LA SABIDURÍA DEL MINISTRO

         Había, en una tierra distante, un rey y su primer ministro.

         El rey era justo y bondadoso. El primer ministro era un hombre bueno y sabio, y siempre decía que la felicidad imperaba porque existía un Dios bondadoso y justo, que siempre hacía lo que era mejor para todos. El rey seguía los pasos de la sabiduría de su primer ministro que siempre decía: "todo lo que Dios hace es bueno..."

         Esas eran siempre las palabras que hacían con que el rey fuera sensato y bondadoso para con sus súbditos.

         El rey tenía dos pasatiempos diarios. Uno de ellos era trabajar con la madera, haciendo tallas y esculturas y el otro era cabalgar por la foresta todas las mañanas, en compañía de su primer ministro.

         Mientras cabalgaban, los dos charlaban sobre los misterios de la vida. El rey siempre buscaba explicaciones para sus aflicciones y en una de esas salidas a diario, en compañía de su primer ministro, él buscaba confort para su corazón, muchas veces lleno de dudas y preocupaciones.

         Un día, el rey estaba trabajando en su taller, serrando madera, cuando, inesperadamente, la sierra decepó su dedo indicador. Desesperado y aflicto, mandó llamar a su primer ministro. Tenía esperanza de que él pudiera explicar el motivo por lo cual Dios había permitido que el accidente ocurriera con él, una persona buena, justa y honesta.

         Sin embargo, para sorpresa del rey, el primer ministro, al revés de darle confort con palabras bondadosas, se limitó a repetir lo que siempre decía “todo lo que Dios hace es bueno”.

         Tras oír tamaña afronta, el rey, irado y desconsolado, mandó que los guardias lo llevasen para la cárcel.

         Después del accidente, la vida del rey se quedó muy diferente. No tenía nadie para charlar y confidenciar pensamientos, pero continuaba con sus pasatiempos diarios, trabajando la madera y cabalgando todas las mañanas, pero ahora solo.

         Un bello día, mientras cabalgaba por un rincón más lejano de la foresta, fue aprisionado por indios salvajes. Llevado para la tribu, amarrado y asustado, la única cosa que el rey pudo hacer fue orar y pedir a Dios que le diera protección y paz.

         Llegando a la tribu, el rey fue sorprendido por una gran fiesta. Tambores y cencerros sonaban, indios pintados danzaban alrededor de un altar, donde un sacerdote sentado estaba en completo transe... todo estaba listo para la grandiosa fiesta del sacrificio a los Dioses de los indios.

         A un pequeño movimiento del sacerdote, algunos indios se acercaron del rey, desamarraron sus manos y empezaron a pintarle con colores fuertes. El sacerdote entonces se acercó y empezó a decir palabras que el rey no comprendía.

         Mientras danzaba alrededor del altar, el sacerdote observó que el rey no tenía uno de los dedos en la mano. Irado y frustrado, ordenó que el rey fuera suelto, pues un ser incompleto no podría ser ofrecido en sacrificio para los dioses.

         Tras ser libertado, el rey volvió al castillo. Mientras caminaba por la foresta, pensaba sobre lo que había ocurrido: "realmente todo lo que Dios hace es bueno". Si no hubiera perdido un dedo, tendría perdido la vida.

         Una cuestión, además, aún perturbaba el rey: ¿Lo qué explicaría la permanencia de su fiel ministro en la cárcel, durante todo aquél tiempo?

         ¿Sería este Dios justo sólo para el rey y no para sus súbditos?

         Llegando al castillo, el rey ordenó que el primer ministro fuera suelto y traído a su presencia. A final, era imposible para él entender el motivo por lo cual Dios había sido tan injusto con un hombre tan bondadoso.

         Tras verlo, el rey contó lo que le había ocurrido aquella mañana y dijo: "ahora comprendo que perdí un dedo, pero, en compensación no perdí mi vida. Sin embargo, no entiendo porque Dios no fue bondadoso contigo. ¿Cómo eso puede haber ocurrido para usted?"

         El sabio y paciente amigo entonces contestó: "¿vuestra alteza se olvidó que teníamos la costumbre de cabalgar juntos todas las mañanas? ¿Lo que tendría ocurrido conmigo si yo estuviera en su compañía en la foresta hoy?

         A final, yo tengo todos los dedos..."

         Dios hace cosas que, en determinados momentos, no podemos comprender y las juzgamos erradas, pero, en el futuro entendemos que fueron en nuestro proprio beneficio.

         Y, por fin, concluyó: "todo lo que Dios hace es bueno..."


(Historia de autor desconocido)