seres humanos, y que sin ella no sería posible vivir en el planeta.
[Dibujos coloridos]
[Dibujos]
[Inicio]
Joice es una chica de 12 años, estudiosa, calma y amiga de todos.
Claudia Schmidt
Todavía, ayer ella ha tenido un día difícil en el colegio. Ella estaba hablando, un rato, con un compañero y la maestra llamó su atención. Joice se quedó con vergüenza y aburrida, pues era una maestra de quién le gustaba mucho y Joice sabía que su actitud no estaba correcta.
Por la noche, cuando sus padres le convidaron para ir a la palestra de Divaldo Franco, ella no quiso ir. Además, empezó a gritar, con una voz gruesa, que no quería que sus padres fueran. Ni parecía Joice. Ella gritaba y pedía para que ellos se quedaran en casa con ella.
Delante de la actitud de la chica, los padres hablaron con ella tranquilamente, le dijeron que le amaban mucho y que debían hacer una oración juntos.
A Joice no le interesaba la oración, pero sus padres fueron firmes y empezaron a hacer una oración. Ella, luego fue tranquilizándose y acabó durmiendo más temprano en aquella noche. Su padre fue asistir la palestra y su madre se quedó en casa con ella.
En el día siguiente, Joice les dijo que no se acordaba mucho de lo que había ocurrido en la noche pasada. Contó, también, que, a veces, tenía ganas de pelear sin motivos, como si alguien, en el fondo de su cabeza, le sugiriese algo.
La madre oyó atentamente, y las dos quedaron para ir al Centro Espírita en la misma noche, charlar con alguien que pudiera ayudarlas.
En el Centro Espírita fueron atendidas por una señora simpática, que oyó la historia de Joice y de cómo la chica se sentía.
Ella explicó que todos somos influenciados por nuestros hermanos desencarnados que se unen a nosotros por intereses comunes. Y continuó:
- A veces, es como si oyéramos una voz diciendo: ¡Haga eso! ¡No haga aquello! Los espíritus pueden intentar influenciarnos para que hagamos cosas buenas o malas. Pero depende de cada uno oír los consejos o no.
La señora dijo también, que siempre tenemos un espíritu amigo, nuestro ángel protector, que nos da buenos consejos. Pero, para sentirle, a través de la intuición, hay que tener ganas de andar por el camino bueno. Y que una oración siempre ayuda para que él se acerque más de nosotros.
Madre e hija aprendieron muchas cosas en aquella noche. Ellas quedaron para leer algunos libros sobre influencias espirituales, realizar el Evangelio en el Hogar en familia y siempre que tuvieran malos pensamientos harían una oración, pidiendo ayuda al espíritu protector.
Preguntar: ¿Ustedes creen que Joice dejó de sufrir las influencias de los hermanos desencarnados?
Joice, como todos nosotros, siente las influencias espirituales, pero con más conocimiento y aplicando la máxima: vigiad y orad, ella consiguió recibir mejor las influencias positivas, que llevan al camino de bien.
[Inicio]
João, Pedro y José entraron en un supermercado. João hurtó dos barrotes de chocolate y Pedro también. José no cogió nada sin pagar, y con el poco cambio que tenía consiguió comprar una barra de chocolate. Usted sabe lo que paso con los tres niños?
Claudia Schmidt
João – João continuó creyendo que no hacía mal robar sólo uno o dos barrotes de chocolate. Pero rápido él pasó a robar otras cosas, cosas mayores y más caras. João nunca fue preso, por ello él creía que no tenía importancia cometer algunos robos, contando que nadie lo descubriese.
João creció y consiguió un empleo. Luego estaba robando del patrón. Tuvo que cambiar de empleo y de ciudad para que no descubran que él robaba.
João tenía muchos bienes materiales, pero no tenía la consciencia tranquila. Él tenía insomnio, gastritis, vivía nervioso y con miedo que alguien fuese a descubrir que él robaba. Él era muy infeliz, y muchas veces percibió que sus hijos tenían vergüenza del padre, pues sabían que João no era un buen ejemplo.
Muy joven todavía, João tuvo un ataque del corazón y desencarnó.
