Francisco de Assis y el lobo de Gubbio


         Gubbio, una ciudad en la Úmbria, Italia, estaba tomada de gran miedo. En la floresta de la región vivía un gran lobo, terrible y feroz, lo cual no solamente devoraba los animales como a los hombres, de manera que todos de la población estaban con mucho miedo. Por eso, hicieron murallas alrededor de la población y reforzaron las puertas. Y todos andaban armados cuando salían de la ciudad, como si fueran a un combate.

         Cierta vez, cuando Francisco llegó en aquella ciudad, extrañó mucho el miedo de las personas. Percibió que la culpa no podría ser únicamente del lobo. Había en el fondo de los corazones otra causa que era tan destructiva, como parecía ser la causa del lobo.

         Luego, Francisco se ofreció para ayudar. Resolvió salir al encuentro del lobo, solo y desarmado, pero lleno de simpatía y benevolencia por el animal, y como decían las personas, en la fuerza de la “Cruz”. El peligroso lobo, de hecho, fue al encuentro de Francisco, rabioso y de boca abierta, listo para devorarle. Pero cuando el lobo percibió las buenas intenciones de Francisco y oyó como éste se dirigía a él como a un “hermano”, paró de correr y se quedó sorprendido. Las buenas vibraciones de Francisco de Assis anularon la violencia que había en el “hermanito” lobo.

         De ojos arrejacados, vio que ese hombre le miraba con bondad. Francisco entonces habló al lobo:

         - Hermanito lobo, quiero solamente hablar contigo, “mi hermano”… Y caso usted esté entendiéndome, levante, por favor, su patita para mí.

         El “hermanito lobo”, entonces, delante de “tan fuerte vibración de amor y cariño”, perdió toda su maldad. Levantó, con confianza, la pata y calmamente la puso en la mano abierta de Francisco…

         Entonces, Francisco le dijo amablemente:

         - Querido hermanito lobo, voy a hacer un acuerdo con usted. De hoy hasta delante, voy a cuidar de usted, mi hermano. Usted va a vivir en mi casa, voy a darle comida y usted irá siempre acompañarme y seremos siempre amigos. Usted, a su vez, también será amigo de todas las personas de esta ciudad, pues de ahora hasta delante usted tendrá una casa, comida y cariño, siendo así, no necesitará más matar ni agredir a nadie, para supervivir.

         Con la promesa de nunca más agredir ni un hombre ni animal, fue el lobo con Francisco hasta la ciudad. También el pueblo de la ciudad abandonó su rabia y empezó a llamar el lobo de “hermano”. Prometieron darle cada día el alimento necesario. Finalmente, El “Hermano lobo” murió de viejo, por lo que, todos de la ciudad tuvieron pesar.

         Aún hoy se muestra en Gubbio, un sarcófago hecho de piedra, en el cual los huesos del lobo están depositados y guardados con gran cariño y respeto durante siglos.

         Así ocurre en nuestras vidas. Si ofrecemos a nuestros semejantes asco, palabras de pesimismo, rencor, odio e intolerancia, recibimos sin dudas, en la misma moneda, todo aquello que sembramos… pues como decía San Francisco: “es dando que recibimos…”

Autor desconocido