Augusto tenía un lindo gatito marrón, llamado Tom. Ellos eran compañeros de juego, y el gato seguía el chico por todos los lugares. Tom, todavía, a veces, era un poco desastrado. Él ya había roto la planta preferida de Doña Eulália, dejando caer un jarro de galletas de arriba de la mesa, además de tener estropeado el periódico varias veces.
Claudia Schmidt
Una tarde, todavía, Augusto fue hasta la habitación de su madre buscar algunos hisopos en algún de los cajones. Busca aquí, busca allí, el chico sacó para afuera todo lo que había en el cajón, cuando de repente:
- Crashhhh!
El chico dejó caer un vidrio de perfume. Cuando el vidrio se cayó en el suelo se ha roto en mil pedazos, haciendo ruido y derrumbando todo el contenido en el suelo. Doña Eulalia que estaba en la cocina, oyó el ruido y fue a ver lo que era.
- ¡Mi perfume! – dijo ella. ¡Qué desastre! ¿Cómo fue que ocurrió eso, Augusto?
- Fue el Tom, dijo el chico, apuntando para el gato, que había se alejado un poco, debido al ruido.
- ¡Pero qué desastrado ese gato! – murmuró la madre. No es la primera vez que él destruye algo en la casa.
Augusto permaneció callado, mientras la madre continuaba.
- Hoy Tom v a dormir en el garaje. ¡No quiero más ese gato durmiendo dentro de casa! A partir de ahora, el Tom va a quedarse allá afuera, para que no deje caer nada más.
Augusto no contó la verdad, sólo llevó al gato para el garaje. Pobre gatito. Sin entender nada de lo que había ocurrido, iba a pasar la noche solo en el garaje. Más tarde, cuando Doña Eulália sirvió la cena, Augusto no quiso comer. Echaba de menos la compañía del gato, y se acordó que en aquella noche no podrían jugar juntos en la alfombra del salón.
Cuando se fue acostar, su madre vino hacer una oración con el chico y también percibió la alfombra vacía donde Tom dormía, cerca de la cama de Augusto. Cuando terminaron la oración, Augusto, arrepentido, dijo de repente:
- No fue el Tom que ha roto su perfume mamá. !Fui yo! Yo he batido sin querer y el vidrio se cayó en el suelo. ¡Discúlpame!
La madre abrazó al hijo y le acordó que decir la verdad es siempre la mejor decisión. Enseguida los dos fueron al garaje traer Tom, que se quedó muy contento en poder dormir en su alfombra, al lado de Augusto.