Llegó al Mundo Espiritual perturbado y muy apegado a la casa, al coche y a todas las cosas materiales que quedaron en el mundo terreno. Allá encontró sólo la compañía de otros ladrones como él; sufrió mucho, tuvo soledad y miedo. Tiempo después, se arrepintió de la vida deshonesta que llevó.
La familia de João oraba por él y Dios, en su infinita bondad, dio otra oportunidad João (el evangelizador podrá preguntar como Dios nos concede una nueva oportunidad cuando estamos desencarnados): él reencarnó. En su nueva vida, João, que ahora tiene otro cuerpo físico y otro nombre, será muchas veces tentado a ser deshonesto. Y así será hasta que él aprenda a respetar a los otros y sus bienes, adquiriendo la virtud eterna que es la honestidad.
Pedro - Cuando llegó a casa - su padre percibió que el chico estaba nervioso y fue a conversar con él. Rápido, el padre descubrió lo que había ocurrido. Conversó mucho con Pedro, habló sobre la importancia de ser honesto, siempre, en todas las situaciones. Habló también que aunque nadie esté mirando, robar es una actitud errada y nuestra consciencia sabe de eso. El padre de Pedro, hizo ir al niño, hasta el supermercado, pedir disculpas al gerente y prometer que él nunca más haría eso. También tuvo que devolver la barra de chocolate que restaba y pagar con la mensualidad la barra que ya había comido. El niño nunca más olvidó las palabras del padre y de como su padre tuvo vergüenza de la actitud de él y también de como él se sintió mal por haber hecho algo deshonesto.
El tiempo pasó, y Pedro nunca más robó. Él también aprendió que mentir es una forma de deshonestidad consigo y con los otros y pasó a cultivar solamente la verdad.
Pedro terminó sus estudios, entró a la universidad, tuvo un empleo muy bueno, se casó y tuvo hijos. Pedro, durante su vida, tuvo otras oportunidades de ser deshonesto, de robar al patrón, pero nunca más tuvo esa actitud. Cuando él pensaba en ser deshonesto recordaba de la situación que pasó, de las palabras de su padre. Y se acordaba de sus hijos, pues quería ser un buen ejemplo para ellos.
Cuando Pedro desencarnó, él pudo observar que su esfuerzo en ser honesto valió la pena. Analizando su vida, él percibió que tomó la decisión correcta, porque llevó una vida basada en la honestidad. Él había adquirido la virtud de la honestidad, que es una virtud eterna, que él va a llevar para las próximas reencarnaciones.
José - Cuando José descubrió lo que sus amigos habían hecho, intentó alertarlos de que era errado robar y que la actitud de ellos tendría consecuencias negativas. Pero los otros dos niños no dieron atención José y lo llamaron miedoso y cobarde. Como el niño estaba seguro de que robar era errado y de que jamás haría eso, dejó a los chicos hablando solos.
José creció, terminó la facultad, consiguió un empleo. Conoció una joven, llamada Miriam, de quien se enamoró. Se casó, tuvo hijos. Su esposa también era honesta y trabajadora. El hogar de ellos tenía mucho amor y sinceridad. En aquella casa no entraba la mentira, ni la deshonestidad y José podía, todas las noches, poner la cabeza en la almohada y sentir la consciencia tranquila, pues sabía que estaba haciendo lo mejor, siguiendo las enseñanzas de Jesús.
José y Miriam tenían dificultades, inclusive financieras, pero con amor, sinceridad y honestidad tenían más facilidad para resolver los problemas. José pasó para sus hijos un óptimo ejemplo de como ser un hombre de bien. Los hijos de José y Miriam aprendieron preciosas lecciones y pasaron las mismas lecciones para sus hijos, los nietos de José. Y así todos habían ayudado a construir un mundo mejor.
Cuando José desencarnó, él fue recibido en el Mundo Espiritual por muchos amigos, que se alegraron al reencontrar a José. José también reencarnó para continuar su progreso espiritual, con la certeza que se había esforzado bastante en la encarnación anterior.
[Inicio]
Zuzu era una abejita igual a todas que ustedes conocen. Bien, igual, igual, no. Desde pequeñita ella quedó sabiendo que era un poco diferente de las otras: no podría fabricar miel como sus compañeras.
Luis Roberto Scholl
Al principio, para ella eso no tenía mucha importancia. Pero, con el tiempo, viendo como sus padres quedaron tristes, pues soñaban con la hijita estudiando, graduándose de la Universidad de la Miel, trabajando, progresando, como las otras abejas de la colmena, comenzó a quedar entristecida, afligida, porque percibió que no alcanzaría las expectativas de los padres. Ellos la llevaron a los mejores expertos de la colmena, pero todos fueron unánimes: Zuzu jamás sería igual las otras...
Zuzu vivía cabizbaja, solitaria, era motivo de burlas y bromas pesadas por parte de las otras abejas de su edad.
Cierto día, muy aburrida, resolvió volar para muy lejos. Sin darse cuenta, se aproximó a otra colmena, desconocida. Y rápido percibió que allí era diferente de donde ella vivía: en la entrada, algunas abejas guardianes también poseían dificultades: algunas no tenían un ala, otras eran invidentes...
A medida que fue penetrando en esa nueva colonia, notaba que en todos los sectores las abejas consideradas “deficientes”, trabajaban y eran eficientes en sus funciones. Conoció algunas que, como ella, no podían producir miel. Todas estaban activas y contentos: controlaban el stock de miel, la calidad del producto, y hasta mandaban la producción. Eso la dejó mucho feliz: ella también podría ser útil!
Conversando, sus nuevas amigas le contaron que allí todas eran respetadas y trabajaban de acuerdo con sus capacidades.
Exultante, Zuzu volvió para su casa repleta de novedades. En el inicio, todos creyeron que aquello era una tontería, un sueño, fruto de la imaginación. Con perseverancia fue, poco a poco, introduciendo nuevas ideas en su colmena. Consiguió llevar una comisión de ministros a otra colmena para que ellos viesen que su ideal era posible.
Así, lentamente, en su comunidad, fue siendo eliminado el prejuicio a las abejas portadoras de cuidados especiales. Zuzu, como se sabe, llegó al importante cargo de jefe de la producción de miel de todo el reino, por su inteligencia, por la sus habilidades, llevando consigo muchas de sus hermanas.
Sus padres, ahora venturosos, entendieron que la felicidad de Zuzu no está en hacer como los otros, pero en hacer como le es posible y de la mejor manera, evitando comparaciones.
Seara Espírita n º 66 - mayo de 2004
Dibujos de Cristina Chaves - Sociedad Espirita Casa del Camino - Barrio Jardín de las Palmeras - Porto Alegre - RS.
[Dibujos]
[Inicio]
Alguien ya oyó hablar de un árbol que, además de dar frutos, daba comida: frijol, arroz, carne, ensalada? Pues sí, ese árbol existió y era un árbol muy especial, porque fue el inicio de una linda historia:
Claudia Schmidt
Érase una vez Doña María, una señora muy bondadosa. Delante de su casa había un lindo árbol. Doña María, que era espírita, se preocupaba con las personas que pasaban hambre cerca de su casa. Ella, entonces, encontró una manera de ayudar; todos los días ella colgaba en el árbol delante su casa una bolsa. Dentro de la bolsa, cuidadosamente arreglados, en cajitas de leche previamente limpias, ella ponía comida: arroz, frijol, pan, carne y lo que más tuviese para el almuerzo en su casa.
Con el tiempo, Doña María percibió que la bolsa de comida desaparecía en el instante que era puesto en el bello árbol delante su casa. Curiosa, un día se quedó espiando y vio que un niño, con más o menos seis años de edad, usando una ropa rasgada, esperaba por la comida y se sentaba a la sombra del árbol para saborearla.
Tito comía con gusto la comida de Doña María, pues en su casa, muchas veces, no había que comer. Él vivía con la madre, viuda y tres hermanos mayores.
Doña María resolvió, entonces, acercarse al niño, a fin de auxiliarlo. Comenzó la conversación, le prometió un día después un pastel de chocolate y, así, poco a poco, ellos fueron conociéndose mejor.
Rápido los dos estaban almorzando juntos y Doña María era detallista en la comida, para que el niño creciese fuerte y saludable. Cuando la madre de Tito enfermó y no pudo trabajar, Doña María preparó más comida, para que también hubiese almuerzo para los otros hermanos y la madre de Tito.
En los años que se siguieron, Doña María incentivó Tito a estudiar, le dio a él material escolar, y acompañó sus progresos escolares.
La familia de Tito también fue encaminada para recibir auxilio en el Centro Espírita que Doña María frecuentaba, recibiendo ropas, alimento, orientación profesional y espiritual. Doña María se volvió amiga de la madre de Tito, Doña Ruth, que pasó a trabajar en la casa de Doña María, auxiliando en las tareas del hogar.
Las dos amigas frecuentaban juntas el grupo de estudios en el Centro Espírita y Tito frecuentaba, con alegría, las clases de evangelización espírita. El niño crecía en edad y en saber: era un alumno dedicado y siempre mostraba, orgulloso, el boletín de la escuela para Doña María, que se quedaba contenta en percibir que el niño estudiaba bastante y era un alumno ejemplar. El tiempo pasó, la amistad de los dos se fortaleció y rápido Tito era un adolescente.
Algunos años después, cuando Tito consiguió su primer empleo, Doña María fue la primera en saber que él iba a trabajar en la fábrica cerca de su casa. Fue así también cuando él comenzó a trabajar en el Centro Espírita, para alegría de Doña María.
Mientras Doña María se volvía una viejecita muy simpática, Tito se transformaba en un adulto, y, cada vez más, en un hombre responsable, caritativo, un verdadero hombre de bien.
Cuando Doña María enfermó, Tito y la novia cuidaron de ella durante mucho tiempo. Y fueron ellos que escucharon las últimas palabras que Doña María pronunció en esta encarnación:
- Qué bien que ustedes están conmigo, hoy. Es verdad, el bien que se hace siempre retorna para nosotros.
[Inicio]
Preserve la vida. Diga no al aborto! Era eso que decía el pequeño cartel en el pasillo de la escuela. Anita paró para mirar los lindos bebés que ilustraban la campaña. Rodrigo, que conversaba con ella, paró también.
Claudia Schmidt
- No comprendo por qué una madre mata a un bebé que crece en su barriga – pensó alto.
- Algunas personas creen que mientras el bebé no nace no existe vida – respondió Rodrigo.
- Que absurdo! Ellas no saben que el Espíritu inmortal está ligado al cuerpo desde que el espermatozoide encuentra el óvulo?
Anita habló en tono más alto y rápido… otros adolescentes se pararon para oír.
- Las mujeres tienen derechos sobre su propio cuerpo! – interrumpió una niña que pasaba por allí.
- Pero el bebé es una vida diferente de la vida de la madre! Matar a un bebé es asesinato! Y no importa la edad de él! – era Rafaela, envolviendose en la conversación.
Fue cuando toco el timbre, y los adolescentes se dirigieron para el aula. Mientras caminaban y conversaban, más alumnos se interesaron por el asunto.
- Pero y si la madre no tuviese dinero para criar el bebé? Si la madre fuera alguien de nuestra edad, con 15 o 16 años? - preguntó alguien.
- Debería haber tomado cuidado para no quedar embarazada. Aun así, matar a un ser que no puede defenderse no es la solución. Ya pensó si nuestras madres hubiese decidido que no deberíamos nacer?
Después de que Rodrigo habló, hubo algunos segundos de silencio hasta que Rafaela continúo:
- Ahora quieren legalizar el aborto... Algunos políticos quieren autorizar asesinatos, en vez de esclarecer sobre métodos anticonceptivos y crear condiciones para que los niños puedan nacer en familias donde los padres tengan empleo y condiciones de mantenerse.
Percibiendo el interés del grupo, la profesora entró en la conversación:
- Ustedes conocen la historia del fotógrafo que registró una operación que acontecía dentro del útero de la madre y que salvó un bebé de sólo 21 semanas de gestación? Él fotografió el momento en que el bebé agarro uno de los dedos del médico! El bebé estaba vivo y quería continuar viviendo!
Como los adolescentes no conocían la fotografia usada en muchas campañas contra el aborto, la profesora prometió traer en la próxima clase.
- Y si alguien ya cometió aborto, que hacer? – era Anita, todavía sin entender los motivos que llevan alguien a matar a un bebé.
La pregunta generó varias respuestas: donar cariño y cosas materiales a los niños necesitados, trabajar en campañas contra el aborto, realizar un trabajo voluntario y adoptar niños huérfanos. Alguien también recordó que en el lugar de quedarse culpando, la persona debería hacer el bien al prójimo.
Como el grupo continuaba curioso sobre el asunto, la profesora incentivó a los alumnos que apunten las preguntas y formulen frases para ser comentadas. Ellos investigaron, entrevistaron autoridades, científicos, religiosos y promovieron en las escuelas del municipio una importante campaña contra la legalización del aborto, que incluyó hasta un teatro. Todos participaron, así, a favor a la lucha por la preservación de la vida.
[Inicio]
Augusto tenía un lindo gatito marrón, llamado Tom. Ellos eran compañeros de juego, y el gato seguía el chico por todos los lugares. Tom, todavía, a veces, era un poco desastrado. Él ya había roto la planta preferida de Doña Eulália, dejando caer un jarro de galletas de arriba de la mesa, además de tener estropeado el periódico varias veces.
Claudia Schmidt
Una tarde, todavía, Augusto fue hasta la habitación de su madre buscar algunos hisopos en algún de los cajones. Busca aquí, busca allí, el chico sacó para afuera todo lo que había en el cajón, cuando de repente:
- Crashhhh!
El chico dejó caer un vidrio de perfume. Cuando el vidrio se cayó en el suelo se ha roto en mil pedazos, haciendo ruido y derrumbando todo el contenido en el suelo. Doña Eulalia que estaba en la cocina, oyó el ruido y fue a ver lo que era.
- ¡Mi perfume! – dijo ella. ¡Qué desastre! ¿Cómo fue que ocurrió eso, Augusto?
- Fue el Tom, dijo el chico, apuntando para el gato, que había se alejado un poco, debido al ruido.
- ¡Pero qué desastrado ese gato! – murmuró la madre. No es la primera vez que él destruye algo en la casa.
Augusto permaneció callado, mientras la madre continuaba.
- Hoy Tom v a dormir en el garaje. ¡No quiero más ese gato durmiendo dentro de casa! A partir de ahora, el Tom va a quedarse allá afuera, para que no deje caer nada más.
Augusto no contó la verdad, sólo llevó al gato para el garaje. Pobre gatito. Sin entender nada de lo que había ocurrido, iba a pasar la noche solo en el garaje. Más tarde, cuando Doña Eulália sirvió la cena, Augusto no quiso comer. Echaba de menos la compañía del gato, y se acordó que en aquella noche no podrían jugar juntos en la alfombra del salón.
Cuando se fue acostar, su madre vino hacer una oración con el chico y también percibió la alfombra vacía donde Tom dormía, cerca de la cama de Augusto. Cuando terminaron la oración, Augusto, arrepentido, dijo de repente:
- No fue el Tom que ha roto su perfume mamá. !Fui yo! Yo he batido sin querer y el vidrio se cayó en el suelo. ¡Discúlpame!
La madre abrazó al hijo y le acordó que decir la verdad es siempre la mejor decisión. Enseguida los dos fueron al garaje traer Tom, que se quedó muy contento en poder dormir en su alfombra, al lado de Augusto.
[Inicio]
Pita es súper genial. Ella vive entre las hierbas y es siempre muy buena y gentil con todos sus vecinos bichos.
Un día, ella paseaba cerca de unas piedras cuando vio un patín roto y una hormiguita llorosa. La hormiguita Guida estaba aprendiendo a manejar el patín, cayo, se lastimo la pierna y destruyó parte del hormiguero. Pita, entonces, curó la pierna de la hormiga, y la llevo a su casa hasta que el hormiguero fuese arreglado por los vecinos. Fue una brillante idea la de Pita, pues la hormiga sano muy rápido y ellas pasaron muchos momentos agradables en compañía una de la otra. (Colocar una parte de la centopéia en el pizarrón)
Una tarde, ella pasaba cerca del río cuando oyó algo extraño: era Filó, la tortuga, que estaba llorando bajito. Pita quiso saber el motivo para poder ayudar. La tortuga le contó que había perdido su sombrero durante el vientito de la noche anterior. Su sombrero la protegía del frío y sin el podría resfriarse. Pita resolvió el problema: le presto un sombrero hasta que Filó encontrase el suyo. La tortuga quedó muy agradecida y prometió devolver sombrero de Pita así que encontrase el de ella. (Colocar una parte de la centopéia en el pizarrón)
En un lindo día de sol, en cuanto Pita caminaba tranquilamente por la hierba, vio a Vivi, una gatita nerviosa, un poco asustada. Ella había perdido a su hermanita Duda, en cuanto las dos iban a visitar a una prima. Pita, inmediatamente, llamo a todos los bichos de las proximidades para ayudar a encontrar a Duda. Con la ayuda de todos, la gatita fue encontrada y las dos hermanitas siguieron juntas, jugando muy alegres. (Colocar una parte de la centopéia en el pizarrón)
En una noche Pita estaba admirando la luna llena, cuando oyó a Chiquiño, un cachorrito que era su vecino, lamentarse bajito. El había perdido su hueso preferido. Pita pensó un poco, y luego agarro su linterna para ayudar en la búsqueda. Iluminando el camino por donde Chiquiño había pasado, encontraron el hueso perdido en medio de las flores. El cachorrito se puso muy feliz y agradecido por la ayuda de la vecina. (Colocar una parte de la centopéia en el pizarrón)
Otro día, cuando se dirigía a la biblioteca del mato, Pita oyó gritos. Prestó un poco mas de atención y percibió que los gritos venían del medio de unas lianas que estaban en el suelo. Miró más de cerca y vio que el Sr. Caracol se había quedado preso en medio de las lianas. Pita, gentilmente, jalo de aquí y de allí, así el Sr. Caracol estaba libre nuevamente. El agradeció mucho y siguió, lentamente, para encontrarse con su amigo Alaba-Dios. (Colocar una parte de la centopéia en el pizarrón)
Pita escogió dos libros prestados en la biblioteca, y volvía tranquilamente para casa, cuando percibió al grillo Zairo gritando por socorro: el estaba jugando fingiendo saltar a un pozo de agua y no percibió que uno de los lados del pozo era muy profundo. Zairo había caído en el lado profundo del agua y no sabia nadar. Pita rápidamente boto una cuerda y jaló al amigo fuera del agua, salvando al grillo de morir ahogado. Después de haber recuperado, el le dio un enorme abrazo de agradecimiento a Pita. (Colocar una parte de la centopéia en el pizarrón)
Un sábado, cuando Pita iba al aula de Evangelización Espírita, percibió al Sapo Pedro muy triste, sentado a la vereda del lago. Pita entonces se sentó por algunos minutos para conversar con su amigo. Descubrió que el estaba triste porque su hermana se había casado y se había ido a vivir a un río muy distante. Pedro extrañaba mucho a su hermana. Pita oyó a su amigo, explico que el amor y la amistad de los dos continuaba igual, y que extrañarla y sentir su falta era muy normal, pero que el debería esforzarse para alegrarse y hacer nuevos amigos. Quedando de acuerdo también que en la semana siguiente Pita iría con Pedro a visitar a la hermana-sapa, dejando al sapo con una sonrisa en el rostro verde. (Colocar una parte de la centopéia en el pizarrón)
Todos los bichos del mato, mismo aquellos que a un no conocía Pita, ya sabían de su bondad y gentileza para con todos los bichos. En el aniversario de ella, los amigos de Pita resolvieron a crear una música y cantaron para ella. Pita quedo muy feliz con la sorpresa y dijo que Jesús le enseño a ayudar a los otros y que ella se sentía muy alegre siempre que podía hacer lo que Jesús le había enseñado.